NO NEGOCIABLE
La escena es muy simple.
Sube el criminal a la combi, encañona al conductor demandando “su cuota”. El conductor le responde que no la
tiene. El criminal exige que le entregue
su teléfono celular. El conductor
lo hace. A gritos el criminal
ordena a todos los pasajeros y al
conductor abandonar el vehículo, pues va
a inutilizarlo. Conforme van descendiendo
de la unidad el criminal se dirige a ellos para decirles: “Que Dios me los
bendiga”.
Una escena así no
hubiera salido ni de la pluma de Faulkner.
Paradójicamente a nosotros nos resulta muy familiar, son cosas que suceden a diario. Hasta
podríamos decir que los pasajeros
tuvieron la fortuna de que el arma del
criminal haya sido una escuadra y no un
AR15, y que todos vivieron para
contarlo. Encaja muy bien en un escenario donde el desencanto cristiano
erigió la Santa Muerte, y un sincretismo singular colocó en un altar a Jesús Malverde, el “santo” de los narcotraficantes.
El término
“señales mixtas” se ha utilizado en muchos campos del comportamiento, ya sea en
el flirteo entre dos personas, o en la educación de los menores. El clásico ejemplo de esto último es el del
padre que con el cigarro en los labios prohíbe a su hijo fumar, o el que se
alcoholiza y a la vez castiga a su hijo por tomarse una cerveza.
En lo personal me
enfoco mucho al significado de las palabras.
De acuerdo a Howard Gardner, creador de la hipótesis de las inteligencias
múltiples, ello se debe al predominio de la inteligencia lingüístico-verbal. Debo confesar que cuando leí por primera vez
acerca del trabajo de este investigador
del comportamiento humano, a principios de los años ochenta del siglo pasado,
sentí un alivio inmenso. A partir de su planteamiento no era grave que yo fuera desorientada y confundiera el oriente con el
occidente, tampoco lo era no haber heredado las dotes para las artes
plásticas de mi mamá. Mis habilidades iban por otro camino, de modo que me
correspondía aprender a sacarles
provecho: Con el tiempo descubrí que poner
tanto énfasis en el peso específico de cada palabra, abre una lectura distinta de la vida, en ocasiones al punto
paranoica, pues andamos descubriendo intenciones de las que tal vez ni el mismo
autor tenga conciencia.
“Dios me los
bendiga” puede estar dicho con la mejor de las intenciones, pero en lo
particular lleva implícito un sentido de superioridad del que ofrece
bendiciones por encima de aquellos a quienes van dirigidas. Es un modo de insinuar
que se está muy cercano al Creador, de modo que va a negociar con él para que
favorezca a todos: En este caso el criminal negociará con Dios para
bendecir al conductor y a los pasajeros,
después de que los dejó a todos sin corrida
y al conductor sin teléfono celular.
Cada palabra
genera un impacto en la sociedad. Las que
son confusas o dañinas propician un
golpeteo que daña la confianza y mina la autoestima. De este asunto de las bendiciones podrían
salir una y mil sinrazones que –cada una por su camino propio—afectan a la sociedad. Por citar algunas que se me
ocurren en este momento:
- - Mi dios y yo somos “tan cuates”, que permite que yo los asalte, y luego atiende a
mi solicitud de colmarlos de bendiciones.
- -Dios no los cuida a ustedes, pues me está
permitiendo ser parte del crimen organizado, pero no se preocupen, si mueren a
causa de un disparo, partirán con todas mis bendiciones.
- -El cielo es para todos. Tanto para los que
mueren balaceados como los que detonan el arma.
- - El cielo no existe.
Así como lavamos
diversas partes de nuestro cuerpo para mantenerlas limpias, deberíamos de hacer
de manera periódica con nuestro interior.
Revisar qué está entrando a través de los sentidos. Deshacernos de todo
aquello que genera desánimo y propicia –como diría Farrés—“ansiedad, angustia y
desesperación”. Analizar cada hecho al
que nos enfrentamos, ya sea en primera persona o a través de los medios, y
definir con que parte del mensaje recibido nos quedamos. Ahora bien, cuando se trata de los pequeños,
vigilar qué señales están captando y cuáles podrían ser los efectos de las
mismas. Si los exponemos
indiscriminadamente a señales mixtas, tendremos por resultado lógico un comportamiento confuso y
errático, alejado de la ética ciudadana
que México requiere.
Comunicar qué es
lo que está bien y qué es lo que está mal, implica en primer término haberlo
entendido nosotros, ser claros al manifestarlo y tener la entereza de sostenerlo.
Se requiere un “sí” o un “no” contundente, que permita establecer un
marco referencial para el comportamiento del chico. Ya conforme crezca y madure, estará en capacidad para
definir la relatividad de sus conceptos, pero, hasta nuevo aviso, la verdad no es negociable.