EN MEDIO DE LA
TORMENTA
A ratos imagino que alguno de los novelistas distópicos
escribió una historia, la escondió en una caverna, y en fechas recientes algún
fuerte viento la sacó a la luz, para convertirla en el guion que todos vivimos en
este 2020. Mucho me he hecho acompañar
de la imaginación para crear un escenario para cada día, en particular cuando
me planto frente a la pantalla y suplico a mis dedos que tamborileen sobre el
teclado a manera de un son ritual, para invocar fragmentos de lo que fue mi
vida ayer, hasta hace poco, en concreto hasta febrero del 2020, antes de que
una emergencia sanitaria me confinara al encierro. Esta mañana me acompañan escasos sonidos, la
tubería escandalosa que avanza dentro de un muro, y que cada vez que transporta
agua emite un sonido tan cercano, que a ratos me lleva a imaginar que comenzará
a borbotear al exterior y me inundará el departamento. Otro sonido es el provocado por la escoba en
manos de quien barre hojas otoñales en el exterior, y un tercero gozoso
–ausente esta mañana—es el trino de los pajarillos que arman su jolgorio al
otro lado de mi ventana. Nunca he podido escuchar música al tiempo de escribir,
pues me seduce Euterpe al grado que me hace descuidar a Clío, una musa muy
celosa, que no admite distracciones.
La contingencia nos ha ido enseñando a apreciar nuestro
entorno de un modo distinto, con una óptica renovada. El encierro lleva a volver la vista a las
pequeñas cosas que suceden en derredor, y que en otros momentos no habíamos
acaso tomado en cuenta. Quizá lo que acontece
en una maceta del patio, logre provocarnos
mayores asombros que lo que –en otros momentos—habríamos percibido de la
naturaleza a campo abierto. En lo
particular concluyo que ha sido un cambio aleccionador, que permite ver nuevas cosas para enriquecernos.
En la otra mitad de la historia que nos está tocando
representar, de esa novela que algún discípulo de Orwell o de Asimov escondió
para ser descubierta y protagonizada varios años después, hay sentimientos
grises: Nos atemoriza la incertidumbre; el encierro condiciona depresión y
hasta cierto grado de ira. En alguna
medida los dispositivos de comunicación e información nos permiten estar conectados
con otros; a ratos para bien y a ratos para mal. La exposición continua a noticias
desalentadoras termina por desinflarnos el ánimo.
Un elemento salvador en esta crisis sanitaria son los
contenidos de enriquecimiento personal: Música; conferencias; obras de teatro; visitas
virtuales; tutoriales de muy diversa índole.
Una gama de eventos con acceso en general gratuito que nos llevan a
elevar el ánimo. Libros en distintas modalidades:
Relectura de los que tenemos en casa, de los favoritos. Compra en línea o descarga de títulos nuevos,
que, en el caso de los impresos, llegan a nuestras manos sin tener que salir de
casa.
Tal fue el caso de un libro de Gonzalo Celorio intitulado:
“El metal y la escoria”, una reconstrucción biográfica de su familia paterna,
que comienza en la pequeña población asturiana de Vibaño, en la Península Ibérica, y recorre
un largo camino hasta la ciudad de México, pasando como por casualidad por Torreón, Coahuila, en donde identifiqué
personajes de mediados del siglo veinte, entre ellos la familia de un tío
político mío. Así de pequeño el
mundo. Celorio se apega al estilo narrativo
de escribir en dos capas. Una es la
historia que cuenta las anécdotas; otra lo que el autor desea manifestar, la
consigna vital que debe expresar para no morir.
En el caso de “El metal y la escoria”, Celorio escribe para exorcizar
los demonios del Alzheimer que a ratos siente cernirse sobre su vida. Lo hace de una manera muy original, con gran
sentido del humor, para finalmente alcanzar una sana connivencia frente a
sus demonios de temporada, y decide
vivir la vida aceptando lo que es, sus orígenes y sus propios temores.
Con toda seguridad el encierro nos ha llevado a sustituir la
realidad de allá afuera por la virtual.
Nos comunicamos con otros para sentir que estamos vivos; generamos un
arquetipo que nos permita ganar simpatías en la red, lo que representa palmadas
en la espalda, una suerte de recurso para la autoafirmación. Ello también puede generar frustración. Es una nueva forma de desencanto con la cual
tendremos que aprender a vivir, y seguir escribiendo y compartiendo con el
propósito de crear un imaginario colectivo para la pandemia, aun si nadie nos
lo aplaude.
Vamos en alta mar en plena tormenta. A ratos la barcaza personal amenaza con volcarse. No queda más que aferrarse y resistir. Tener fe y –sobre todo—disciplina. Entender que la recuperación sanitaria es labor colectiva que concierne a todos; de
otro modo no se consigue.
La tormenta pasará.
Crezcamos mientras ocurre.