NOSTALGIA DE UNO
MISMO
En un círculo de lectura a cargo del maestro César Callejas,
revisamos la obra magistral de José Emilio Pacheco: “Las batallas en el
desierto”, novela corta que nos presenta lo que fue la ciudad de México a mediados
del siglo pasado: La colonia Roma y sus alrededores, en tanto profundiza sobre el
despertar sexual de un púber que termina enamorándose de la mamá de su
amigo. En torno a ello, cual eje
central, la maestría de Pacheco nos va narrando, como en capas, el sistema de
gobierno, las costumbres de una sociedad de clase media alta y los secretos a
voces de muchos de sus personajes. Me
identifico con dichos elementos narrativos, pues la trama se ubica en los años
de mi propia infancia, en una ciudad de México que me hace recordar la que yo
conocí entonces, cuando visitábamos a mi abuela paterna y aprovechábamos para disfrutar,
según la temporada del año, parques, museos, o decoraciones patrias o
navideñas.
Este libro me provoca nostalgia de mí misma, de muchos
elementos que a la fecha han desaparecido, o que, si siguen presentes, lo hacen
de manera muy evolucionada. Un ejemplo
de ello, en la propia ciudad de México, es la sustitución de calles y avenidas
del primer cuadro por ejes viales.
Un buen libro, más que relatarnos una historia, nos invita a
sentir junto con sus personajes. Nos
llama a rescatar memorias antiguas o a generar emociones nuevas, en torno al
devenir de su protagonista y quienes le acompañan en ese universo
narrativo. Permite palpar una realidad,
así sea ajena, contada con tal destreza, que llegamos a sentirla como propia.
Nuestro mundo se encuentra cada vez más interconectado. Los medios que precedieron a la comunicación
moderna han quedado atrás, en la galería
de recuerdos que evocamos con nostalgia, pero nada más. Pretender el rescate de telégrafos y correos
me resulta labor ociosa, como echar dinero en saco roto, cuando las funciones
de uno y otro, románticas, sí, actualmente han sido suplidas por medios
instantáneos, accesibles y económicos. En la situación financiera de nuestro
país, no se justifica emprender obras por mero romanticismo, cuando hay otras prioridades.
Un elemento que, en lo personal, considero es muy necesario
y valdría la pena rescatar, es la red ferroviaria. Más ahora que la baja en la calificación de
nuestra aviación generará la demanda de nuevos modos de transporte que antes no
eran tan necesarios. No me refiero a las
mega obras turísticas, sino al ferrocarril como un sistema de transporte más,
mismo que nunca debió haber desaparecido.
Volviendo a José Emilio Pacheco. Releer “Las batallas en el desierto” en este
punto de mi vida, me ha llevado a un encuentro conmigo misma, con la persona
que era antes de la difusión de la Internet y la telefonía móvil. Me hace retomar ideas, planes y logros de
esos años cuando el conocimiento por escrito se adquiría en las bibliotecas, y,
para conseguir literatura médica reciente, había que ir a la biblioteca central
del Centro Médico Nacional del IMSS (ahora Centro Médico Siglo XXI), para sacar
copias de treinta centavos cada una, y salir con medio kilogramo de papel bond
impreso para escudriñar, hoja por hoja.
Me niego a considerar que todo tiempo pasado fue mejor. Cada época tiene lo suyo propio, y de
nosotros depende sacar lo mejor de momentos y circunstancias que vamos viviendo
cada día. Por otra parte, sí reconozco
que resulta muy agradable esa exploración, de mano de un buen escritor, de
escenarios que de otra forma quedarían fuera de nuestro alcance.
“Nostalgia de uno mismo”, podría llamarse a esta sensación
que inicia con las primeras líneas de una obra como ésta y que no termina
cuando cerramos el libro. Todo lo
contrario, nos deja un resabio dulce en la mente y en el corazón, muchas veces
tan poderoso, que nos llevará a retomar esa obra una y otra vez.
Una sensación muy propia de la época actual es la poca
conciencia que la mayoría tenemos del paso del tiempo. Desde que nos despertamos en la mañana, hasta
que vamos a dormir por la noche. Desde
que inicia la semana o el mes, hasta los últimos días. De repente volteamos y nos preguntamos a qué
horas pasó el tiempo y nos sorprendemos sin una respuesta clara. Es en reuniones con familiares o amigos
cuando cobramos conciencia de recuerdos que teníamos muy olvidados, y que
cobran nueva vida en la oralidad.
Platicamos, nos quitamos la palabra unos a otros y reconstruimos esas
memorias que son, al mismo tiempo, una parte de lo real y otro tanto de lo que
nuestra imaginación y el paso del tiempo les han agregado.
Realizar ese mismo ejercicio memorístico en solitario,
echando mano de algo que nos permite explorarnos fuera del aquí y ahora, en
este caso, mediante la lectura, es un redescubrimiento de nosotros mismos.