APUESTA POR LA PAZ
Tal es el grado de avance de las tecnologías de la
información y comunicación, que parece haber provocado un agotamiento de
nuestra capacidad de asombro. El hecho
de tener conocimiento en tiempo real de eventos que suceden al otro lado del
mundo es algo que los jóvenes nativos digitales hallan natural, pero que para
quienes migramos de la información tradicional previa a la Internet, no deja de resultar
extraordinaria.
Un cambio de tal envergadura no podía dejar de impactar la
forma de pensamiento y de organización de las sociedades. El que yo sepa en este momento cuántos
muertos por ébola ha habido en África del Oeste me empodera en muchos sentidos,
pues me permite diseñar una forma de prevenir esa enfermedad remota en mi vida
personal. De igual modo esta
accesibilidad nos encamina en otros sentidos no tan plausibles.
Después de “Teotihuacan” o de “Guadalupe”, me aventuro a
afirmar que la palabra “Ayotzinapa”, al menos en estas últimas seis semanas, es
la que más identifica a México en el mundo.
Hemos visto cómo en puntos geográficos por demás distantes la juventud
se manifiesta a favor de que regresen con vida los 43 normalistas desaparecidos
hace mes y medio, lo que, con el paso del tiempo, se antoja imposible. Pero el impacto mediático que una tragedia
estudiantil ha despertado en todo el orbe, es un parteaguas en la historia de
la comunicación mediada por computadora.
Soy la primera en reconocer que la desaparición de estudiantes
significa al país algo así como un gran furúnculo que crece, explota y riega su
contenido. Debajo de él se han dado, a
lo largo del tiempo, condiciones para que un evento de esta naturaleza suceda,
y que de manera cínica se pretenda manejar como cualquier cosa. Sin embargo resulta que a la vuelta de los
días y las semanas el movimiento se ha ido desvirtuando; se han subido al carro
de los reclamos grupos de agitadores que poco o nada tienen que ver con la
preocupación de los padres de familia porque aparezcan sus hijos. Comienzan los saqueos, la afectación a
particulares y los destrozos a bienes de la nación, otra vez, ante el pasmo y
parálisis de las autoridades del orden.
No somos uno ni dos los que percibimos como preocupante este
estado de cosas, pues los ánimos se inflaman y el caos reina, para beneficio de
personajes oscuros que poco o nada tienen qué ver con la causa original, y que
hacen del desorden y la rapiña su “modus vivendi”. Los que pagan los platos
rotos son miembros de la iniciativa privada que a su vez son patrones de trabajadores
y obreros que de esa fuente obtienen su diario sustento.
En un pequeño ejercicio de imaginación: ¿Qué pasa si esos grupúsculos
incendiarios van proliferando a lo largo y ancho del territorio nacional? Con
el bloqueo de las vías de comunicación se paraliza el transporte, y con ello se
colapsa el comercio. ¿Resultado? La
escasez, el encarecimiento y el mercado negro.
Con la destrucción de bienes muebles e inmuebles de la nación se
presentará una crisis administrativa de las instituciones, que no abona en nada
a favor del crecimiento como nación. Y
por último, se pone en riesgo la integridad y la vida de ciudadanos para nada
responsables de la desaparición de los 43 muchachos.
De alguna manera, lo que inició como un movimiento de apoyo
a los familiares de los desaparecidos, se viene convirtiendo en una barbarie
mediante la cual el que menos gana es el país.
Retomando lo que tiene que ver con redes sociales, habrá que
recordar que es responsabilidad de cada uno de nosotros analizar la información
que circula en ellas; utilizar nuestra capacidad crítica para disecarla fibra a
fibra y decidir con qué nos quedamos.
No podemos dejarnos llevar de manera visceral por uno u otro dicho;
habrá que atender a fuentes serias, bien documentadas y honestas en sus
propósitos, para conformar nuestro personal punto de vista con relación a lo
que está sucediendo en el país.
Recuerdo una máxima de labios de mi padre, de la que soy una
convencida: “Más vale una paz relativa que la mejor de las guerras”. Jamás la violencia será capaz de imponer la
paz entre los pueblos; jamás los actos bárbaros han abonado al orden de las
naciones. Necesitamos, como sociedad
civil, apostar a la recuperación de las instituciones; urge sanearlas de afanes
mercantilistas que las corroen y corrompen.
Necesitamos organizar un frente cívico capaz de vigilar y
evaluar la limpia y la vuelta al cauce de las instituciones a la fecha debilitadas, desacreditadas y torcidas por el
mal ejercicio de la función pública.