REFLEXIONES POR EL
CAMINO
El tiempo es la materia de la que he
sido creado. JL Borges
La vida no admite segundas ediciones. Una consigna que me acompaña desde años
atrás, y que con cada día transcurrido cobra mayor vigencia. Pasa el tiempo y estamos más allá en “el más
allá” y menos en “el más acá”, de modo que hay que aprovechar cada hora. Que no pase un solo día en balde, sin que
podamos archivarlo en la memoria como una jornada excepcional por algo: un
logro, una vivencia, un acompañamiento.
Amanecí hoy sin un tema
específico para desarrollar. Hay variados
tópicos que podrían comentarse, afortunadamente hay muchos especialistas que
lograrán hacerlo mucho mejor que yo. En
esta ocasión paso a compartir algo de
introspección personal:
Me puse a revisar escritos que he conservado en archivos
digitales desde el año 2,000. Los
anteriores, previos a la era digital,
son otra cosa. Los trabajaba a máquina,
ya fuera mecánica o eléctrica, los enviaba por fax y más delante los revisaba
ya impresos en el papel. De esos
archivos una querida amiga digitalizó todo el material y, al menos, ya está
clasificado. Volviendo a los archivos
digitales, ahora que pongo orden a mis textos, releo y los voy acomodando en
carpetas por género, por tópico o de acuerdo con el medio donde se publicaron.
Me topo con facetas de mí misma que tenía, si no olvidadas, sí relegadas en
alguna polvosa carpeta de mi memoria. En
esos escritos me encuentro a mí misma en distintas circunstancias, las que
marcaron el tono del texto, encerrado en el concepto de “temperatura emocional”
expresado por Borges. Contrario a lo que
hubiera esperado, me asombra que, al pasar mis ojos por encima de esas líneas,
me lleva perfectamente a colocarme frente a la imagen, la vivencia personal o
la noticia que disparó esa sucesión de
ideas que aterrizaron en la cuartilla. Ello
confirma una vez más el concepto filosófico de que la idea transmuta en
palabra, y la palabra se expresa y nos construye. Lo anterior para significar que estamos hechos de palabras.
Me fascinaría que lo dicho animara al lector a sentarse a
escribir. No sé si lo consiga. Lo que sí quiero implantar es la inquietud de
no ir a la cama sin haber reflexionado qué elementos del día que termina lo
hacen particular y único en nuestra vida.
Qué nos aportaron otros, pero aún más importante, de qué manera
contribuimos nosotros a volver significativo para ellos el día que
termina. Que antes de cerrar los ojos
puedan sonreír al evocar nuestra persona.
¡Vaya! No tienen que ser grandes cosas. No tienen que ser de la tienda. Hay tantos pequeños gestos que pueden hacer
una gran diferencia al recibirlos. Y una
diferencia más grande todavía, cuando los damos. No escamoteemos a la vida la gratitud: Por
los elementos de la naturaleza que siguen acompañándonos a pesar de la forma
como la hemos dañado. Por la familia
que nos apuntala y anima. Por los amigos
que se hacen presentes. Por el acceso al
conocimiento que alcanzamos al asomarnos a través de la ventana, o bien, al
pulsar un botón o estirar un brazo para tomar un libro. De ese modo nos transportamos a otros
panoramas que nos enriquecen, para
apreciar la realidad de un modo distinto.
Ha resultado muy divertido visitar al “mí misma” de hace
diez o veinte años y vivir de una forma muy directa situaciones que, sin
leerlas, tal vez jamás habría traído a la memoria. Descubrir escenarios de una ciudad o un país
que se ha modificado de muchos modos; añorar elementos que ya no existen, y
asombrarme por esos recursos novedosos que avanzan a pasos agigantados. Uno de ellos, la inteligencia artificial, que
aún no acabamos de comprender, pero ya tenemos encima de nuestra cotidianidad.
Todavía existen abuelas que cuentan cuentos. Su amorosa dedicación a la palabra oral o
escrita abona a sociedades más humanistas.
Utilizo esta palabra en su estricta connotación, más allá de las deformaciones
políticas tan de moda en estos tiempos.
Necesitamos fomentar en nuestros niños la sensibilidad, contribuir al
desarrollo de la inteligencia emocional, esa empatía que lleva a actuar para
que por encima del interés del individuo prevalezca el desarrollo del bien
colectivo. De mis abuelas conservo
maravillosas memorias que luego hallo reflejadas en mis textos, lo cual no deja
de asombrarme, cuando ha pasado tanto tiempo desde que se las escuché.
Tarea muy útil la de revisar y poner orden en nuestras
memorias. Trae grandes beneficios para
el espíritu. Lleva a repasar momentos
especiales que, quizá, de otro modo no habríamos recordado. Más importante aún: invita a que esa
introspección nos lleve a dar gracias a la vida por lo que somos, lo que hemos
vivido, enfrentado y superado, bajo la consigna de hacer de cada día algo
significativo.