domingo, 8 de junio de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 CONSTRUIR CASTILLOS DE NAIPES

El francés Gilles Lipovetsky es un filósofo en el campo de la sociología.  Sus estudios académicos acreditan ambas disciplinas y él ha sabido combinarlas de manera virtuosa, asociadas a una tercera: La pedagogía.   Quizá su obra más conocida sea “La era del vacío” publicada en 1983, en la cual habla sobre las nuevas tendencias marcadas por el consumismo, que conducen a una hiper-individuación, que condiciona una ruptura respecto a los demás, para quedar inmersos en una burbuja que aísla y genera una sensación de ansiedad. Hay que recalcar que este libro se publicó antes del advenimiento de las redes sociales.

Uno de los efectos que provoca la espiral narcisista postulada por Lipovetsky es la sensación de vacío, que buscamos llenar de una y mil formas.  Al hablar de la educación de los niños pequeños, a los adultos nos genera angustia descubrir que tengan tiempos muertos.  Procuramos saturar su agenda con actividades extracurriculares que los mantengan ocupados de manera perenne, sin tomar en cuenta que los tiempos de ocio y aburrimiento son más que necesarios para todo ser humano, máxime en las edades en que se lleva a cabo la exploración de lo propio.  Para su sano desarrollo el chico debería tener esos tiempos de no hacer nada en concreto, que le den oportunidad de entrar en el flujo de conciencia colectiva y descubrir que, precisamente, él forma parte de un todo cósmico que le da identidad y sentido.   Cuando nosotros, sus cuidadores, nos empeñamos en sobresaturarlo de actividades, estamos coartando ese derecho que tiene para conocerse, disfrutar y expandir sus horizontes.

De igual manera nosotros, adultos, caemos en el guion fijado por otros que indica que la mejor manera de vivir es manteniéndonos siempre ocupados, como si no tuviéramos permiso de distraernos ni de perdernos en algo que no sea una actividad contable y productiva. Desechamos los tiempos de sano esparcimiento cargados de una culpa social que no nos deja, y finalmente regresamos a la rutina de la actividad incansable, para llenar ese vacío existencial de aquello que alguien más –porque no somos nosotros mismos—ha determinado para nuestra vida.

Es maravilloso descubrir la forma en que la filosofía nos presenta los hechos cotidianos de la vida, provistos de un significado singular.  Recientemente leí el maravilloso libro de Juan Villoro intitulado “La figura del mundo”, un texto híbrido que cabalga entre la crónica y el ensayo personal, para hablar de la relación con su padre Luis Villoro Toranzo, filósofo de carrera. Más de una vez, cuando le preguntaban de niño a qué se dedicaba su padre, se sorprendió tratando de explicarlo: “Mi papá se ocupa de hallar el sentido de la vida”.  Cierto, en un mundo tan práctico como el nuestro, resulta poco aconsejable dedicarse a hallarle el sentido a la vida, sin saber bien a bien qué alimentos se van a llevar a la mesa familiar.  No obstante, la figura del filósofo es más que necesaria y a todos nos conviene conocer sus propuestas existenciales.  Porque, está visto, enfocar nuestra vida en términos de producción materialista, no termina de conceder un sentido último a nuestros días. Y en esa encrucijada vital es que muchos espíritus han terminado mal, incluso abatidos.

El uso de las redes sociales ha conseguido, con mucho, exacerbar ese narcisismo del que nos venía hablando Lipovetsky desde hace poco más de cuarenta años.  A través de los recursos tecnológicos conseguimos editar nuestro perfil, hermosearlo y presentar al mundo una imagen que nos muestre de la mejor manera, aun si esta no empata con lo que es real.  Tomamos diez selfis para elegir la mejor y subirla.  Manipulamos el entorno para contar una historia a otros, aun cuando en el fondo sepamos que no es del todo verídica.  Nos empeñamos en parecer más que en sentir; en crear una narrativa de éxito más que en trabajar por desarrollar lo propio.  En redes sociales el narcisismo se solaza al máximo y sin tanto esfuerzo, empeñados en ser los que más “likes” alcancen.  No nos percatamos bien a bien del uso que estamos dando a nuestro tiempo ocupados en fabricar imágenes, cuando podríamos estar aprovechándolo en un auténtico desarrollo.

Sentimos la necesidad de llenar vacíos con urgencia, echando mano de lo que tenemos al alcance, precipitadamente, como si en ello nos fuera la vida.  Nos enfocamos hacia los sentidos, descuidando lo que corresponde al mundo interior. Caemos en un letargo colectivo que nos homologa a todos en un mismo escenario ficcional, que no apuesta a desarrollar nuestro sentido último como personas.

Todos estamos necesitados de significados que vuelvan nuestra vida satisfactoria.  Tal vez aún no lo hayamos descubierto, ocupados en el fútil juego de construir castillos de naipes.

CARTÓN de LUY

 


Gustavo Dudamel: Danzón No. 2 de Arturo Márquez

PROSA POÉTICA DE CARLOS SOSA

Por primera vez nos acompaña Carlos Sosa, médico urgenciólogo, jefe de Emergencias en el hospital del ISSS en San Salvador, dueño de una magnífica prosa, a quien damos la cordial bienvenida.

7 minutos entre la vida y el olvido.
Cuando el corazón se detiene, el cerebro aún lucha, aferrándose a la chispa final de vida durante siete preciosos minutos. En ese lapso, las fronteras del tiempo se desdibujan. La corteza parietal y el hipocampo, los arquitectos de los recuerdos y los relojes internos, se entrelazan en un último y desesperado vals.

Es ahí, en ese instante eterno, donde pasado y presente se confunden, donde los segundos se transforman en ecos y los ecos en círculos interminables. Todo lo que fuiste, todo lo que amaste, se reúne para pintar un mural infinito en las paredes del alma. Y en ese bucle, donde el tiempo ya no existe, hago una promesa que trasciende incluso la muerte: amarte sin fin.

Es un juramento hecho en la frontera entre la vida y el olvido, grabado en el resplandor de un cerebro que, en su último acto, se niega a dejarte ir...

Así afecta Tik-Tok al cerebro - Charla de Marian Rojas Estapé

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Me ha estado dando por vivir últimamente. Por realmente darme la oportunidad de disfrutar las sensaciones placenteras que vienen en cada amanecer.

He dejado a un lado la crítica, el juicio sobre las actitudes ajenas, y me he dedicado más a analizar las mías. He dejado de condenarme por mis fallas, a perdonarme por ellas sin que por ello me permita seguirlas cometiendo irreflexivamente.

He decidido tomarme en serio y eso empieza por reconocer que no tengo tanto tiempo como para desperdiciarlo en banalidades, he recorrido más de lo que me falta, quiero pensar que sea cual sea el trayecto que me reste, sabré sumarle a cada día felicidad.

Me ha dado por robarle minutos a cada hora para recrearme con la magia de las flores, del cielo, del canto de los pájaros, en la belleza de un poema, de la sonrisa de un niño, de la maravilla de un corazón noble, de la mano amiga, de la esperanza de un mejor mañana que la mayoría abrigamos y por la que rogamos y luchamos día con día.

Ahora me regocijo en la fe que veo reflejada en una mirada, en la que nace de mi espíritu y me permite tener el alma en paz o reconquistarla cada día. Me ha dado por vivir, con ese sentido de plenitud que da tener la visión del alma, la emoción de un corazón joven, la sabiduría que solo se alcanza con el tiempo y con la virtud de haber encontrado en este mundo algo mucho más significativo que la materia, un encuentro con el verdadero motor de nuestra existencia, donde se alcanza la paz y se venera al amor.

Me ha dado tanto ahora por vivir, que sé que mi espíritu me permitirá volar, aún cuando mis pies no sean ya capaces de permitirme caminar.

Las 25 Mayores Maravillas Naturales del Mundo