domingo, 23 de mayo de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

GOTA A GOTA A LA MODERNA

Los contenidos audiovisuales guardan relación directa con lo que somos.  Son generados por humanos, y van dirigidos a humanos, de manera que influyen en el comportamiento social de todos, en una relación bidireccional.

Dentro de los procedimientos de tortura está el denominado “gota china”, un método ancestral.  Consiste en colocar a un individuo con la cabeza fijada, de manera que no pueda moverla.  Posteriormente le dejan caer de manera continua una gota de agua sobre la frente, en un mismo punto preciso, algo que finalmente perfora la piel y los tejidos subcutáneos. El procedimiento lleva al prisionero a enloquecer y finalmente a colapsar.  Algo así de repetitivo me parece que están provocando los contenidos de programas audiovisuales, mediante la repetición de palabras, imágenes o ideologías.  Lo hacen de manera incidental, “como quien no quiere”, algo que a la vuelta del tiempo lleva a modificaciones conductuales de importancia.

En fechas recientes revisaba un estudio que habla sobre cómo los contenidos violentos en los medios electrónicos conducen a una mal llamada “normalización” de la violencia.  Esto es, nos hallamos continuamente expuestos a escenas que implican violencia, de modo que comenzamos a aplanar nuestras emociones frente a hechos violentos en el mundo real.  Lo que captan nuestros ojos en la pantalla se registra por el cerebro como un contenido virtual, inexistente.  A base de repetición, esos contenidos terminan por insensibilizarnos, tanto así, que, si atestiguamos un evento violento en el mundo real, nuestro principal interés será capturarlo para subirlo a las redes.  El sufrimiento y la urgencia de rescatar a la víctima que tenemos a unos cuantos metros de distancia no se percibe como algo verídico, sino como una imagen plana, fuera de toda realidad.  Por ende, no mueve nuestras emociones, como no lo hace una escena de cualquier película o serie sobre asesinos seriales.

Algo similar pasa, digamos, con lo relativo a la sexualidad.  Llega a ser tan, pero tan común relacionar la actividad sexual con cualquier otro argumento escénico, que llega un punto en que nos parece perfectamente aceptable cualquier forma de exponer la genitalidad, incluso como tema de sobremesa.  Nos lleva además al concepto de que el sexo es una actividad que corresponde practicar de manera corriente, despojándola de su sentido más profundo.  Sería como comer, lavarse los dientes o cambiarse de ropa, una función mecánica, divorciada de la carga emocional subyacente, para hacer de la relación erótica algo que complemente la interacción integral entre dos seres humanos.

De la misma manera podemos revisar otros contenidos que crean para el público los productores de programas y series.  A fuerza de repetición van modificando la percepción de determinadas conductas antisociales, fundamentalmente cuando no existe una estructura formativa que  permita distinguir la ficción de la realidad.  Delitos como el tráfico de drogas se convierten entonces en una manera de “ganarse la vida”.  Robar al vecino se presenta como la forma de satisfacer las necesidades económicas. Los delitos de cuello blanco en personajes de altas esferas económicas y políticas son considerados aceptables, en la medida en que los personajes sean elegantes y sigan peinados hasta el final. Los justificamos y hasta simpatizamos con ellos.

Este sistema gota a gota en la actualidad no corresponde a un método de tortura, sino más bien a un modo de infiltración de ideas y conceptos en la conciencia del individuo, comenzando por los más vulnerables a ser influenciados: los niños pequeños.  No se trata, entonces, de arrancarlos de este mundo virtual dentro del cual nacieron, pero sí es hacer junto con ellos un ejercicio de reflexión frente a determinados contenidos: Canciones, películas, series transmitidas en diversas plataformas.  No es legítimo desentendernos de nuestra responsabilidad; no es válido pensar que, si los contenidos son accesibles, entonces son apropiados para todo público.  No olvidemos que detrás de las imágenes proyectadas hay toda una maquinaria de hacer dinero, con intereses no necesariamente humanitarios.

La diferencia entre un libro y los contenidos audiovisuales es que el primero concede la libertad de ir haciendo una lectura propia.  Un mismo libro leído por la misma persona en diversos momentos, arroja una lectura distinta. Su percepción lectora  habrá variado con el tiempo y las experiencias adquiridas.  Un programa o una serie nos dan los elementos ya procesados, y como el gota a gota, con el tiempo van modulando la forma de pensar, de percibir los hechos que suceden en torno nuestro.

Estamos en obligación de enseñar a pensar a nuestros menores; impedir que el gota a gota haga lo suyo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario