domingo, 21 de abril de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


¿HACIA DÓNDE?
Hay grandes hechos que rebasan las fronteras del tiempo y la geografía. Eventos únicos que se inscriben en los libros de historia para siempre.  Tal ha sido el caso del incendio de la Catedral de Notre Dame; al caer la tarde los tonos escarlatas sobre las aguas del Sena se vieron superados por las primeras flamas que comenzaron a elevarse. La escena se tornó   surrealista, conforme avanzaba el fuego contra   la oscuridad   como escenario de fondo.  En lo que a mí se refiere, esa catedral tiene un significado personal y familiar único, aparte de su valor histórico y como joya  arquitectónica .

A través de las redes sociales corrió la noticia.  Al inicio se sospechó que hubiera sido intencional, pronto los especialistas lo desmintieron.  Las reacciones fueron muy variadas, desde un dolor profundo hasta expresiones de contento por parte de grupos extremistas no cristianos.  Tal fue el impacto, que para el siguiente día se habían reunido varios cientos de millones de euros para la reconstrucción,  provenientes, tanto de pequeñas colectas de comunidades católicas, como  fuertes sumas por parte de grandes empresarios.  Fue entonces cuando  comenzó a circular en redes una fotografía de un bebé completamente desnutrido y la  leyenda recriminatoria de que cómo era posible que para la reconstrucción de la catedral se hubieran reunido cerca de mil millones de euros en 24 horas, mientras que para salvar la vida de  esos niños víctimas de la pobreza nadie actuara.

El malestar de quienes lo circulan  es entendible,  sin embargo  reclamar en redes  no es  la solución. 
Tampoco se trata de ir sembrando culpas en quienes simpatizamos con el dolor de los franceses. Como quien quiere comandar el mundo apoltronado en un sillón con el aparato electrónico en las manos, pero la verdad es que esto no lleva a ninguna parte.

Una panorámica a vuelo de pájaro nos señala que nuestro mundo trae perdido el corazón.  Con ello me refiero al espíritu, al sentido último por el que hacemos cada día las cosas que hacemos.   Pareciera que nos invade un hastío, una suerte de abatimiento como quien dice: ¿Y para qué me esfuerzo, o planeo, o me animo…? Y entonces vamos y caemos en las cosas vanas, nos enfocamos a la imagen, como si esta fuera la llave mágica que abre el mundo de las posibilidades.  Las personas delgadas se someten a cirugías bariátricas hasta quedar como hologramas.  Las personas maduras comienzan una secuencia de cirugías plásticas para conservar la juventud. Las canas se cubren, y tantas otras monerías se llevan a cabo para estar acordes con lo que el mundo dicta que debe de ser. Lo más extraño del caso es que nos dejamos llevar justo  por lo que otros dicen, hacen, reprueban o determinan, tantas  veces dejando al margen lo que yo en mi persona debería decidir por y para mí.

En aquella sensación de vacío hay ratos cuando  actuamos por arranques, a favor o en contra de una causa. Arranques de ira de cuando en cuando.  Impulsos que nos llevan en uno u otro sentido a emprender acciones que quizá después estemos lamentando.

Si yo decido ayudar a prevenir la extinción del camello bactriano en Mongolia, o del pez napoleón en el Índico, ¡qué bueno! Si hacerlo me proporciona  un sentido de trascendencia, porque llevo a cabo algo por un ser vivo que de ninguna manera podría agradecérmelo. ¡Perfecto! Igual si hay quienes apoyan a grupos que se encuentran en zonas en desastre por las guerras de oriente, o quienes investigan las zonas arqueológicas en la Selva Lacandona.  Del mismo modo, si me apetece ir a abrazar árboles a Oaxaca, o aprender chino mandarín, magnífico.  Todas ellas son acciones que finalmente refuerzan la autoestima.  Y al tener bien plantada la autoestima, estoy en condiciones de sentir empatía por los demás, y ayudarlos de una forma efectiva, actuando para auxiliarlos  a satisfacer sus necesidades.

A propósito  de ayudar, verifiquemos  si nuestras acciones van encaminadas a favorecer que esas personas  crezcan y se superen, o si –por el contrario—con mi dádiva  hago  que sigan estancadas, esperanzadas a  que la ayuda venga de fuera siempre.  México necesita aprender a salir adelante por sí mismo, que cada ciudadano se prepare para desarrollar su inteligencia emocional, que le permita el diseño de herramientas, para generar los cambios necesarios para vivir mejor.  Salir a resolverles los problemas es una forma de minimizarlos, de favorecer la parálisis social. Enseñarlos a valorar los recursos con los que cuentan y saber aplicarlos, es comenzar a resolver sus problemas.

La autoestima nos permite llevar a cabo lo que nos gusta, con total libertad, sin sentirnos culpables de no hacer  lo que “todos” hacen. Es poner un sello personal a nuestra vida  y disfrutarlo, siempre y cuando no dañemos a terceros.

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza


¿Por qué Notre Dame?
Por el dolor de Francia
Por su historia
Por mi historia
Por el arte.
Porque la conocí
En un momento
Singular de  mi vida
Por la fe de mi abuela
Y de mi madre
Cuya pátina quedó
Impresa
En sus taludes.
Por la belleza
Arquitectónica
Por la luz que juega
A los colores
En sus vitrales
Por la Virgen Morena
Por su casa en París.
Por los amores imposibles
Que buscan y no encuentran
Donde anidar
Por los suicidas
Cuya sangre
Vertida  
Corre por mis venas.
Por su fuego
Perfilando la noche
Hoy lloro a Notre Dame
Como si fuera mía,
Me duele  su dolor
Como si fuera propio.

Concierto con Kristina Cooper

POESÍA de Pedro Calderón de la Barca


¿QUÉ QUIERES?

¿Qué quiero, mi Jesús? Quiero quererte
quiero cuanto hay en mí del todo darte
sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.
.
Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte,
quiero perderlo todo por hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.
.
Quiero, amable Jesús, abismarme
en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme.
Quiero, por fin, en Ti transfigurarme,
morir a mí, para vivir tu vida,
perderme en Ti, Jesús, y no encontrarme.

Harrison Ford y el cambio climático

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Hemos evolucionado, hemos transformado al mundo, ¿hemos acertado al hacerlo?

En este acelerado impulso por el desarrollo, la humanidad entera ha pasado por alto los valores fundamentales, sobre los que debía regirse la vida. Si evolución tiene como sinónimo transformación, debiéramos entender que no siempre las evoluciones son hacia algo mejor, si lo consideráramos como desarrollo o avance, ahí si podríamos cometer un error.

El potencial humano de descubrir, inventar, crear, es impresionante, se ha ido avanzando vertiginosamente en tecnología y ciencia, de eso no cabe duda. Sin embargo al parejo de ello, se ha deteriorado el entorno y se ha pasado por encima de los valores que debían regir la convivencia entre los seres humanos. Se ha recurrido a la explotación de recursos naturales en forma inmoderada y dañina, así mismo se ha explotado a las grandes masas de población para lograr un desarrollo que solo involucra a unos cuantos. 

Desmedidos los daños para hablar de un progreso, y esperando a que no sea demasiado tarde, es tiempo ya de reflexionar y de actuar para impedir la debacle. No pretendo ser fatalista, pero no es exagerado decir que hemos consumido ya una gran parte de nuestro planeta, sin lograr el bienestar de su población, en su gran mayoría continúan sin enterarse de lo que significa la palabra progreso.

Volver a lo básico, no como frase de moda, sino regresar a las prácticas de consumo sustentable, dedicarnos a la preservación de nuestros recursos naturales, del agua, del aire, de nuestra tierra. Recuperar lo dañado, y encaminar esfuerzos a remediar los daños, voltear a ver a los desprotegidos y compartir el mundo en una forma más equitativa. Dejar no tan solo en manos de Dios el destino de nuestra gente, de nuestro mundo. "A Dios rogando y con el mazo dando", dice el refrán.

El cambio es ahora, la reconstrucción, la conservación. Desarrollo debiera ser actualmente, el uso racional de los recursos humanos y naturales en aras de un bienestar para las mayorías, sin egocentrismos, sin perder de vista al prójimo en el afán de avanzar individualmente. Alimento, abrigo, arte y educación para todos, para que como seres humanos tengamos la posibilidad de usar el libre albedrío en hacer las elecciones más acertadas sobre nuestro futuro como humanidad. 

Respetar las reglas del juego de la vida, donde no encontraremos placer si no reconocemos los límites, y seremos llevados a un caos por hacer caso omiso de las señales de alarma que nos alertan a frenar este impulso equivocado que nos conduce a una evolución desfavorable.

VIDEO DIVERTIDO: ¿Nos casamos?