HUELLAS, NADA MÁS
Me sucede con cierta frecuencia: el mayor reto a la hora de
publicar es ponerle nombre al niño. Un
título que simbolice el contenido de lo que voy a abordar. El presente salió con relativa
facilidad. Ya escrito y justo en el
ambiente que pretendo evocar, recordé una canción de Javier Solís que se
escuchaba en la radio en los años sesenta, solo que en vez de huellas la
canción hablaba de sombras.
En estas fechas se llevan a cabo diversas celebraciones con
motivo del Día de Muertos. Tradiciones
otrora confinadas al centro y sur de México se han extendido, los colores morado
y anaranjado del bello papel picado de los altares de finados se halla presente,
con determinadas variaciones según la región.
La muerte es la gran invitada que se regodea entre candelas encendidas, sahumerios,
cempasúchil, viandas y las infaltables golosinas: alfeñiques y pan de muerto
con sus diseños representativos del gran final, escarchados con azúcar. Fotografías
y prendas del finado, cruces de sal y un perro que indique el camino desde el
Mictlán.
Hoy deseo hablar sobre cómo impacta en nosotros el tiempo
pasado. Esta celebración está dedicada a
recordar a quienes se nos han adelantado en el camino, es una pausa para vivir
nuestro duelo a profundidad, pero nada más.
No debemos quedarnos enganchados a ese tiempo que ya no es real. Cierto, en ocasiones cuesta mucho trabajo
hacerlo, pero la vida sigue su avance siempre para adelante y nosotros debemos
fluir con ella, hacia la renovación constante de nuestra propia persona. La
gran tarea que tiene cada ser humano en esta vida es conocerse, identificar uno
a uno sus talentos y ponerlos a trabajar.
Hacerlo, no como una obligación por cumplir, sino como una oportunidad
para disfrutar el trabajo activo a favor de una causa superior a la propia
persona.
Justo, revisando la función de un personaje dentro de una
historia, entendemos que al personaje lo definen incontables circunstancias: Su
aspecto físico, la relación que guarda con el resto de los personajes, pero
–finalmente—es definido por sus acciones dentro de la trama. Es el mismo caso en la vida real, nuestros
actos definen quiénes somos. Los actos
derivan de nuestros pensamientos y su continuidad a través del tiempo los
convierte en hábitos. De este modo, lo
que somos se manifiesta a través de lo que hacemos y llevan el sello del
propósito vital que nos hace brincar de la cama cada mañana con un proyecto en
mente.
Es bien conocido que permanecer emocionalmente en el pasado
acarrea depresión. Tanto porque no estamos aprovechando nuestro presente, como
porque --al fin humanos—tendemos a romantizar ese tiempo que ya se fue, en
donde todo era mejor, los seres humanos eran maravillosos, etcétera. La razón que modela esos tiempos de dicho
modo es muy sencilla: nuestra propia persona de entonces tenía una estructura
emocional distinta. Fundamentalmente lo
que recordamos viene cribado por las sensaciones que vivimos, desde la persona
que éramos entonces.
Es muy bello recordar esos momentos dichosos de infancia y
juventud, nuestras raíces. Recordar y
honrar, por elemental justicia. En ello
están las bases del árbol del que hoy somos ramas. Evitemos, no obstante, quedarnos atrapados en
un tiempo que ya no existe y que finalmente absorbe nuestra energía del
presente. Sabemos que para estas
festividades tan hermosas contamos con la admiración de muchas naciones
extranjeras, que reconocen lo nuestro como un patrimonio intangible único. Aun así, por más que nos duelan esos seres
queridos que han partido, no podemos instalarnos en el ayer. Ellos, nuestros muertos, no lo hubieran
querido así para nosotros.
Una pieza poética entrañable es la escrita por nuestro
preclaro Alfonso Reyes por la muerte de su padre, el General Bernardo Reyes, a
las afueras de Palacio Nacional, asesinato que se enmarca en los terribles eventos
de la Decena Trágica en febrero de 1913.
Inicia con estas palabras: “¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,
/desde qué pliegue de la luz nos miras? […] Y si seguí viviendo desde
entonces/es porque en mí te llevo, en mí te salvo…” El poema fue escrito en el
aniversario de la muerte del general Reyes, pero en 1930, y fue publicado en
forma póstuma. Quizás el escritor pensaba guardárselo para sí nada más; los
amantes de las letras agradecemos que haya traspasado las fronteras de lo
íntimo y hoy sea de todos nosotros. En
sus letras vemos cómo, a pesar del terrible dolor que padeció por la violenta
muerte de su padre, se plantó en el presente, sí para evocar la figura del
padre, no para anclarse en el pasado.