domingo, 22 de agosto de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

VISIÓN A FUTURO

Un grave problema en nuestro país tiene que ver con el tiempo.  No actuamos con visión a futuro.  Identificamos esto en muchos tópicos: más que planificar a largo plazo, estamos ideando soluciones emergentes, como quien dice, apagando fueguitos cuando surgen.

Con relación a la pandemia, no se previó con la debida seriedad un plan de prevención y atención temprana de COVID, lo que ha costado incontables vidas, y no sabemos cuál será el costo económico y social de las secuelas que deje la enfermedad en los sobrevivientes. Todavía no es el momento para hacer el recuento de los daños, pues estamos aún en medio de la tormenta.  El gran dilema en estos momentos gira en torno al regreso a clases para el lunes 30.  Se miden los riesgos sanitarios, que en condiciones ideales serían bajos, pero no en México, cuando buena parte de las escuelas carecen de la infraestructura elemental que asegure una buena higiene.  No hay un diseño arquitectónico que garantice la ventilación de los espacios cerrados ni tenemos la certeza de que todo el personal, no sólo los profesores, tenga su esquema de vacunación completo.  Además, conforme a recientes estudios en el vecino país del norte, se ha visto que evitar contagios en la escuela va en relación directa  con que los padres de los escolares se hallen debidamente vacunados.

Esto es, después de un año y medio de ausencia a las aulas se da la controversia entre volver o no.  Dentro de muchas familias la enfermedad ha impactado, ya sea con muertes o con secuelas de la COVID.  Además de los perjuicios económicos que ha dejado la enfermedad por cierre de centros laborales o muerte de los cabezas de familia.  Para los niños ha sido un tiempo de grandes cambios intrafamiliares; ruptura de esquemas; grandes tiempos muertos y pérdida de marcos de referencia.  Todo México está enfocado en lo que sucederá el lunes, pero poco o nada se está incluyendo lo relativo a la inteligencia emocional de esos niños.

Desde la introducción del concepto de inteligencia emocional como parte de la fórmula de la educación, las cosas han adquirido otro enfoque.  Por ahí circula una frase atribuida a José María Toro, especialista en educación y autor de varios libros, que dice: “De qué sirve que un niño sepa colocar Neptuno en el universo, si no sabe dónde poner su tristeza o su rabia”.

Es justo lo que no estamos incluyendo en el plan maestro de atención a nuestros niños durante y después de la pandemia: La visualización de que esas emociones personales, familiares y políticas van a dejar grandes secuelas en su forma de pensar y de actuar.  Quienes crecimos dentro de un ambiente bastante ordenado y tranquilo, por mera higiene mental hemos tenido que revisar nuestro inventario de emociones propias. Con mayor razón ellos, los niños y adolescentes de hoy, tendrán que hacerlo para sobrevivir.  No se trata de esperar a que esos daños se traduzcan en conductas antisociales para comenzar a apoyarlos.  Hay que empezar desde ahora, a través de intervenciones profesionales, para trabajar a favor de una inteligencia emocional sana.

De acuerdo con el libro: “Inteligencia emocional y bienestar”, de la Universidad de Zaragoza, España, 2014, las cinco acciones clave para desarrollar la inteligencia emocional en la escuela son: 1) Intervenir ante el fracaso; 2) Favorecer la motivación; 3) Facilitar las relaciones humanas; 4) Gestionar conflictos, y 5) Prevenir la violencia.  Si damos una vista a vuelo de pájaro en lo que ha sido la dinámica familiar en gran parte de los hogares durante estos meses, descubriremos que el simple confinamiento ha generado rispideces de todos tamaños.  Recordemos que, en la mente del niño menor de 7 años, esas pérdidas las considera causadas por él; su radio de percepción no alcanza a ver las cosas más allá.  En particular, si hubo una muerte cercana en la familia, ese niño difícilmente se zafará de la idea de que se murió por su culpa.  Ya lo hemos mencionado en alguna ocasión, el niño deprimido suele volverse agresivo. Si no lo tomamos en cuenta y sólo nos enfocamos en reprimir la violencia que expresa, las cosas no podrán resolverse.

Nuestros niños han debido de aprender a cuidarse, me atrevo a afirmar que mucho más que los niños de cualquier otra época.  Llevan una carga de responsabilidad muy grande para su edad.

Necesitamos programas educativos con planeación a futuro, anticipándose a intervenir de manera oportuna frente a cada problema que se identifique como potencial.  Es indispensable que exista congruencia entre las necesidades reales y las soluciones concretas, al margen de discursos políticos.  La inteligencia emocional de nuestros futuros ciudadanos está en grave riesgo hoy.  Nos corresponde a nosotros, dentro y fuera del aula, velar por ella.

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza

 

EPIFANÍA DEL SILENCIO

La mañana del domingo es el rincón más apacible de la semana.  Todo parece dormir para cuando mis pasos rompen la quietud al alba de este día.

Mi pequeño jardín, pleno de verdor, si acaso se mece con el vientecillo que pasea, sigiloso, en torno a las exuberantes albahacas, que se sienten señoras de la tierra, inundando de aroma el aire que da cabida a sus verdes copetes.

Los ladridos de los perros de la casa vecina rompen en algún momento el silencio abacial de la mañana.  Es la vida, esa que no deja de revelarse en espacios insólitos.  Es la vida que se niega a darse por vencida frente al avance maligno de la enfermedad.

En mi jardín se hallan en pausa, como suspendidos, todos los dolores de quienes han venido sufriendo alrededor del mundo.  Los llantos de sus seres amados se esparcen cual gotas de rocío en el total silencio.  Se deja sentir la fragante esperanza, antes de que el hombre, y los ruidos del hombre, y sus hondas desazones, rompan el silencio monacal de las primeras horas.

Es por esa razón que corro cada mañana a mi pequeño jardín, a respirar la vida que aún se vuelca en derredor para mis sentidos. Quiero verla, escucharla, aspirarla hasta lo más profundo.

Este domingo, el rincón más apacible de la semana, me apresuro a  hacerlo, antes de que el tiempo, o la imprudencia, o un juego de naipes mal jugado, me lo lleguen a impedir.

John Williams 50 años de composiciones musicales para cine: Ceremonia de entrega de los Óscar

 
Agradezco a Sylvia Martha, amiga del alma, por tan valioso aporte. Todo un recorrido por el cine hollywoodense del siglo veinte.

POESÍA DE NADIA ANJUMAN, poeta afghana (1980-2005)





No tengo ganas de abrir la boca
¿Qué debo cantar?
Yo, odiada por la vida,
No hay diferencia entre cantar y no cantar.
¿Por qué debo hablar de la dulzura
Cuando siento tanta amargura?
Oh, el festín del opresor
Me tocó la boca.
No tengo ni un compañero en esta vida
¿Para quién puedo ser dulce?
No hay diferencia entre hablar, reír,
Morir, ser.
Yo con mi soledad agotada
Con dolor y tristeza.
Nací para nada.
La boca se debe precintar.
Oh, mi corazón, ya sabes que es primavera
Y momento para celebrar.
¿Qué debo hacer con un ala atrapada,
Que no me deja volar?
He estado callada demasiado tiempo
Pero nunca olvido la melodía,
Porque cada momento cuchicheo
Las canciones de mi corazón
Que me recuerdan el
Día que voy a romper la jaula.
Volar de esta soledad
Y cantar con melancolía.
No soy un débil álamo
Que cualquier viento va a sacudir.
Soy una mujer afgana,
Así que sólo tiene sentido gemir.

Tomada de la página de Mohamed El Morabet

Gracias, tía Cecy por esta sensible sugerencia.  

La historia de siempre: VIDEO

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez





Ayer oía sobre un libro que se está difundiendo,el nombre llamó especialmente mi atención: "Cuando mamá lastima" era el título. A grandes rasgos me enteré de como era tratado el tema. Al instante pasaron por mi mente los reproches que hice tantas veces por lo que juzgaba injusticias en el proceder de mi madre, al mismo tiempo lo que yo me he reprochado otras tantas de mis errores al corregir a mis hijos.

El solo título me infligió tremendo dolor, repasé una y otra vez no todos, pos supuesto, porque mi memoria solo tiene reserva limitada y seguramente guarda más a favor que en contra, pero de solo pensar en lo que pudieran decir mis hijos sobre lo que de mi actuación como madre les dañó, me sentí momentáneamente culpable e infeliz. Yo sola imaginé un ataque tripartita que seguramente merecía. En cuanto al juicio que yo hacía de mi madre, lo digo sinceramente, de nuevo me sentí culpable de poder algo reclamarle, a mi edad ya vi pasar la vida del otro lado y entendí perfectamente que no tenía nada que no pudiera comprender y justificar, mi madre fue mujer entregada al cien por ciento a la tarea de crianza.

Yo por mi parte, en otra época, con otras aspiraciones y habiendo compartido mi maternidad con la profesión, sentí que tenía más posibilidades de haber lastimado a mis hijos, en un arranque de esos que solemos tener las madres en que somos presas de la tremenda responsabilidad de educar a unos hijos que además queremos sean perfectos, y sentir la impotencia de no estarlo logrando cabalmente, sin contar que a esto se agregan situaciones estresantes de enfermedad o limitaciones económicas, un sin fin de situaciones que nos complican la existencia y nos hacen muchas veces terminar desquitando frustraciones con los menos responsables.

Por un momento, sentada en la silla de los acusados, sentí que lo único que me quedaba era pedir perdón, por todo aquello y que no era poco.

Quizá por mecanismo de defensa, o quizá porque mi conciencia lo dictó, terminé levantándome de esa silla, ¿que lograría con juzgarme como madre, o el que mis hijos lo hicieran? ¿que bien les haría a ellos un perdón a destiempo? ¿que huella dejaría el pasar por el dolor de un reclamo extemporáneo hacia un acto que se no fue llevado ni por la irresponsabilidad, ni por desamor? No era soberbia lo que me hacía rechazar el ser juzgada, humildad tengo para poder reconocer errores, pero si hablamos de sanación en la relación con nuestros hijos, apelo más a la conciencia que el mismo tiempo y experiencias te van dando. Apuesto a que la buena voluntad y el amor que se entrega día a día en esta ardua labor de ser madres, haga que llegue a inclinar en la balanza todo lo positivo a nuestro favor.

Al final de mi soliloquio, quedé en paz "cuando mamá lastima" pero ama, protege, educa y hace todo lo que está a su alcance para lograr que sus hijos sean felices, tiene más que atenuantes para ser perdonada. Nadie puede escapar del juicio de los hijos, pero la certeza tengo de que siempre seremos exoneradas cuando fue el amor el que nos guió.


Contacto (Контакт), 1978-animación.