domingo, 25 de diciembre de 2022

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza

 

EPIFANIA DE  LA MAÑANA HELADA

Todas las criaturas guardan absoluto silencio, si acaso interrumpido por una gélida ráfaga que se ríe, traviesa, de los afanes humanos por combatir el frío.

En el pequeño patio mis amadas plantas lucen abrigos variopintos de distintos tamaños, con los cuales pretendo poner a salvo su integridad foliácea.  Para la siguiente mañana uno de esos abrigos se ha volado y el ser vegetal ha muerto.  Luce su marchitez en pleno.  Más allá la sábila, que el día antes de la primera helada lucía vanidosa una flor en la cúspide de su largo tallo, también ha perecido.  Fracasó mi torpe propósito por salvarla. El frío ha cobrado su cuota con su aliento de muerte.

Me pregunto dónde se refugian las menudas aves que, a la mañana siguiente, en singular alborozo, revolotearán en torno a la pila de agua, como si nada hubiera sucedido…

Rigor de la naturaleza sobre sus criaturas, el cual no podríamos pretender doblegar.

El Creador esboza una sonrisa ante la lección aprendida hoy por todos nosotros: La sabia humildad de saber reconocernos como un engranaje más en el libro infinito de la vida.

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

BALANCE DE NAVIDAD

Llega la Navidad con todo su esplendor.  El ambiente se torna festivo para la gran mayoría; para algunos es una fecha dolorosa por esos seres queridos que han partido a otra dimensión.  Aun así, todos albergamos cierta alegría infantil; traemos a la memoria la magia de nuestra propia niñez.  En esa temprana edad no logramos compararnos con otros niños.  Independientemente del presupuesto familiar para la ocasión, vivimos la magia de la temporada, gozando cada momento al lado de los seres queridos.

En contraste con esas edades mágicas, conforme crecemos los sentimientos van modificándose; comenzamos a pensar en los regalos y las formas, algunas veces  más que en la esencia de la ocasión. Vamos cayendo presas de la mercadotecnia con sus incontables mensajes subliminales que nos invitan a la compra, tal vez más allá de lo programado.  Luego llega enero con su decepcionante cuesta que no hallamos cómo sortear.

Este año más que nunca, me atrevo a pensar, es momento de alejarnos de los regalos materiales para enfocarnos en lo que es: en los sentimientos que albergamos hacia nuestros seres queridos.  Regalar nuestro tiempo y nuestra atención, alejados de formulismos, para conocer en realidad cómo está esa persona, qué siente, qué anhela… En lo particular los saludos masivos en redes sociales con dibujos o fotografías que representan los deseos de temporada, me resultan una forma de lugares comunes en los que fácilmente caemos.  Por su parte, un saludo personalizado de dos líneas, que denote que estamos pensando en especial en ese destinatario particular, puede hacer mucho, pero mucho bien.

¿Qué pasa si por esta ocasión intentamos ser más originales en nuestras felicitaciones? ¿Si tomamos el teléfono para una llamada de dos minutos? ¿Si, en la medida de lo posible, invitamos a un café a esa persona que sabemos que está sola?   Humanizarnos más que mercantilizarnos.  Descubrir que el verdadero valor de la experiencia humana no se tasa en pesos y centavos, sino en atenciones y tiempo.

Dejemos por un momento nuestra zona de confort.  Salgamos de la molicie de las costumbres para emprender un acercamiento distinto a nuestros semejantes.  En sitios públicos saludar a quien no conocemos; mientras conducimos mostrar un ápice de cortesía y no echarnos encima del que viene al lado o frente a nosotros.  Practicar la aceptación de nuestras diferencias, eso que nos hace humanos e interesantes de explorar unos en otros.  Desapegarnos de lo rutinario y sorprendernos emprendiendo nuevas cosas.  Percibir la sensación tan agradable que produce el ser generosos, más allá de lo que nos correspondería dar  por simple matemática.

Dejemos de lado esos miedos que nos paralizan y nos enclaustran.  En la medida de lo que la prudencia dicta, salgamos de nuestra carcasa para expresar los sentimientos por otros.  Sin prejuicios, sin limitaciones impuestas por el absurdo “qué dirán”.  Durante esta temporada dejemos de lado las etiquetas que mucho daño hacen, tanto para quien etiqueta como para quien es etiquetado.  Rompamos paradigmas; atrevámonos a mirar más allá de los condicionamientos que la sociedad impone desde su absurdo anonimato.  Dejemos firma de autenticidad en todo lo que hacemos, sin que nos frene la opinión que otros puedan tener respecto a lo nuestro.  Finalmente, cada uno tiene el absoluto derecho de hacer de su vida un papalote, y las opiniones ajenas no tienen por qué definir la ruta de nuestro propio navío.  Cada uno de nosotros, tras su propio timón, es dueño y señor de su plan de navegación.

Que pasen una temporada serena, de alegre acompañamiento.  Un tiempo de reflexión frente a este año que concluye. Contagiémonos de la alegría de los niños; de la magia que priva en estas fechas para ellos.  Demos gracias al cielo por las oportunidades que nos ha dado.  Algunas a través del gozo; otras a través del dolor, pero finalmente, cada una de ellas, en sus variopintos matices, ha sido ocasión para el crecimiento espiritual.  La lista de cada uno de nosotros es tan variada como distintos somos.  La sensación de agradecimiento nos hace percibir cuan privilegiados hemos sido en las pequeñas cosas, las de todos los días: el diario sustento; un techo; una familia.  Los sentidos que nos conectan unos con otros y nos permiten expandir las amplias alas del aprendizaje personal.  Gracias por esas oportunidades que llegaron a nuestra vida de forma inesperada, y gracias también por los deseos no cumplidos, que  invitan a entender que no eran prioritarios en nuestra vida. Y así  reencauzar la lucha.

Ser felices con lo que tenemos; valorarlo.  Ser agradecidos y aprender a compartir.  Grandes lecciones que nos regala esta temporada.

Va un cálido abrazo y mis mejores deseos para cada uno de ustedes.

CARTÓN de LUY

 


Andrea Bocelli con su hija Virginia: Aleluya. Concierto en vivo

¿Qué le regalarías a tus seres queridos en Navidad?

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

El orgullo, ese sentimiento capaz de levantarte o de hundirte, dependiendo de como lo manejes. Es sano reconocerse méritos y sentirnos orgullosos de los logros propios o que dependen de nosotros en parte. No se puede ser ajeno a ello por más humilde que se sea, es humano y necesario poder sentir esa satisfacción que nos engrandece el alma que permite reconocer nuestras habilidades o virtudes y afianzar la autoestima. Sin embargo, el orgullo no debe desbordarse, ni rebasar ciertas fronteras que impidan se convierta en un sentimiento que impere en nuestros corazones.

Quien deja que el peso del orgullo sea mayor que el amor, que sobrepase nuestra capacidad de perdonar, que nos coloque por encima de los demás impidiéndonos ser capaces de reconocer nuestros propios errores, a actuar con arrogancia, a no ceder a imponer, a lastimar porque lo que interesa es ganar no lograr un acuerdo.

Ese orgullo que impide la reflexión, destructor de las que se pudieran ser las más profundas relaciones, ese que nos convierte en personas intransigentes, que no se conmueven, que descalifican, que agreden, que intercambian la caricia por la ofensa. Ese orgullo que resta, que da incertidumbre, que no construye sino por el contrario, aniquila los más nobles sentimientos, ese enemigo que hay que desterrar del alma, para impedir ser víctimas de su poder.

El amor debe tener más peso que el orgullo; la humildad debiera no ser sinónimo de debilidad, sino una maravillosa virtud que nos evita sobrevaluarnos y nos permite ser objetivos, compasivos, reflexivos sobre nuestras relaciones afectivas, siendo mejor escudo que el orgullo para proteger el alma, permitiéndonos ser tolerantes, comprensivos y pacientes, y conservar la paz y el bienestar en nuestras vidas.

Video animado: Estrella navideña