Cambiar no implica necesariamente un acto voluntario, a veces es tan ajeno a ello que nos sorprende a nosotros mismos el modificar hábitos, actitudes que habíamos tenido por largo tiempo. Cambiar muchas veces será causa de satisfacción, en otras la incapacidad de hacerlo, a pesar de que la vida misma nos lo exige nos ocasionará frustración, depresión, un rechazo a aceptar que ya no va más lo que antaño nos había funcionado. Decía Ortega y Gasset "yo soy yo y mi circunstancia" , a veces tenemos a posibilidad de transformar ésta, cuando no, la transformación habrá de ocurrir en nosotros.
La neuroplasticidad, que ahora sabemos no tiene limite de edad, tiene la posibilidad de llevarnos a cambios positivos, pero también a cambios desfavorables, nuestro aprendizaje puede ir en uno u otro sentido.
Cambia, todo cambia, diría musical y bellamente Mercedes Sosa, y al cambiar nuestro entorno, nuestro cuerpo, nuestras necesidades y posibilidades, a veces con cambios drásticos impuestos por los sucesos que la vida nos impone, tendremos que renovar, que aprender, que desaprender, que incluir o desechar de nuestro archivo intelectual y emocional, Cambiaremos perspectivas, anhelos que quedan inconclusos tendrán que quedar en el limbo de lo inalcanzable y ser suplidos por aquellos que nuestras nuevas circunstancias nos hagan sentir son posibles.
Si, cambia la vida, cambiamos nosotros, sin embargo, tengo la certeza de que hay una esencia que permanece incólume, que se mantiene y nos mantiene con un código espiritual reconocible a través de toda nuestra vida, una esencia que nos define. Hay ese algo que no transmuta, que permite que a pesar del tiempo y de las circunstancias seamos seres de luz u obscuridad, sensibles o insensibles, empáticos o indiferentes, esa energía que nos hace vibrar, virtud divina que prevalece ante el cambio y que sería deseable todos los seres humanos lleváramos por siempre en nuestro interior; se llama AMOR!
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