domingo, 2 de noviembre de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 CELEBRACIÓN DE FIELES DIFUNTOS

A propósito de la celebración de la Fiesta de Difuntos en México, retomaba el magnífico ensayo que hizo hace 75 años el gran Octavio Paz, incluido en su libro “El laberinto de la soledad”, que, me atrevo a asegurar, es uno de los estudios antropológicos más completos acerca de lo mexicano.

Comienza hablando de nuestro espíritu festivo que nos llama a invertir tiempo y dinero en conmemorar fechas civiles y religiosas como pocos países en el mundo. Relata que en esos días el mexicano descarga su alma, volcado en gritos, alharacas y tronar cohetes, sin que falte el alcohol, bebida que hermana a los alejados, y tal vez aleje a los cercanos, cuando los niveles del producto en sangre hayan escalado. El asunto es vivir la fiesta a profundidad, muy en contraste con el resto del año, cuando la figura del mexicano suele ser reservada, silenciosa y poco expresiva.

Octavio Paz habla de lo que él denomina “un baño de caos”, que se produce en nuestras grandes fiestas nacionales o religiosas. No lo menciona específicamente así, pero me hizo recordar los carnavales en las costas, previo al inicio de la cuaresma, en donde, tradicionalmente, los obreros de las fincas tenían permiso de actuar de manera festiva y escandalosa con anuencia del patrón.

Nuestro Día de Finados es patrimonio inmaterial de la humanidad, conforme a la UNESCO. Incontables turistas acuden a los sitios más emblemáticos en donde se celebra con especial luminosidad y colorido la ocasión. Por mencionar algunos, están las distintas localidades a lo largo y ancho de la Península de Yucatán; Veracruz; Estado de México, Ciudad de México, diversos poblados de Michoacán y Jalisco, además de localidades de Guanajuato. Las festividades se distinguen de acuerdo con las tradiciones de cada región, lo que provee a los eventos de gran lucimiento.

Con tintes prehispánicos, aunque Paz insiste en mencionar que no es tanto así sino producto de la religiosidad traída por los conquistadores españoles, posee simbolismo muy mestizo, digamos en sus altares de muertos, que tradicionalmente tienen siete pisos que se cruzan en uno y otro sentido, según sea la muerte o el regreso del finado. Se preparan aquellos platillos que él gustaba, se colocan fotografías, ropa y objetos que lo recuerden, y se hace acompañar de elementos como el perro (xoloitzcuintle, para los aztecas), que acompaña al alma en su recorrido a partir del segundo escalón, o la cruz de sal, para purificar el espíritu del que viene, y un vaso de agua para calmar su sed. El colorido original está dado por el tono naranja del cempasúchil y el morado de la mano de león, que abundan en las ofrendas, así como el papel picado, elemento artesanal que no debe faltar, y que con tiempo preparan las habilidosas manos mexicanas. Otros elementos son los alfeñiques, en particular con formas de calaveras adornadas con pastillaje en diversos colores, y el tradicional pan de muerto.

La introducción de las que hoy identificamos como catrinas fue muy posterior, a raíz de algunos grabados satíricos del hidrocálido José Guadalupe Posada, que inicialmente bautizó como “Calaveras Garbanceras”, mismas que más delante Diego Rivera inmortalizó al incluir una de ellas en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, obra que sintetiza 400 años de historia nacional a través de 100 personajes que aparecen en ella y donde el propio Rivera se autorretrató como un niño. Mural originalmente pintado en el lobby del hotel del Prado de la Ciudad de México, justo frente a la Alameda Central, que después del sismo de 1985 tuvo que ser reubicado en el Museo Diego Rivera.

Continuando con Paz: “Cada vez que intentamos expresarnos, necesitamos romper con nosotros mismos”, dando a entender que precisamente esa es la función de nuestras fiestas populares, la ruptura violenta que permite que escape todo lo que llevamos dentro. Y, a propósito del origen de la celebración de Difuntos, él marca una notable diferencia entre la concepción de la muerte para los antiguos pobladores de Mesoamérica y lo que devino tras la llegada de los evangelizadores españoles. La idea de vida y muerte como un continuo se modificó al concepto de vida para merecer la vida eterna, lo que cambió por completo la mentalidad de los evangelizados. Aun así, las festividades han perdurado hasta nuestros días, a lo largo de medio siglo, con, relativamente, pocos cambios.

Momento de recordar y honrar a nuestros difuntos, así como de perpetuar una fiesta que ha colocado a México en el concierto de las grandes celebraciones universales.

CARTÓN de LUY


 

Día de muertos: La Fiesta de los Ancestros con el historiador Juan Manuel Zunzunegui

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

Llamada al cielo

Aló... ¿Me escuchás? No importa, igual te hablo. Te hablo porque hace falta. Porque los extraño. Extraño tu voz como un puerto al que uno siempre vuelve cuando el mar se pone bravo. Extraño tus consejos, esa manera tuya de desarmar problemas enormes con una calma que parecía mentira. No era tanto que tuvieras todas las respuestas; era que me hacías creer que las cosas siempre podían arreglarse. Y, en ese creer, estaba mi paz.

Me falta tu compañía en los viajes. Esa complicidad silenciosa que teníamos cuando veíamos el sol caer al horizonte, cada quien en sus pensamientos, pero juntos. Me hace falta el peso de tu mano en mi hombro, o ese abrazo que no decía nada y lo decía todo. Con vos cerca, hasta el frío del alma era llevadero.

Y sé que me respondés. No con palabras, no, pero me respondés. En el viento que se cuela entre los árboles cuando me detengo a mirar el horizonte. En los recuerdos que me llegan de golpe, como una ola que no avisa. En los silencios que de repente suenan a vos. Es curioso: me basta cerrar los ojos para sentir que el cielo me escucha, como si existiera una línea directa entre mi alma y la tuya.

Entonces llamo al cielo, cada vez que el peso del día me aplasta un poco más. Y vos contestás, siempre contestás. No sé si sos vos, o el universo, o lo que queda de tu abrazo en mi memoria. Pero ahí estás, apaciguando mi alma como siempre. Como nunca. Como solo vos sabías hacerlo...



Los valores han perdido su valor; Charla de Santiago Gutiérrez

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Dos de noviembre, día de muertos. Festejo ancestral, celebración que nuestros antepasados prehispánicos iniciaron y que se mantiene hasta nuestros tiempos. Días en que los altares, los panes, las flores de precioso color naranja intenso y un exótico aroma, llamadas cempasúchil, iconica flor mexicana dan identidad a estas fechas. Fiesta que invade las calles, las casas, los panteones, las almas de los que permanecemos en este mundo y en la que en forma especial en ese día mantienen una comunión con nuestros muertos, en la que festejamos su vida, su permanencia en nuestra memoria, en nuestro corazón, en la que la nostalgia es emoción positiva, de gratos recuerdos, de revivir nuestra convivencia terrenal con ellos. Vienen a nuestra mente, sus risas, sus dichos, el abrazo que alguna vez nos dimos, sus caricias, las enseñanzas que nos dejaron, el cariño que nos unió y que aflora especialmente este día.
Recordarlos, pasarlos una y otra vez por el corazón, a ellos nuestros muertos que tan solo se han invisibilizado físicamente, pero que nos acompañan etéreamente, sin que el transcurso del tiempo nos borre su recuerdo ni el amor que por ellos tuvimos y seguimos manteniendo tan vivo como nosotros mismos.

Descansen en paz mis muertos, van para ustedes mi cariño, mi respeto, admiración, mi agradecimiento a Dios y a la vida por haber tenido la fortuna de ser hija, esposa, tía, cuñada, concuña, prima, nuera, sobrina o amiga y saberme en cada uno de estos vínculos amada.

Mi tributo a ustedes, su permanencia en mi, respetar y honrar su legado, mantener vivo su recuerdo que florece cual cempasúchil todo el año en mi corazón.



La Llorona interpretado en Náhuatl por el Coro "Niño Jesús"