domingo, 11 de marzo de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

CAUSA COMÚN

Es viernes al mediodía, la ciudad se encuentra en un estado de tensa calma; a media mañana comenzó a correr como pólvora una alerta de balacera,  esta vez en el estacionamiento de un importante centro comercial al oriente de la ciudad, justo frente a las instalaciones de  La Pulga,  donde se aglutina el comercio informal, y cuyo mayor movimiento se registra justo los viernes.
   De nueva cuenta  las calles quedan solas, azoradas, diría yo; tal parece que  la jornada de eventos violentos de media semana nos enseñó a correr como conejos y ocultarnos, parapetarnos, hacernos invisibles.  A quienes la alerta nos sorprende fuera de casa nos hermana una extraña sensación de empatía;  así acabemos de conocernos,  al abandonar el sitio donde la noticia  estuvo llegando  vía mensajes de texto,  nos ungimos los unos a los otros con un “Ten cuidado”, o un “Que Dios te bendiga”, confiando en que ello actúe como coraza protectora contra cualquier desgracia.
   Llego a casa, un rato después comienzan a escucharse las sirenas de varios vehículos oficiales que parecen desplazarse por la avenida en grupos de dos o tres, a escasas cuadras de donde yo estoy. Su sirena es más lastimera que en otras ocasiones, o al menos así lo interpreto desde mi silencio lleno de voces que se desbordan para luego ir a toparse con el muro de los silencios oficiales, las cifras maquilladas, los escenarios recompuestos donde “no ha pasado nada”…
  Anoche nos invadió el último frente frío de la temporada,  sus intensos vientos se obcecaron en  recorrer todos los rincones del edificio,  quizás propuestos a espantar fantasmas viejos para dejar lugar a los nuevos, los que ahora vienen a poblar nuestras calles y plazas.  Son fantasmas anónimos, de los desaparecidos, los que suspiran por un nicho  en el cual reposar sus dolores de muerte.   Justo de ese modo, entre ráfagas de viento, concluía el Día Internacional de la Mujer que en lo personal me  trajo grandes enseñanzas,  en particular lo hizo la conferencia de Isabel Allende en el marco del II Congreso de Mujeres que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad capital.
   Aparte de su vasto trabajo como novelista Isabel Allende es la gran promotora de las causas de la mujer; durante su conferencia vino a conminarnos a sus congéneres a crear círculos de fortaleza en torno a los problemas que enfrenta el mundo.  Se refirió a los cinco aspectos fundamentales para la mujer: Seguridad, paz, conexión, amor y belleza; hizo particular énfasis en lo relativo a la  conexión diciendo: “Un círculo de mujeres, ¿qué no puede lograr?”
   Acuden  tales palabras  sanadoras justo en este momento, cuando la violencia  se empeña en sobrevolar nuestras ciudades como ave carroñera,   en espera del momento para atacar.  Me pregunto ¿hasta cuándo?, y la respuesta  está justo aquí, palpitando en mi pecho, “hasta que te decidas a formar una hermandad”.  Una hermandad –tal cual dijo Isabel Allende-- capaz de lograr cualquier cosa que se proponga.
   La sociedad actual  es muy diferente a las sociedades primitivas; en aras de la privacidad y el confort nos hemos ido achicando, recogiendo, aislando; las vecindades han cedido su lugar a colonias  de vecinos distantes, perdiendo aquel sentido de comunidad que de una y mil maneras  brindaba protección a nuestros niños.  Hace su aparición el temor,  y su hermana menor la indiferencia; comenzamos a etiquetar, a hacer distingos, a erigir barreras, a dinamitar puentes.
   Hemos perdido aquella sagrada consigna  de sentir que los hijos de   todas son causa común por la cual luchar hombro con hombro. Corremos a refugiarnos con nuestra pequeña familia en un ambiente donde  se respira una soledad cada vez de mayor.   Éste es el momento de revertir el actual estado de cosas, y nos corresponde precisamente a las mujeres iniciar  dicho cambio, ir integrando pequeños círculos incluyentes, que a la vuelta del tiempo alcancen a tocar a  más y más mujeres, en aras de un cambio social de raíz.
   La inseguridad que hoy experimentamos proviene de la violación de los derechos de otros: Derecho a la vida, a la integridad, al patrimonio, a la libertad. Esos grandes delitos que ahora nos amenazan de muerte, fueron un día pequeñas transgresiones cuyo desarrollo pudo haberse evitado.  Probablemente el niño comenzó a asumirlas como normales  porque  entre los suyos así eran las cosas, y no hubo alguien que le enseñara algo distinto. Si alguna de nosotras tuvo ocasión de detectarlo,  se abstuvo de  intervenir para evitar problemas, pero ¿qué pasaría si hubiera sido el grupo en su conjunto  el que actuara?
   Ahora nos urge parar el problema pero no hallamos por dónde empezar.  Hagámoslo generando pequeños círculos de mujeres sensibles, empáticas, solidarias, corresponsables,  recordando que en  nuestro regazo se tejen los destinos del mundo.

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Aprender
Era fácil imaginar un actor de enseñanza-aprendizaje tradicional.
Un maestro al frente, en la cátedra, y uno o varios alumnos escuchando y aprendiendo.
Era el ritual en los centros destinados a la enseñanza, las escuelas.
Hoy todo enseña y todos aprenden en cualquier lugar y circunstancia.
Los expertos ya no hablan del aula, sino de ambientes de aprendizaje.
Inducen a saber, la familia, los medios, las iglesias, el Estado.
Nos enseñamos y aprendemos los unos de los otros.
Todos los días, en todas partes, hay niños que enseñan y abuelos que aprenden.  ¡Vaya novedad!
jvillega@rocketmail.com

VIDEO de TDE: Gratitud

"Cómo criar hijos delincuentes: Departamento de Policía de Houston, Tx.

1. Dele  a su hijo todo lo que pida. De esta manera su hijo crecerá pensando que tiene derecho a obtener todo lo que desea.
2. Ríase cuando su hijo diga malas palabras. De esta manera su hijo crecerá pensando que el vocabulario soez divierte a la gente y se esforzará por incrementar su repertorio de malas palabras.
3. Jamás oriente a su hijo en el área espiritual. Deje que cuando sea adulto él decida lo que quiera creer. No reprenda y no discipline a su hijo por su mal comportamiento, podría dañar su autoestima. De esta manera su hijo crecerá pensando que no existen reglas en la sociedad.

4. Recoja todo lo que su hijo desordena. De esta manera su hijo crecerá creyendo que otros deben hacerse cargo de sus responsabilidades.



5. Permítale ver cualquier programa en la televisión. De esta manera su hijo crecerá con una mentalidad abierta y desinhibida.

6. Traten de pelearse delante de sus hijos. De esta manera, sus hijos no se sorprenderán cuando tengan que divorciarse.

7. Dé a su hijo todo el dinero que pida. De esta manera su hijo crecerá pensando que obtener dinero es fácil y no dudará en robar para conseguirlo.

 “Siguiendo estas instrucciones le garantizamos que su hijo será un delincuente y nosotros tendremos una celda lista para él.”




LOROS QUE CANTAN

EL PUENTE BAYLEY: Cuento de Fransiles Gallardo desde Perú


- ¡Volaron el puente, volaron el puente!
Desde el campamento se escuchan las explosiones. Miro el reloj y faltan quince minutos para las once de la noche.
Desde hace un par de horas ha dejado de llover y la luna esplendorosa aparece por encima de los bosques que nos rodean. A pesar de los veinticinco grados de temperatura es una noche fresca.
Las hojas vaivenean con la suave brisa que viene del río Chamaya “juerte, juerte brama la río”.
Hasta los zancudos se han replegado a sus nidales y no hay zumbidos ni lancetazos, que incomoden.
Los dinamitazos nos han sobresaltado, llenándonos de temor y terror; quitándonos el sueño.
Desde que estoy a cargo del mantenimiento de esta carretera, dos veces han intentado volar el puente Bayley.
Pero, ya sea por la prisa de los terroristas “los sinchis les pisan los talones” o por la solidez de su estructura “machazo como indio guatunero, de piecito ha aguantado los golpes, lo vieras primazo” ha permanecido enhiesto sobre sus pernos.
Esta vez, no sé.
Marcial Salazar llega corriendo asustado, haciendo sonar sus botas de jebe.
-No hay el puente, ha desaparecido ingeniero, lo han volado todito- dice atropellando sus palabras.
-Que nadie duerma en el campamento- ordeno levantando la voz- duerman sobre los árboles como monos o bajo el agua como cocodrilos o debajo de las piedras como conejos; pero nadie se queda en el campamento; no vaya a ser que los cumpas o los tucos quieran visitarnos y no quiero muertos en mi campamento ¿me oyeron?.
En tropel, el personal sale y en unos instantes, el campamento se ha quedado vacío y silencioso; hasta nuestro perro Hércules ha desaparecido entre la maleza.
Subo a un aguaje y me acomodo lo mejor que puedo “vivir a sobresaltos, sin haber hecho nada malo, caracho” los demás se acurrucan entre las ramas de otros árboles “solo abrimos trochas a punta de dinamita y catarpilas” con el temor reflejado en el febril golpeteo de nuestros corazones “cuando terminará tanto daño” desesperados en medio del todo y de la nada “la sueño amariconado juye como pantasma”.
-Ya mañana temprano, veremos- tratando de dormir.
Llueve a chaparrones. Las cargadas nubes desaguan su furia a baldazos. El impermeable naranja, el casco blanco y las botas de jebe protegen a nuestras ropas de la humedad.
Gruesas gotas como granos de café, resbalan de las hojas y resuenan como balas de cañón en nuestros oídos.
Un lejano rumor de viento mece lentamente las copas de las palmeras, en medio de la soledad de esta selva agreste y agresiva.
Son un estruendo en el silencio de la esta temible noche.
Nos sobresaltamos ante cualquier extraño ruido “como si me hubiese pegado una tranca de tres días, primazo” nervioso ante los gruñidos de Hércules alrededor del campamento “azaréalo como caballo con los belfos sueltos, olfateando el peligro” .
Desamparados en la inmensidad de la selva que nos rodea.
Unas hormigas rojas nos mordisquean los brazos y piernas a su regalado gusto.
Amanezco con las piernas adormecidas y como puedo bajo del aguaje “un poco de agüita pa las lagañas” los demás caen o saltan “veinticinco machazos” nos reímos “que no somos muchos; pero somos machos” nerviosos primero “que yo he sido comando del ejército” a carcajadas después “a mí las balas no me dan miedo” asustados como monos al salir el sol “estos son, estos son los obreros del emetecé” cantando, haciendo coraje, para darnos valor.
-Es mejor que digan aquí corrió, que aquí murió, ingeniero- dice justificándose Donato Quispe, operador de uno de los tractores oruga D 7 del campamento.
Enciendo la camioneta y con varios de los obreros sobre la tolva nos dirigimos hacia el puente Bailey. Está a sólo cinco kilómetros del campamento y en la ruta; contamos como cuarenta vehículos estacionados, entre camiones, omnibuses y camionetas.
Cuando van a arreglar la carretera, haraganes!- nos gritan, desesperados pasajeros.
-¡Tenemos prisa por llegar, sinvergüenzas!- nos dicen otros.
-¡Mi fruta se malogra, me voy a arruinar!- nos grita amenazador un iracundo camionero.
Los dinamitazos hicieron que un gran volumen de tierra mojada caiga sobre el puente tapándolo.
Una parte ha desaparecido, la otra está doblada “viva la guerra popular” se lee, sobre sus grises fierros.
No logramos determinar aún; si la fuerza de arrastre, ha llevado consigo la otra parte, hacia el fondo del río.
-Tenemos que abrir una trocha, urgente- ordeno- ¡Donato; hay que limpiar lo más pronto posible el derrumbe, para dar pase a los camiones!- le digo al operador.
- Que me ayude el cargador frontal, ingeniero- nos dice subiéndose a su tractor, poniéndolo en movimiento.
-El cholo Huamán está con gripe- me lamento- ¿quien puede manejar el cargador?- pregunto a los trabajadores que me rodean.
Yo ingeniero!- se ofrece Francisco Alcántara, subiéndose presuroso sobre la máquina, dirigiéndose al frente de trabajo.
Los demás manos a la obra, que ya sabe cada uno, lo que tiene que hacer!.
Cada quien enfundados en sus cascos, ponchos y botas de jebe, se dirigen a cumplir con sus tareas del día.
Miro el derrumbe “se ha bajado medio cerro, cojones” evalúo la magnitud del trabajo “la chamba será fuerte” y el tiempo que demorará “terrucos de mierda” para dar pase a los vehículos “hay chamba para rato” me lamento.
El sol se aparece por la cima de los cerros y la copa de los árboles, pintándolos con su luminosidad de gris y verde.
Los pasajeros bajan de los vehículos, buscando entre la maleza, lugares ocultos donde hacer sus necesidades o desde el borde de la carretera; simplemente observan nuestro trabajo “calentándose como shingo”s frotándose las manos con el solcito mañanero.
Ya es casi media mañana y se han abierto unos veinte metros de trocha.
Una parte del puente se ha descubierto “faltarán unos cincuenta metros todavía”, comento para mí mismo.
-¡Francisco, ven ayúdame!- grita Donato- ¡esta piedra es grandaza y no puedo moverla solo!.
Las máquinas se esfuerzan. El tractor humea, el cargador patina; retroceden y vuelven con el esfuerzo, hasta que de un buen empujón, logran moverla.
La tierra que la cubre, resbala por la ladera abajo dejando al descubierto “viva sendero” con pintura roja; la hoz y el martillo en un costado.
El tractor retrocede, vuelve a la carga y empuja la inmensa piedra hasta el borde de la trocha. El cargador avanza, resbala, patina, apoya la pala sobre el arcilloso suelo.
Las dos máquinas empujan al mismo tiempo, moviéndola violentamente.
Un ruido como de temblor se escucha “mierda” digo yo “Jesús, José y María” dice, persignándose una señora a mi costado “señor del cielo” murmura otra voz a mi espalda.
En un instante las máquinas y sus operadores han desapercibo.
Se ha derrumbado el cerro, tapándolos totalmente.
El puente Bailey es un inmenso montón de tierra gris y amarilla.
Con la prisa adherida a mis botas, corro hasta el puente.
-¡¡Traigan los cargadores del campamento, rápido!!- ordeno.
Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. No podemos más.
Es media tarde y el batallón de ingeniería está recomponiendo el puente.
Nosotros desenterramos nuestros muertos.
El cholo Huamán; al borde del desfiladero, se ha puesto a llorar:
-¡Mejor me hubiese muerto yo; que estoy solito y no el Pancho que deja viuda a su mujer y huérfanos a sus siete hijitos!...
Las lágrimas resbalan por mi cansado rostro. La lluvia las va lavando.
-¿Por qué Dios … por qué?

Daniela Liebman toca Estudio Op. 25, No. 2 de F.Chopin

Esta pequeña pianista colimense tenía ocho años al momento de esta grabación. Actualmente recorre el mundo con su arte.