GOTA A GOTA A LA
MODERNA
Los contenidos audiovisuales guardan relación directa con lo
que somos. Son generados por humanos, y
van dirigidos a humanos, de manera que influyen en el comportamiento social de
todos, en una relación bidireccional.
Dentro de los procedimientos de tortura está el denominado
“gota china”, un método ancestral.
Consiste en colocar a un individuo con la cabeza fijada, de manera que
no pueda moverla. Posteriormente le
dejan caer de manera continua una gota de agua sobre la frente, en un mismo
punto preciso, algo que finalmente perfora la piel y los tejidos subcutáneos.
El procedimiento lleva al prisionero a enloquecer y finalmente a colapsar. Algo así de repetitivo me parece que están
provocando los contenidos de programas audiovisuales, mediante la repetición de
palabras, imágenes o ideologías. Lo
hacen de manera incidental, “como quien no quiere”, algo que a la vuelta del
tiempo lleva a modificaciones conductuales de importancia.
En fechas recientes revisaba un estudio que habla sobre cómo
los contenidos violentos en los medios electrónicos conducen a una mal llamada
“normalización” de la violencia. Esto
es, nos hallamos continuamente expuestos a escenas que implican violencia, de
modo que comenzamos a aplanar nuestras emociones frente a hechos violentos en
el mundo real. Lo que captan nuestros
ojos en la pantalla se registra por el cerebro como un contenido virtual,
inexistente. A base de repetición, esos
contenidos terminan por insensibilizarnos, tanto así, que, si atestiguamos un
evento violento en el mundo real, nuestro principal interés será capturarlo
para subirlo a las redes. El sufrimiento
y la urgencia de rescatar a la víctima que tenemos a unos cuantos metros de
distancia no se percibe como algo verídico, sino como una imagen plana, fuera
de toda realidad. Por ende, no mueve
nuestras emociones, como no lo hace una escena de cualquier película o serie
sobre asesinos seriales.
Algo similar pasa, digamos, con lo relativo a la
sexualidad. Llega a ser tan, pero tan
común relacionar la actividad sexual con cualquier otro argumento escénico, que
llega un punto en que nos parece perfectamente aceptable cualquier forma de
exponer la genitalidad, incluso como tema de sobremesa. Nos lleva además al concepto de que el sexo
es una actividad que corresponde practicar de manera corriente, despojándola de
su sentido más profundo. Sería como
comer, lavarse los dientes o cambiarse de ropa, una función mecánica, divorciada
de la carga emocional subyacente, para hacer de la relación erótica algo que
complemente la interacción integral entre dos seres humanos.
De la misma manera podemos revisar otros contenidos que crean
para el público los productores de programas y series. A fuerza de repetición van modificando la
percepción de determinadas conductas antisociales, fundamentalmente cuando no
existe una estructura formativa que
permita distinguir la ficción de la realidad. Delitos como el tráfico de drogas se convierten
entonces en una manera de “ganarse la vida”.
Robar al vecino se presenta como la forma de satisfacer las necesidades
económicas. Los delitos de cuello blanco en personajes de altas esferas
económicas y políticas son considerados aceptables, en la medida en que los
personajes sean elegantes y sigan peinados hasta el final. Los justificamos y
hasta simpatizamos con ellos.
Este sistema gota a gota en la actualidad no corresponde a
un método de tortura, sino más bien a un modo de infiltración de ideas y conceptos
en la conciencia del individuo, comenzando por los más vulnerables a ser
influenciados: los niños pequeños. No se
trata, entonces, de arrancarlos de este mundo virtual dentro del cual nacieron,
pero sí es hacer junto con ellos un ejercicio de reflexión frente a
determinados contenidos: Canciones, películas, series transmitidas en diversas
plataformas. No es legítimo desentendernos
de nuestra responsabilidad; no es válido pensar que, si los contenidos son
accesibles, entonces son apropiados para todo público. No olvidemos que detrás de las imágenes
proyectadas hay toda una maquinaria de hacer dinero, con intereses no
necesariamente humanitarios.
La diferencia entre un libro y los contenidos audiovisuales
es que el primero concede la libertad de ir haciendo una lectura propia. Un mismo libro leído por la misma persona en
diversos momentos, arroja una lectura distinta. Su percepción lectora habrá variado con el tiempo y las experiencias
adquiridas. Un programa o una serie nos
dan los elementos ya procesados, y como el gota a gota, con el tiempo van
modulando la forma de pensar, de percibir los hechos que suceden en torno
nuestro.
Estamos en obligación de enseñar a pensar a nuestros
menores; impedir que el gota a gota haga lo suyo.