CONVERGENCIAS
Hace unos cuantos días, dentro de las pláticas
semanales que se imparten en el Taller de Historia de Piedras Negras, Coahuila,
tuvimos la valiosa presencia del Sr. Alberto Velazco, ícono dentro de la
fotografía en esta ciudad, y de su hijo Jorge, licenciado en diseño gráfico,
que sigue los pasos de su padre.
Esta charla,
que comenzaron a preparar meses atrás,
cuando los invité a participar, estuvo en
un tris de venirse abajo, pues treinta
minutos antes de la hora, nos sorprendió un chubasco como pocos. Lo que abrió como llovizna imperceptible, en escasos minutos se transformó en fiero aluvión. Personalmente, en mi papel de coordinadora
del Taller, me temí que fuera a haber poca asistencia, pues minutos antes de la
hora programada éramos unas cuantas las que, desafiando la tormenta,
habíamos podido llegar al lugar. Contra
nuestra costumbre de iniciar puntualmente, en esta ocasión esperamos unos minutos con buenos resultados; la
lluvia amainó, y al momento de iniciar el evento, el grupo era numeroso.
La
incursión del señor Velazco padre en la fotografía, a la corta edad de trece
años, pareciera una mera casualidad,
aunque para quienes conocemos su vasta obra, y sobre todo, después de
escucharlo hablar aquella mañana, queda claro que fue más bien un arreglo de la
providencia. Esa casualidad inicial que
le llevó a convertirse en fotógrafo, fue el camino para descubrir y transmitir un cúmulo de emociones
al observar la belleza que Dios nos da y transformar lo cotidiano en algo único,
según dijo al referirse a lo que la
fotografía representa para él.
Cuando
pensamos en la obra artística de Alberto Velazco, nos imaginamos de inmediato sus
tomas del Río Bravo y sus alrededores, que constituyen la parte
medular de su afición tras la cámara.
Durante la conferencia pudimos gozar de epifanías visuales que su lente
capturó para, como él mismo indicara, “detener el tiempo y el espacio a través
de un simple clic”.
Alberto
es una persona sencilla y generosa, que no duda un momento en compartir su
experiencia profesional con el auditorio, al punto que nos provoca comenzar a
ver lo cotidiano con otros ojos, echando
mano de esa capacidad de asombro propia de los niños, que a él le ha permitido
capturar para siempre imágenes que cuentan historias.
“La vida
cotidiana nos abruma y nos ciega”, dice Alberto como para sí mismo, cuando
trata de explicar la razón de su visión.
Nos da un ejemplo muy simple, cuando expresa que él ve la vida
como si fuera una cámara, de modo que lo
que aparece frente a sus ojos cobra un significado especial, que le obliga a ir
más allá, a capturar la historia de todo y de todos a través de imágenes.
La
actitud contenida que le vimos al inicio de la charla fue poco a poco dejando salir una manera relajada en su hablar, que le permitió compartir con nosotros
diversos momentos de su carrera. Siempre que pensamos en él lo imaginamos con la cámara al hombro, lo
que, según nos relata, le permite en
cualquier momento detenerse frente a un grupo de personas, o un prodigio de la
naturaleza, a tomar fotografías, lo que no pocas veces, confesó
su hijo Jorge, ocasionó la vergüenza y el enojo de su
familia.
“Somos
una maravilla”, expresa emocionado Alberto mientras nos muestra una bella
composición en la que se observan, en un primer plano el Bravo, más atrás una
parvada de lo que parecen ser garzas, y al fondo nuestra enseña patria ondeando
como si supiera que tenía que hacerlo para quedar inmortalizada por la lente del
fotógrafo en aquel justo instante.
Alberto
nos transporta a través de sus imágenes, y también lo hace mediante sus palabras que nos colocan a los
oyentes en la misma sintonía, ya que dan
cuenta de un ser humano sensible, que lejos de ocultar sus emociones, consigue contagiarlas
a los demás, al plasmarlas en imágenes que cobran vida propia, imágenes que
cuentan historias. Él habla de raíces
que nos anclan a la tierra con la cual
nos identificamos; él habla de las alas de la visión, que permiten valorar lo
que somos de un modo único.
No es
casualidad que de los cuatro hijos de Alberto, tres se hayan dedicado a seguir
la actividad paterna. El trabajo fotográfico de su hijo Jorge, que pudimos
conocer, y del que habremos de hablar en
otra oportunidad, da cuenta de que la
vocación, más allá del genoma, se transmite del padre al hijo a través de la fuerza del diario vivir y de la óptica de la
pasión.
Termino
con unas palabras del propio Alberto
Velazco: “Detener el tiempo en una imagen”. Sin lugar a dudas, prodigio del
fotógrafo, consigna que a todos obliga, como padres.