AÑO NUEVO
Venimos reponiéndonos de las festividades decembrinas. Nos mentalizamos a que, pasando el Día de
Reyes, regresamos a nuestros patrones habituales de comportamiento. Cierto, esto de habitual es un decir, en un
tiempo que ha cambiado para siempre hábitos y costumbres de los humanos, por
razón de una cadena de aminoácidos.
El uso de las redes sociales nos ha salvado de muchas cosas,
y –habrá que decirlo—también nos ha metido en otras no tan deseables. Dentro del grupo de las primeras, nos otorga
una inmensa libertad para comunicarnos con nuestros seres queridos más cercanos
y compartir los sentimientos que estas festividades generan en nuestro corazón. Muy en particular dentro de las familias que,
por causas de fuerza mayor, no han podido llevar a cabo en forma directa la
celebración como en otros años. Como amante
de la palabra escrita, he encontrado textos maravillosos que llegan a mi
teléfono móvil; a la vez me agobia la cantidad de lugares comunes que se cuelan
hasta el último rincón de mi memoria cibernética. Hay que decirlo, esos mensajes se transmiten con
la mejor intención, pero se convierten en un alud de felicitaciones enviadas y
reenviadas una y otra vez, que terminan perdiendo sentido. Los escasos textos originales se disipan en
aquella infinidad de mensajes, de manera que llega un punto en que me gana la
ceguera del rebosamiento.
Lo anterior constituye parte de lo que los especialistas denominan
“hiperinformación”, fenómeno asociado al uso de redes sociales. Ante un cúmulo tal de datos, se disipa el
sentido del mensaje. Me hace recordar mi
infancia, cuando lo más emocionante era recibir una tarjeta navideña
impresa. En la portada contenía un
diseño propio de la temporada y en su interior un mensaje de texto impreso. De acuerdo con quien la enviara, muy
posiblemente debajo de la letra impresa vendría con manuscrito: “Te desea: Fulanita”. En lo personal resultaba de lo más
emocionante ese intercambio de tarjetas, cuyo costo en las papelerías, si no me
falla la memoria, rondaba alrededor de los 30 centavos, sobre incluido. Había que ahorrar, luego seleccionar diez o
quince y finalmente repartirlas entre las amistades del salón de clases. En
casa iba haciendo un “collage” con las tarjetas recibidas, que no me cansaba de
mirar todos los días. La actualización
de aquellos mensajes vienen a ser las felicitaciones digitalizadas que se
reenvían por mensaje electrónica una y otra vez. En lo personal me parece que circulan tanto,
que dejan de tener sentido, carentes de un toque personal que denote la
intención del remitente. Esto es, la
hiperinformación nos despersonaliza; el mensaje no da cuenta de un rasgo
particular que hable de que esos deseos que acompañan a la imagen de temporada,
tengan algo que ver con nuestras buenas
intenciones para un destinatario en particular. Son un cliché que se repite
masivamente para nuestras listas de contactos.
Me parece que en estos tiempos en que la emergencia
sanitaria nos obliga a limitar la cercanía física, hacernos presentes con los seres queridos de las maneras que sí
son posibles, contribuye a acortar distancias, a transmitir esa calidez que
todos estamos necesitando tanto. Si por
el mismo costo, podemos sustituir ese mensaje estereotipado por una llamada de
dos minutos para hacernos presentes en esta temporada, estaremos transmitiendo
un mensaje directo y único para esa persona que estimamos. Dejemos de lado los lugares comunes para
obsequiar ese regalo hoy en día tan caro: un poco de nuestro tiempo.
El año que comienza lo hace con todas nuestras expectativas
puestas en él. Más allá de los habituales propósitos personales de año nuevo,
comienza cargado de los anhelos de la humanidad por un tiempo de sanidad,
tranquilo, que nos permita llevar a cabo nuestros sueños, planes y proyectos,
sin riesgo para nuestra integridad o nuestra vida. Hemos aprendido una gran lección, que nadie
sobre el planeta tiene la vida asegurada y que el tiempo es un recurso con
fecha de caducidad, y que, por tanto, debemos aprovechar mientras lo tengamos
con nosotros. A lo largo de las
vicisitudes –grandes y pequeñas—descubrimos quiénes son en verdad nuestros
amigos, de modo que iniciamos un nuevo año con un inventario actualizado. Sobre todo –al menos es mi caso—comprendimos
que, para cumplir metas, el lugar es aquí y el tiempo ahora, antes de que el
tren de la vida nos baje en alguna estación.
Hemos hallado que el ser humano por sí mismo tiene una capacidad
limitada, y que, si no es encomendándose a un poder más allá de sí mismo, el
avance va a ser limitado. También
descubrimos que la manera más eficaz de avanzar es mediante la unión de
fuerzas, en un ejercicio de comunidad que aplaque los egos y se encauce al
logro del bien común.