EPIFANIA DE LA MAÑANA
HELADA
Todas las criaturas guardan absoluto silencio, si acaso interrumpido
por una gélida ráfaga que se ríe, traviesa, de los afanes humanos por combatir
el frío.
En el pequeño patio mis amadas plantas lucen abrigos
variopintos de distintos tamaños, con los cuales pretendo poner a salvo su integridad
foliácea. Para la siguiente mañana uno
de esos abrigos se ha volado y el ser vegetal ha muerto. Luce su marchitez en pleno. Más allá la sábila, que el día antes de la
primera helada lucía vanidosa una flor en la cúspide de su largo tallo, también
ha perecido. Fracasó mi torpe propósito
por salvarla. El frío ha cobrado su
cuota con su aliento de muerte.
Me pregunto dónde se refugian las menudas aves que, a la
mañana siguiente, en singular alborozo, revolotearán en torno a la pila de
agua, como si nada hubiera sucedido…
Rigor de la naturaleza sobre sus criaturas, el cual no
podríamos pretender doblegar.
El Creador esboza una sonrisa ante la lección aprendida hoy
por todos nosotros: La sabia humildad de saber reconocernos como un
engranaje más en el libro infinito de la vida.
Me encantó
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