domingo, 28 de mayo de 2023

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

REFLEXIONES POR EL CAMINO

El tiempo es la materia de la que he sido creado. JL Borges

La vida no admite segundas ediciones.  Una consigna que me acompaña desde años atrás, y que con cada día transcurrido cobra mayor vigencia.  Pasa el tiempo y estamos más allá en “el más allá” y menos en “el más acá”, de modo que hay que aprovechar cada hora.  Que no pase un solo día en balde, sin que podamos archivarlo en la memoria como una jornada excepcional por algo: un logro, una vivencia, un acompañamiento.

Amanecí hoy sin un tema  específico para desarrollar.  Hay variados tópicos que podrían comentarse, afortunadamente hay muchos especialistas que lograrán  hacerlo mucho mejor que yo. En esta ocasión  paso a compartir algo de introspección personal:

Me puse a revisar escritos que he conservado en archivos digitales desde el año 2,000.  Los anteriores, previos a la era  digital, son otra cosa.  Los trabajaba a máquina, ya fuera mecánica o eléctrica, los enviaba por fax y más delante los revisaba ya impresos en el papel.  De esos archivos una querida amiga digitalizó todo el material y, al menos, ya está clasificado.  Volviendo a los archivos digitales, ahora que pongo orden a mis textos, releo y los voy acomodando en carpetas por género, por tópico o de acuerdo con el medio donde se publicaron. Me topo con facetas de mí misma que tenía, si no olvidadas, sí relegadas en alguna polvosa carpeta de mi memoria.  En esos escritos me encuentro a mí misma en distintas circunstancias, las que marcaron el tono del texto, encerrado en el concepto de “temperatura emocional” expresado por Borges.  Contrario a lo que hubiera esperado, me asombra que, al pasar mis ojos por encima de esas líneas, me lleva perfectamente a colocarme frente a la imagen, la vivencia personal o la noticia que  disparó esa sucesión de ideas que aterrizaron en la cuartilla.   Ello confirma una vez más el concepto filosófico de que la idea transmuta en palabra, y la palabra se expresa y nos construye.  Lo anterior  para significar que estamos hechos de palabras.

Me fascinaría que lo dicho animara al lector a sentarse a escribir.  No sé si lo consiga.  Lo que sí quiero implantar es la inquietud de no ir a la cama sin haber reflexionado qué elementos del día que termina lo hacen particular y único en nuestra vida.  Qué nos aportaron otros, pero aún más importante, de qué manera contribuimos nosotros a volver significativo para ellos el día que termina.  Que antes de cerrar los ojos puedan sonreír al evocar nuestra persona.

¡Vaya! No tienen que ser grandes cosas.  No tienen que ser de la tienda.  Hay tantos pequeños gestos que pueden hacer una gran diferencia al recibirlos.  Y una diferencia más grande todavía, cuando los damos.  No escamoteemos a la vida la gratitud: Por los elementos de la naturaleza que siguen acompañándonos a pesar de la forma como la hemos dañado.   Por la familia que nos apuntala y anima.  Por los amigos que se hacen presentes.  Por el acceso al conocimiento que alcanzamos al asomarnos a través de la ventana, o bien, al pulsar un botón o estirar un brazo para tomar un libro.  De ese modo nos transportamos a otros panoramas  que nos enriquecen, para apreciar la realidad de un modo distinto.

Ha resultado muy divertido visitar al “mí misma” de hace diez o veinte años y vivir de una forma muy directa situaciones que, sin leerlas, tal vez jamás habría traído a la memoria.  Descubrir escenarios de una ciudad o un país que se ha modificado de muchos modos; añorar elementos que ya no existen, y asombrarme por esos recursos novedosos que avanzan a pasos agigantados.  Uno de ellos, la inteligencia artificial, que aún no acabamos de comprender, pero ya tenemos encima de nuestra cotidianidad.

Todavía existen abuelas que cuentan cuentos.  Su amorosa dedicación a la palabra oral o escrita abona a sociedades más humanistas.  Utilizo esta palabra en su estricta connotación, más allá de las deformaciones políticas tan de moda en estos tiempos.  Necesitamos fomentar en nuestros niños la sensibilidad, contribuir al desarrollo de la inteligencia emocional, esa empatía que lleva a actuar para que por encima del interés del individuo prevalezca el desarrollo del bien colectivo.  De mis abuelas conservo maravillosas memorias que luego hallo reflejadas en mis textos, lo cual no deja de asombrarme, cuando ha pasado tanto tiempo desde que se las escuché.

Tarea muy útil la de revisar y poner orden en nuestras memorias.  Trae grandes beneficios para el espíritu.  Lleva a repasar momentos especiales que, quizá, de otro modo no habríamos recordado.   Más importante aún: invita a que esa introspección nos lleve a dar gracias a la vida por lo que somos, lo que hemos vivido, enfrentado y superado, bajo la consigna de hacer de cada día algo significativo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario