QUIMERA O REALIDAD
La paz en México está en crisis. No hace falta mucho para
comprobarlo. A través de medios noticiosos, tal vez mediante
redes sociales, o en nuestras propias experiencias, a la vuelta de la esquina. El ambiente tóxico de la violencia acomete como
una nube que amenaza con ir tocando y destruyendo todo a su paso.
Ni las cifras alegres oficiales ni los eufemismos
acomodaticios alcanzan a ocultar una realidad que es de todos, como mexicanos
que somos. Cierto, nos plantamos frente
a esa tormenta que viene hacia nosotros y no hallamos qué medidas
emprender. Nos vemos rebasados por el
crimen organizado de muchas maneras; tememos por la seguridad de nuestros niños
y jóvenes, y mientras no modifiquemos lo que estamos haciendo, nada va a
mejorar.
En la semana que termina se llevaron a cabo los trabajos del
Diálogo Nacional por la Paz, evento convocado por la universidad
Iberoamericana, plantel Puebla. Contó
con la participación de religiosos, académicos, líderes de opinión y ciudadanos
independientes enfocados a un tema común: La conformación de lo que se llama
una “Agenda para la Paz 2024”, documento que en próximas fechas se hallará a
disposición de quien guste consultarlo a través de la red. Para conformarlo se llevó a cabo un
concienzudo análisis de las causas reales de la pérdida de paz en México,
poniendo especial énfasis en aquellas regiones que han sufrido con mayor
intensidad el embate del crimen organizado.
La revista “Science” en su edición digital del pasado 21 de
septiembre incluye cifras alarmantes para México: En un estudio longitudinal
llevado a cabo por la propia revista se reporta que el número de homicidios
relacionados con el CO se ha triplicado entre el 2006 y el 2018. Da cuenta de
que la cifra de individuos con ingresos económicos relacionados con actividades
ilícitas es de 175,000, y se considera
como la quinta fuerza generadora de empleo en el país. Sabemos que gran parte
de esta fuerza de trabajo son menores de edad que ocupan los puestos de más
bajo nivel, y que tantas veces terminan muertos en pocos años. El investigador Gershenson de la Universidad
de Binghamton lanza una sentencia muy acertada: No se trata de atacar las
consecuencias del problema, sino de ir a sus raíces.
Encuentro muy alineado este concepto con los objetivos del
Diálogo Nacional por la Paz, mismo que ha analizado a fondo las causas de la expansión
criminal en nuestro país. Ahora bien,
hay algo que no hemos acabado de asumir todos los mexicanos: Levantar el índice
para señalar que son los cárteles, o que es la corrupción, o que son otros
países lo que genera el problema, es no haber entendido su origen. Como Gershenson bien señala, hay que ir a la
fuente primaria del problema para romper con ese círculo que vuelve tan
atractivos dos asuntos: Por una parte, el reclutamiento de niños y jóvenes para
engrosar las filas del crimen organizado.
Y por la otra, revisar y modificar esos elementos de la dinámica
familiar que llevan al chico hacia las adicciones: ¿De qué escapa? O bien: ¿Qué
busca experimentar?
No faltará quien pretenda desacreditar los trabajos de este
foro convocado por la comunidad jesuita de la iglesia católica. En lo personal hallo que esa interpretación
que damos al laicismo en la sociedad, como condenando todo lo que tenga tintes
religiosos, ha provocado gran parte del caos que hoy vivimos. Sin las asideras de una moral religiosa y sin
mucho énfasis en la inculcación de valores dentro de la familia, los jóvenes
van creciendo a la deriva, decidiendo por sí mismos que sí y que no, lo que,
según constatamos, ha resultado en buena parte del problema. Falta un código de
conducta que les señale los pros y los contras de un camino o de otro. Sumidos en un universo mercantilizado que
llama a “consumir para ser”, se lanzan, ya sea a consumir drogas o a traficar
con ellas.
Como ciudadanos, independientemente de nuestra fe religiosa,
o así no tengamos ninguna, habrá que conocer esta Agenda por la Paz que se ha
integrado. Y luego de hacerlo, ponernos
a trabajar. México ya no aguanta más
indiferencia de nuestra parte frente al grave problema que ha ido tomando
vialidades, sitios públicos y hogares.
Todos tenemos una responsabilidad en lo que sucede. De momento lo que a cada uno nos toca es
responder esas preguntas frente a los jóvenes de nuestro entorno: ¿De qué
escapan? O bien, ¿Qué buscan experimentar? A partir de una y otra se despliega
todo un abanico de posibilidades distintas para cada uno de nosotros,
posibilidades que estamos obligados a identificar y modificar, por el bien de
nuestra familia cercana. Luego ir un
poco más allá con la gente de nuestro entorno y
volver a plantearlas.
Hoy la paz es lejana quimera. En cada uno está volverla una realidad.