BALANCE DE NAVIDAD
Llega la Navidad con todo su esplendor. El ambiente se torna festivo para la gran
mayoría; para algunos es una fecha dolorosa por esos seres queridos que han
partido a otra dimensión. Aun así, todos
albergamos cierta alegría infantil; traemos a la memoria la magia de nuestra
propia niñez. En esa temprana edad no logramos
compararnos con otros niños.
Independientemente del presupuesto familiar para la ocasión, vivimos la
magia de la temporada, gozando cada momento al lado de los seres queridos.
En contraste con esas edades mágicas, conforme crecemos los
sentimientos van modificándose; comenzamos a pensar en los regalos y las
formas, algunas veces más que en la
esencia de la ocasión. Vamos cayendo presas de la mercadotecnia con sus
incontables mensajes subliminales que nos invitan a la compra, tal vez más allá
de lo programado. Luego llega enero con
su decepcionante cuesta que no hallamos cómo sortear.
Este año más que nunca, me atrevo a pensar, es momento de
alejarnos de los regalos materiales para enfocarnos en lo que es: en los
sentimientos que albergamos hacia nuestros seres queridos. Regalar nuestro tiempo y nuestra atención,
alejados de formulismos, para conocer en realidad cómo está esa persona, qué
siente, qué anhela… En lo particular los saludos masivos en redes sociales con
dibujos o fotografías que representan los deseos de temporada, me resultan una
forma de lugares comunes en los que fácilmente caemos. Por su parte, un saludo personalizado de dos
líneas, que denote que estamos pensando en especial en ese destinatario particular,
puede hacer mucho, pero mucho bien.
¿Qué pasa si por esta ocasión intentamos ser más originales
en nuestras felicitaciones? ¿Si tomamos el teléfono para una llamada de dos
minutos? ¿Si, en la medida de lo posible, invitamos a un café a esa persona que
sabemos que está sola? Humanizarnos más
que mercantilizarnos. Descubrir que el
verdadero valor de la experiencia humana no se tasa en pesos y centavos, sino
en atenciones y tiempo.
Dejemos por un momento nuestra zona de confort. Salgamos de la molicie de las costumbres para
emprender un acercamiento distinto a nuestros semejantes. En sitios públicos saludar a quien no
conocemos; mientras conducimos mostrar un ápice de cortesía y no echarnos
encima del que viene al lado o frente a nosotros. Practicar la aceptación de nuestras diferencias,
eso que nos hace humanos e interesantes de explorar unos en otros. Desapegarnos de lo rutinario y sorprendernos
emprendiendo nuevas cosas. Percibir la
sensación tan agradable que produce el ser generosos, más allá de lo que nos
correspondería dar por simple
matemática.
Dejemos de lado esos miedos que nos paralizan y nos
enclaustran. En la medida de lo que la
prudencia dicta, salgamos de nuestra carcasa para expresar los sentimientos por
otros. Sin prejuicios, sin limitaciones
impuestas por el absurdo “qué dirán”. Durante
esta temporada dejemos de lado las etiquetas que mucho daño hacen, tanto para
quien etiqueta como para quien es etiquetado.
Rompamos paradigmas; atrevámonos a mirar más allá de los
condicionamientos que la sociedad impone desde su absurdo anonimato. Dejemos firma de autenticidad en todo lo que
hacemos, sin que nos frene la opinión que otros puedan tener respecto a lo
nuestro. Finalmente, cada uno tiene el
absoluto derecho de hacer de su vida un papalote, y las opiniones ajenas no
tienen por qué definir la ruta de nuestro propio navío. Cada uno de nosotros, tras su propio timón,
es dueño y señor de su plan de navegación.
Que pasen una temporada serena, de alegre
acompañamiento. Un tiempo de reflexión
frente a este año que concluye. Contagiémonos de la alegría de los niños; de la
magia que priva en estas fechas para ellos.
Demos gracias al cielo por las oportunidades que nos ha dado. Algunas a través del gozo; otras a través del
dolor, pero finalmente, cada una de ellas, en sus variopintos matices, ha sido
ocasión para el crecimiento espiritual.
La lista de cada uno de nosotros es tan variada como distintos somos. La sensación de agradecimiento nos hace
percibir cuan privilegiados hemos sido en las pequeñas cosas, las de todos los
días: el diario sustento; un techo; una familia. Los sentidos que nos conectan unos con otros
y nos permiten expandir las amplias alas del aprendizaje personal. Gracias por esas oportunidades que llegaron a
nuestra vida de forma inesperada, y gracias también por los deseos no
cumplidos, que invitan a entender que no
eran prioritarios en nuestra vida. Y así reencauzar la lucha.
Ser felices con lo que tenemos; valorarlo. Ser agradecidos y aprender a compartir. Grandes lecciones que nos regala esta
temporada.
Va un cálido abrazo y mis mejores deseos para cada uno de
ustedes.