BALANCE DEL DELTA
Estamos a mediación del último mes de este 2020, donde hemos
sido llevados por una corriente más allá de nuestra propia voluntad, una
corriente que ha ido cobrando fuerza y en ciertos momentos nos lleva como los
rápidos de un río que desciende. Vemos
las rocas a uno y otro lado, tratando de adivinar contra cuál de ellas podremos resultar golpeados. Ahora pareciera que nos
acercamos al delta del río; bajo el agua
queda el abundante sedimento que lleva a la corriente a ir perdiendo velocidad
y fuerza, con la promesa de un descanso.
Es buen momento para sopesar lo que hemos logrado en nuestra
vida personal a lo largo de este período, tan ajeno a la normalidad. Cuarenta semanas, justo el equivalente a lo
que dura una gestación humana, etapa durante la cual algo habremos creado con
nuestro tiempo y voluntad. El balance es
muy personal; muchos lo estarán pasando transidos por el dolor de ver enfermar
o partir a un ser querido; para algunos más ha sido un tiempo que han vivido aferrados a la
esperanza día tras día; semana tras semana, enfrentando los fantasmas de la
incertidumbre y de la pena. No
obstante, como en todo, hay cosas buenas que hemos aprendido del mundo, de
nuestros seres queridos, y sobre todo de nosotros mismos.
Lo primero que nos corresponde, es agradecer al cielo que
seguimos aquí, con vida. Podemos narrar
en primera persona lo que ha sido nuestra experiencia durante este período de
tiempo.
No estamos solos. Ya
sea dentro de casa; a través de los medios de comunicación, o de alguna otra
manera, tenemos la noción de que somos importantes para alguien.
Hemos tenido múltiples oportunidades para ejercitar la
empatía. Para solidarizarnos con quienes
viven en desgracia, y compartir un poco
de lo que tenemos.
Ha habido ocasión de revisar las posesiones materiales que
tenemos dentro de casa y deshacernos de buena parte de ellas. Lo más simpático es que, conforme pasan los
meses, nos percatamos de que nos siguen sobrando cosas que pueden beneficiar a
otros. Es una toma de conciencia
progresiva, que en otras circunstancias jamás habríamos hecho.
Vamos aprendiendo a utilizar las redes sociales, a ratos
nuestra única ventana al mundo. Ahora
conseguimos distinguir entre una noticia verdadera y una falsa, para no
dejarnos engañar.
Mediante la red hemos accedido a sitios y a eventos que de
otra manera difícilmente habríamos conocido.
En el mejor de los casos hemos hecho comunidad con personas que
comparten nuestros gustos e inquietudes.
La pandemia nos ha hecho salir de nuestra zona de confort
para ir al lado de esa persona que sufre.
Hemos logrado dimensionar nuestras párvulas desgracias frente a las
grandes tragedias que otros enfrentan.
La realidad nos cimbra para sacudirnos los polvos del ego.
Entendimos que la solidaridad no se ejerce mediante la
palabra sino a través de acciones. Y en
la medida de lo posible, cada uno de nosotros ha aprendido a solidarizarse con
otros.
El encierro nos ha obligado a pasar con mayor frecuencia
frente al espejo. En el mejor de los
casos, a redescubrirnos en su reflejo, conocer rasgos de nosotros mismos, que
hasta ahora no habíamos apreciado.
El aburrimiento nos ha encauzado a la creatividad. Hemos aprendido nuevas cosas, ello nos ha
hecho transitar del aburrimiento a la gratificación.
Eso de pasar meses enteros sin un corte de cabello
profesional, nos permite ver la vida con mayor simplicidad y buen humor. Somos los mismos a pesar de nuestro
desaliño. Es más, quizá concluyamos que
una sonrisa nos adorna más que cualquier sólido maquillaje.
Hemos aprendido a conocer y a bendecir nuestras raíces. A valorar los trabajos que nuestros ancestros
llevaron a cabo para colocarnos a nosotros donde ahora estamos. Vivimos a mayor profundidad el sentido de
pertenencia. Nos enorgullecemos de
nuestro clan.
Frente a la pantalla o frente a un buen libro hoy sabemos
que la realidad personal es muy distinta a la de los demás. Que cada cual vive su propia situación y a
partir de ella es como actúa. Que en la
medida en que tengamos claro este concepto, erigiremos una sociedad más sana y
equilibrada.
Comprendemos en toda su magnitud el amor con que algunos
seres humanos trabajan por nosotros: El personal de salud, sabio, generoso, que
enfrenta con fortaleza todas las pruebas y es capaz de dar la vida en
ello. Los investigadores incansables que
hurgan las entrañas de la ciencia para diseñar una vacuna. Los trabajadores cuyo quehacer nos permite a
muchos de nosotros permanecer a buen resguardo.
Ésta no es –en absoluto—la primera emergencia sanitaria de
la humanidad. No obstante, hasta ahora, es
la más documentada. Quedará plasmada
para la historia mediante sobradas evidencias.
Sea pues, momento de escribir nuestra mejor historia.