CELEBRACIÓN DE FIELES DIFUNTOS
A
propósito de la celebración de la Fiesta de Difuntos en México, retomaba el
magnífico ensayo que hizo hace 75 años el gran Octavio Paz, incluido en su
libro “El laberinto de la soledad”, que, me atrevo a asegurar, es uno de los
estudios antropológicos más completos acerca de lo mexicano.
Comienza
hablando de nuestro espíritu festivo que nos llama a invertir tiempo y dinero
en conmemorar fechas civiles y religiosas como pocos países en el mundo. Relata
que en esos días el mexicano descarga su alma, volcado en gritos, alharacas y tronar
cohetes, sin que falte el alcohol, bebida que hermana a los alejados, y tal vez
aleje a los cercanos, cuando los niveles del producto en sangre hayan escalado.
El asunto es vivir la fiesta a profundidad, muy en contraste con el resto del
año, cuando la figura del mexicano suele ser reservada, silenciosa y poco
expresiva.
Octavio
Paz habla de lo que él denomina “un baño de caos”, que se produce en nuestras
grandes fiestas nacionales o religiosas. No lo menciona específicamente así,
pero me hizo recordar los carnavales en las costas, previo al inicio de la
cuaresma, en donde, tradicionalmente, los obreros de las fincas tenían permiso
de actuar de manera festiva y escandalosa con anuencia del patrón.
Nuestro
Día de Finados es patrimonio inmaterial de la humanidad, conforme a la UNESCO.
Incontables turistas acuden a los sitios más emblemáticos en donde se celebra
con especial luminosidad y colorido la ocasión. Por mencionar algunos, están
las distintas localidades a lo largo y ancho de la Península de Yucatán;
Veracruz; Estado de México, Ciudad de México, diversos poblados de Michoacán y
Jalisco, además de localidades de Guanajuato. Las festividades se distinguen de
acuerdo con las tradiciones de cada región, lo que provee a los eventos de gran
lucimiento.
Con
tintes prehispánicos, aunque Paz insiste en mencionar que no es tanto así sino
producto de la religiosidad traída por los conquistadores españoles, posee
simbolismo muy mestizo, digamos en sus altares de muertos, que tradicionalmente
tienen siete pisos que se cruzan en uno y otro sentido, según sea la muerte o
el regreso del finado. Se preparan aquellos platillos que él gustaba, se
colocan fotografías, ropa y objetos que lo recuerden, y se hace acompañar de
elementos como el perro (xoloitzcuintle, para los aztecas), que acompaña al
alma en su recorrido a partir del segundo escalón, o la cruz de sal, para
purificar el espíritu del que viene, y un vaso de agua para calmar su sed. El
colorido original está dado por el tono naranja del cempasúchil y el morado de
la mano de león, que abundan en las ofrendas, así como el papel picado,
elemento artesanal que no debe faltar, y que con tiempo preparan las
habilidosas manos mexicanas. Otros elementos son los alfeñiques, en particular
con formas de calaveras adornadas con pastillaje en diversos colores, y el
tradicional pan de muerto.
La
introducción de las que hoy identificamos como catrinas fue muy posterior, a
raíz de algunos grabados satíricos del hidrocálido José Guadalupe Posada, que
inicialmente bautizó como “Calaveras Garbanceras”, mismas que más delante Diego
Rivera inmortalizó al incluir una de ellas en su mural “Sueño de una tarde
dominical en la Alameda Central”, obra que sintetiza 400 años de historia
nacional a través de 100 personajes que aparecen en ella y donde el propio
Rivera se autorretrató como un niño. Mural originalmente pintado en el lobby
del hotel del Prado de la Ciudad de México, justo frente a la Alameda Central,
que después del sismo de 1985 tuvo que ser reubicado en el Museo Diego Rivera.
Continuando
con Paz: “Cada vez que intentamos expresarnos, necesitamos romper con nosotros
mismos”, dando a entender que precisamente esa es la función de nuestras
fiestas populares, la ruptura violenta que permite que escape todo lo que
llevamos dentro. Y, a propósito del origen de la celebración de Difuntos, él
marca una notable diferencia entre la concepción de la muerte para los antiguos
pobladores de Mesoamérica y lo que devino tras la llegada de los
evangelizadores españoles. La idea de vida y muerte como un continuo se
modificó al concepto de vida para merecer la vida eterna, lo que cambió por
completo la mentalidad de los evangelizados. Aun así, las festividades han
perdurado hasta nuestros días, a lo largo de medio siglo, con, relativamente,
pocos cambios.
Momento
de recordar y honrar a nuestros difuntos, así como de perpetuar una fiesta que
ha colocado a México en el concierto de las grandes celebraciones universales.


