A RÍO REVUELTO
Quizá lo que más me duele de mi México es la forma como el
uso engañoso de la palabra ha distorsionado el sentido de las cosas.
Para ejemplo tenemos el segundo discurso hueco del presidente
EPN con relación a la elevación en el precio de la gasolina, que da la pauta
final para considerar que la realidad suya y de la cúpula en el poder es una,
mientras que la realidad lacerante de Juan Pueblo es otra, y que más allá de la
perorata en el fondo no le importa en
absoluto que la población sufra. Que se solidariza verbalmente pero por
supuesto no renuncia a los privilegios que la función pública le otorga de
manera sobrada.
A lo largo de los últimos tres sexenios, pero muy en
particular en éste, grandes esfuerzos y presupuestos millonarios se han
destinado a crear imágenes como hologramas, que dibujan un México que existe
sólo en la imaginación de sus creadores, dinero tirado a la basura, pues
quienes vemos esos anuncios simplemente no los tomamos en cuenta.
No es que EPN y su gabinete estén inaugurando esta forma de
comunicación. Por desgracia queda
inserta en un imaginario de palabras huecas que tienden a volverse moneda de
uso corriente entre los mexicanos.
El sistema nos quiere vender la idea de que el bien y el mal
son relativos, y se justifican… Mediante eufemismos se busca presentar de una manera estética una realidad
que en verdad hiede, digamos, se llama “vacío
de poder” a la ineficiencia para gobernar; se denomina “malos manejos” o
“peculado” a lo que en realidad es un robo descarado de las arcas públicas. Y
así los comunicólogos oficiales se
ocupan de inventar apelativos para acciones inexcusables que bajo el amparo de
un término amable quedan –según ellos—justificadas.
Cada vez en forma por demás descarada los políticos utilizan
un doble discurso, se enfocan a la forma desatendiendo totalmente el fondo,
este último no les afecta en absoluto, puesto que ellos están más que blindados
contra los daños económicos y morales que en el resto de las familias provocan las
alzas. Y ni por un momento dejan de exhibir de manera cínica sus despilfarros
como “clase política”.
Claro, quedarnos en la quejumbre no lleva a nada en
absoluto, solamente nos sumaríamos a los usuarios de redes sociales que
despotrican contra el gobierno, o nos confundiríamos con esos delincuentes a
sueldo infiltrados en las protestas callejeras, que se ocupan de desvirtuar el
sentido original de las mismas.
De momento lo que nos corresponde es actuar con inteligencia
para no convertirnos en carne de cañón.
Que algo se diga “en la tele” o en redes sociales, no necesariamente
significa que sea cierto. Hay que
aprender a leer con cierta malicia los contenidos en los medios, preguntándonos
quién es el autor de un texto, y qué
intereses puede haber detrás, sobre todo en aquellos mensajes que nos conminan
a paralizarnos o nos inspiran miedo.
Es necesario ir a las fuentes originales. Por desgracia hay muchas personas que
publican en la red cuyo objetivo no es informar sino todo lo contrario,
mantener al lector confuso y atemorizado. Es un fenómeno de perversión que
siempre me ha llamado la atención como la expresión de un perfil con rasgos
sicopáticos, individuos que gozan con generar angustia en los lectores, y que
en estos momentos cuando existen intereses políticos detrás de los contenidos
en la red, más se ocupan en hacerlo.
No nos dejemos amedrentar por mensajes alarmistas,
consultemos fuentes confiables, preguntemos a quienes puedan saber más de los
hechos relatados. El potencial de las
redes utilicémoslo a nuestro favor, con inteligencia y serenidad.
El miedo es un estado muy primitivo que se asocia con la sobrevivencia, y que será de utilidad en el
momento necesario. A través del mismo
los seres vivos han aprendido a distinguir condiciones favorables de otras
peligrosas, a modo de sobrevivir. No permitamos que nuestro candor nos lleve a
caer presas de un miedo colectivo generado por intereses ajenos al bien
público, que pudieran provenir de poderes fácticos cuya finalidad es someternos,
limitarnos y encauzarnos a discreción.
Es momento de analizar los problemas del país, estar
dispuestos a cumplir cada uno con lo nuestro, pero a la vez exigir verdaderas medidas
de austeridad por parte del gobierno. Ya
basta de estar auspiciando funcionarios que no resuelven los problemas de la
nación, y que además nos cuestan tanto a los mexicanos.
No permitamos que a río revuelto salgan beneficiados los que
provocan este estado de cosas,
organicémonos como sociedad civil para sacar adelante a nuestro querido
México. Obliguemos a los legisladores a revisar
y reajustar partidas presupuestarias de acuerdo a las necesidades del momento,
eliminando gastos onerosos. Y nunca
olvidemos que nosotros somos el patrón.