ESPÍRITU
Continuamos atendiendo la cuarentena obligada para la salud.
En otras emergencias sanitarias de la historia, la familia se encerraba junto
con sus temores, y si acaso, de cuando en cuando, algún adulto asomaba la
cabeza por absoluta necesidad. Hoy en día, aparte de la familia y sus temores, hay elementos que vuelven distinto el
encierro. Fundamentalmente aquellos que
tienen que ver con la tecnología.
Ante una situación que no admite alternativas, sólo nos
queda tener actitud. Esto es, hacer de
nosotros y las circunstancias en que habitamos, un tiempo único y transformador.
Uno de los mayores problemas de quienes vivimos en el siglo
21, es que no aprendimos, o hemos olvidado, a disfrutar de la soledad. No
solemos reconocer en nuestra vida algo interesante que no provenga del
exterior. Platicar con nosotros mismos resultaba –hasta hace poco—ridiculez o
locura. Cuando estamos solos nos
sentimos perdidos, de esta manera desechamos buena parte de la vida, esperando
que llegue algo o alguien capaz de
volverla interesante. Con este asunto de la cuarentena, hablarnos
a nosotros mismos, tal vez comienza a tener una función sanadora.
Dentro de casa, o bien estamos físicamente solos como hongos, o en una
convivencia obligada, que a ratos resulta fastidiosa. Nuestras alternativas son, continuar
profundizando nuestro malestar, o comenzar a jugar con los elementos
disponibles, para hacer algo positivo.
Hay infinidad de planes y proyectos para los que,
habitualmente, nunca tenemos tiempo. Se
nos va pasando la vida y llega un punto cuando volteamos hacia atrás, para
descubrir que aquello que no fuimos haciendo de manera progresiva, ahora se visualiza
como una tarea titánica, imposible de cumplir.
La buena noticia es que, justo ahora, es el momento para hacerlo, organizar,
diseñar, depurar… Poner orden a las memorias familiares, de modo que los más
pequeños conozcan historias y anécdotas de sus mayores. Una de las grandes pérdidas que vivimos en
este nuevo siglo, es precisamente la de la memoria familiar que refuerza la
identidad. Si los hijos o los nietos no
conocen sus orígenes, difícilmente van a identificarse con ellos para sentir
que sus raíces cuentan.
Habrá en casa objetos que son parte del patrimonio familiar,
pero tal vez los chicos no lo sepan.
Ahora que estamos todos juntos, tomemos el tiempo para darles a conocer
por qué algunos objetos resultan tan representativos. Revisemos con ellos fotos, cartas, libros antiguos…
La tecnología nos provee de excelentes canales de
comunicación que permiten reforzar lazos afectivos con la familia y los amigos. Y hasta –por qué no— animar a personas que no
conocemos y que casualmente se topan con los contenidos que hacemos circular. Aquí
una súplica, si el contenido que difundimos tiene autor, reenviémoslo
íntegro. Me han llegado 3 o 4 textos
maravillosos con una leyenda de “anónimo”.
Ese texto cuidado, escrito con tanta propiedad, alusivo justo a lo que
el mundo está viviendo, no pudo volverse anónimo más que por un descuido de
quien lo reenvía. ¡Y no se vale! Otorguemos
a su creador el beneficio del justo reconocimiento.
Hay mucho por hacer: Permitamos a nuestro niño interior
aflorar y volverse timonel de la nave.
Nuestro escenario puede ser transformado una y otra vez, mientras las
palabras fluyen como viento que empuja el velamen de nuestra embarcación. Navegamos en aguas de la imaginación; no
alcanzamos a ver puerto, no podríamos calcular cuántas millas náuticas nos
separan de nuestro destino. La consigna
es mantenernos íntegros, a flote, y hacer de éste, un tiempo que valga la pena
recordar.
Justo hoy platicaba con mi hija. Ella decía que, como ha ocurrido con distintas
plagas a lo largo de la historia, los niños de hoy recordarán mañana esta
pandemia como un episodio que los marcó para siempre. Mi exhorto es a que no sea solamente el temor
o la zozobra, o la muerte lo que nos marque, sino que hagamos de éste un tiempo
de reinvención.
Ray Bradbury tiene
una vasta obra fantástica. Dentro de sus cuentos cortos hay uno
intitulado: “There will come soft rains” (“Llegarán suaves lluvias”), futurista
en 1950, muy actual para nosotros.
Cuenta la historia de una casa habitación controlada por tecnología, para comodidad de
sus habitantes, con el pequeño inconveniente de que no los hay. El narrador no nos cuenta qué fue de ellos,
aunque sí se detiene a describir otros seres vivos, como la mascota que
pretende continuar su rutina en aquella absoluta soledad. El desenlace caótico invita a pensar que la tecnología no lo es todo. Así
entonces mi propuesta, vivamos esto con el mejor espíritu, teniendo como eje central el corazón. Siempre
creativos, con la tecnología de música
de fondo, no como director de orquesta.