domingo, 3 de noviembre de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 HUELLAS, NADA MÁS

Me sucede con cierta frecuencia: el mayor reto a la hora de publicar es ponerle nombre al niño.  Un título que simbolice el contenido de lo que voy a abordar.  El presente salió con relativa facilidad.  Ya escrito y justo en el ambiente que pretendo evocar, recordé una canción de Javier Solís que se escuchaba en la radio en los años sesenta, solo que en vez de huellas la canción hablaba de sombras.

En estas fechas se llevan a cabo diversas celebraciones con motivo del Día de Muertos.  Tradiciones otrora confinadas al centro y sur de México se han extendido, los colores morado y anaranjado del bello papel picado de los altares de finados se halla presente, con determinadas variaciones según la región.   La muerte es la gran invitada que se regodea entre candelas encendidas, sahumerios, cempasúchil, viandas y las infaltables golosinas: alfeñiques y pan de muerto con sus diseños representativos del gran final, escarchados con azúcar. Fotografías y prendas del finado, cruces de sal y un perro que indique el camino desde el Mictlán.

Hoy deseo hablar sobre cómo impacta en nosotros el tiempo pasado.  Esta celebración está dedicada a recordar a quienes se nos han adelantado en el camino, es una pausa para vivir nuestro duelo a profundidad, pero nada más.  No debemos quedarnos enganchados a ese tiempo que ya no es real.  Cierto, en ocasiones cuesta mucho trabajo hacerlo, pero la vida sigue su avance siempre para adelante y nosotros debemos fluir con ella, hacia la renovación constante de nuestra propia persona. La gran tarea que tiene cada ser humano en esta vida es conocerse, identificar uno a uno sus talentos y ponerlos a trabajar.  Hacerlo, no como una obligación por cumplir, sino como una oportunidad para disfrutar el trabajo activo a favor de una causa superior a la propia persona.

Justo, revisando la función de un personaje dentro de una historia, entendemos que al personaje lo definen incontables circunstancias: Su aspecto físico, la relación que guarda con el resto de los personajes, pero –finalmente—es definido por sus acciones dentro de la trama.  Es el mismo caso en la vida real, nuestros actos definen quiénes somos.  Los actos derivan de nuestros pensamientos y su continuidad a través del tiempo los convierte en hábitos.  De este modo, lo que somos se manifiesta a través de lo que hacemos y llevan el sello del propósito vital que nos hace brincar de la cama cada mañana con un proyecto en mente.

Es bien conocido que permanecer emocionalmente en el pasado acarrea depresión. Tanto porque no estamos aprovechando nuestro presente, como porque --al fin humanos—tendemos a romantizar ese tiempo que ya se fue, en donde todo era mejor, los seres humanos eran maravillosos, etcétera.  La razón que modela esos tiempos de dicho modo es muy sencilla: nuestra propia persona de entonces tenía una estructura emocional distinta.  Fundamentalmente lo que recordamos viene cribado por las sensaciones que vivimos, desde la persona que éramos entonces.

Es muy bello recordar esos momentos dichosos de infancia y juventud, nuestras raíces.  Recordar y honrar, por elemental justicia.  En ello están las bases del árbol del que hoy somos ramas.  Evitemos, no obstante, quedarnos atrapados en un tiempo que ya no existe y que finalmente absorbe nuestra energía del presente.  Sabemos que para estas festividades tan hermosas contamos con la admiración de muchas naciones extranjeras, que reconocen lo nuestro como un patrimonio intangible único.  Aun así, por más que nos duelan esos seres queridos que han partido, no podemos instalarnos en el ayer.  Ellos, nuestros muertos, no lo hubieran querido así para nosotros.

Una pieza poética entrañable es la escrita por nuestro preclaro Alfonso Reyes por la muerte de su padre, el General Bernardo Reyes, a las afueras de Palacio Nacional, asesinato que se enmarca en los terribles eventos de la Decena Trágica en febrero de 1913.  Inicia con estas palabras: “¿En qué rincón del tiempo nos aguardas, /desde qué pliegue de la luz nos miras? […] Y si seguí viviendo desde entonces/es porque en mí te llevo, en mí te salvo…” El poema fue escrito en el aniversario de la muerte del general Reyes, pero en 1930, y fue publicado en forma póstuma. Quizás el escritor pensaba guardárselo para sí nada más; los amantes de las letras agradecemos que haya traspasado las fronteras de lo íntimo y hoy sea de todos nosotros.  En sus letras vemos cómo, a pesar del terrible dolor que padeció por la violenta muerte de su padre, se plantó en el presente, sí para evocar la figura del padre, no para anclarse en el pasado.

Nuestras bellas tradiciones en torno al Día de Muertos nos representan en el concierto mundial.  Vivámoslas. Al amanecer  recojamos nuestro dolor y reemprendamos la marcha

CARTÓN de LUY

 


El éxtasis del oro (de la película "El bueno, el malo y el feo" con Hauser

RAY BRADBURRY ACERCA DE LA MUERTE


"Cuando morimos, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio adonde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. No importa lo que hagas – decía – en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ello tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un autentico jardinero esta en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí. El jardinero estará allí para siempre”.

Tomado de la página: Revista Literaria La Noche de las Letras.

Meditación y estrés: Charla de Daniel López Rosetti

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


He oído decir varias veces que la gente no cambia. Quizá si algo tiene implícito el hecho de sobrevivir en este mundo, es la posibilidad de adaptación y el vencer la resistencia al cambio.

Cambiar no implica necesariamente un acto voluntario, a veces es tan ajeno a ello que nos sorprende a nosotros mismos el modificar hábitos, actitudes que habíamos tenido por largo tiempo. Cambiar muchas veces será causa de satisfacción, en otras la incapacidad de hacerlo, a pesar de que la vida misma nos lo exige nos ocasionará frustración, depresión, un rechazo a aceptar que ya no va más lo que antaño nos había funcionado. Decía Ortega y Gasset "yo soy yo y mi circunstancia" , a veces tenemos a posibilidad de transformar ésta, cuando no, la transformación habrá de ocurrir en nosotros.

La neuroplasticidad, que ahora sabemos no tiene limite de edad, tiene la posibilidad de llevarnos a cambios positivos, pero también a cambios desfavorables, nuestro aprendizaje puede ir en uno u otro sentido.

Cambia, todo cambia, diría musical y bellamente Mercedes Sosa, y al cambiar nuestro entorno, nuestro cuerpo, nuestras necesidades y posibilidades, a veces con cambios drásticos impuestos por los sucesos que la vida nos impone, tendremos que renovar, que aprender, que desaprender, que incluir o desechar de nuestro archivo intelectual y emocional, Cambiaremos perspectivas, anhelos que quedan inconclusos tendrán que quedar en el limbo de lo inalcanzable y ser suplidos por aquellos que nuestras nuevas circunstancias nos hagan sentir son posibles.

Si, cambia la vida, cambiamos nosotros, sin embargo, tengo la certeza de que hay una esencia que permanece incólume, que se mantiene y nos mantiene con un código espiritual reconocible a través de toda nuestra vida, una esencia que nos define. Hay ese algo que no transmuta, que permite que a pesar del tiempo y de las circunstancias seamos  seres de luz u obscuridad, sensibles o insensibles, empáticos o indiferentes, esa energía que nos hace vibrar, virtud divina que prevalece ante el cambio y que sería deseable todos los seres humanos lleváramos por siempre en nuestro interior; se llama AMOR!

El primer otoño: Cortometraje animado