VIAJAR EN EL
TIEMPO
En estas fechas cumple 45 años de
existencia el Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas. Con ese motivo uno de sus miembros, el Maestro en Historia Francisco Javier
Rodríguez Gutiérrez, ha publicado un libro que narra la trayectoria histórica
del Sargento Mayor Diego Ramón Martínez, Capitán del Real Presidio de San Juan
Bautista del Río Grande del Norte, en el período de 1646 a 1719.
Dentro del calendario de
presentaciones, tuvimos oportunidad en Piedras Negras, de escuchar al maestro
Lucas Martínez Sánchez, director del Archivo Estatal de Coahuila, al licenciado
Carlos Flores Revuelta, coordinador regional de Cultura, y al propio autor,
presentar la obra.
45 años se dicen fácil: Desde el desarrollo del proyecto, en la mente
de Don Federico Berrueto Ramón, primer director, seguido por el entusiasmo del
profesor Óscar Flores Tapia. Después la visión del profesor Jesús Arreola, en cuya
gestión al frente del Colegio se fundaron los talleres de Historia en el
estado, entre ellos el de Piedras Negras, que recién cumplió sus 21 años. Y, en la actualidad su cuarto director, el
profesor Arturo Berrueto González, hijo de Don Federico, su fundador.
En la introducción a la
presentación del libro entendimos que se nos presenta un personaje de carne y
hueso, con sus aciertos y errores. Se
aleja de los personajes en una sola
dimensión, cuya actuación dentro de la historia los despoja de su condición
humana. Conocimos a un individuo que
trabajó con denuedo en el mejoramiento de su entorno en el tiempo que le tocó
vivir, por cuya obra trasciende hasta ahora.
Desde las primeras páginas
descubrimos algo que, en estos tiempos, resulta inusual: La forma como trabajaron
de manera conjunta la iglesia y las autoridades militares, para el
establecimiento y defensa de templos y villas, tanto de religiosos como de
civiles. Nos narra la razón de ser de
los Presidios, entre los que destaca el de Río Grande, que unifica a Monclova
con toda la región norte del estado, llegando hasta Nuevo León, Coahuila y
parte de Texas. Hablamos de inicios del
siglo dieciocho, tiempos en los cuales los grupos de bárbaros eran una
constante amenaza a lo largo de la región norte de México. Don Diego se integró a una compañía volante,
que daba apoyo a las misiones religiosas que fueron estableciéndose en la zona
semidesértica, y que quedaban a merced de las hordas bárbaras. Hurgando en los archivos históricos, el autor
incluye una simpática descripción del clima en estas tierras; en palabras de un
misionero de la Misión de San Juan: “Cuatro meses de invierno y ocho de
infierno”.
Las citas de los documentos que
respaldan esta crónica histórica nos van revelando costumbres de la época, como
el derecho a decidir qué apellidos llevan los descendientes. En este caso entendemos cómo es que los hijos
de un mismo matrimonio llevaran distintos apellidos, de manera que las que
consideramos familias diferentes, podrían corresponder a una misma. Otro dato que nos revela la humanidad del
personaje estudiado es que existe evidencia de demandas civiles en su contra,
por incumplimiento de promesa de matrimonio. Nos aleja del perfil maniqueo del personaje virtuoso, para presentarnos un ser
humano que, pese a su condición común a la de todos nosotros, puso lo mejor de
su persona a favor de una causa noble. Es
motivo de asombro descubrir la forma en que, a través de su trabajo, consiguió conformar
una historia que nos ha marcado, aún muchas generaciones después.
La lectura es un acto de
amor. Quien escribe con tanta pasión
acerca de esos personajes que han hecho de nosotros lo que somos, lo hace con
profundo amor. Aquellos que permiten al
autor abrevar de fuentes documentales para sustentar y enriquecer la obra,
actúan movidos por el amor. Quienes revisan, arman e imprimen cada página, lo
hacen impulsados por el amor a su trabajo.
Y finalmente, los lectores que se aproximan con asombro infantil para dejarse
llevar por los vaivenes de la historia, llevan a cabo uno de los actos de amor
más grandes que existen. El día cuando
consigamos transmitir esta gran verdad a las nuevas generaciones, colocaremos en
sus manos la herramienta más valiosa para llevar a cabo los cambios que nuestra
nación demanda.
Felicito al Colegio de
Investigaciones Históricas de Coahuila por su labor ininterrumpida a lo largo
de 45 años. Por su convicción de
investigar y difundir nuestras raíces, así como por su afán de compartir ese
cúmulo de conocimientos de un modo igual de profesional como de accesible:
Obsequiándonos una invitación a emprender un enriquecedor viaje a través del
tiempo, uno que nos permita valorar en su justa dimensión la grandeza de nuestro México, a través de la voluntad de
quienes han armado su historia.