LETRAS SON PUENTES
Acaba de comenzar la Feria Internacional del Libro en
Arteaga, Coahuila. De manera venturosa se desfasó un tanto del alud de ferias
del libro en distintas sedes de México.
En su calidad de virtuales o híbridas, dado el empalme, los asistentes
no tuvimos más opción que elegir el evento que deseábamos seguir en vivo y
dejar para una reproducción fuera de línea al resto. Yo entiendo que desde sus
orígenes las ferias del libro han sido así, casi simultáneas; ahora habría sido
de mayor provecho espaciarlas una de otra, como es el caso de la FILA, para
volverlas respirables.
Con todos los inconvenientes que puedan presentarse, asistir
a un evento que privilegia la obra de creadores, editores y libreros,
constituye una oportunidad maravillosa.
Hallar nuevos títulos o reediciones de clásicos provoca una emoción muy
particular, es como toparse con ese amigo al que tanto veníamos buscando. Resulta emocionante ahora tenerlo con
nosotros e iniciar juntos una jornada nueva de descubrimiento del mundo y de la
propia persona.
Al hablar de novela negra existe un principio general que la
sustenta: La trama de la historia es una mera excusa que permite la ocasión para llevar a cabo la
denuncia social. En Latinoamérica ha
habido una proliferación de este género negro, y más que emprender su lectura
desde el morbo, la idea es hacerlo para
descubrir, en sus entresijos, la situación sociopolítica que permite que
historias como la narrada en un cuento o en una novela, se repitan una y otra
vez.
Estoy en proceso de
depuración de mi biblioteca. Padezco un
fenómeno que siempre ha existido, pero que ahora se designa con términos más
elegantes: “Bibliomanía” o “Tsundoku”.
En pocas palabras, una variante de la acumulación, en este caso de
libros. Voy revisando títulos acumulados
desde el 2004, cuando hice la última depuración. Me hallo infinidad de obras que no pienso
volver a leer. Quiero liberar espacio. Tengo
libros desde los muy clásicos como Dostoievski, hasta autoediciones poco
difundidas; los hojeo de una forma distinta a como hice hace 17 años y descubro
dos cosas: La primera es cómo me atrapa la pulcritud en el estilo literario;
para mí representa como llegar a una casa cuyo recibidor es a tal grado
impecable, que invita a entrar. La
segunda cosa es la universalidad de la historia, esto es, el autor narra una
experiencia o una percepción muy personal, pero lo hace de un modo con el que
nos identificamos, y nos sentimos incluidos. Así se convierte en una literatura
que, por su carácter universal, adquiere
valor agregado. Trasciende tiempo y geografía, para venir a revelarnos
un principio inamovible. Tal sería el caso de cuentos tradicionales de Chéjov que, aun su distancia respecto a
nuestro estado actual de este lado del mundo, contienen un mensaje que nos
atañe a todos los lectores en forma directa.
Los seres humanos somos, precisamente, humanos. Coexiste en cada uno de nosotros una gama de
elementos que recorren toda la escala de los grises. No hay, como en los cuentos infantiles,
personajes siempre buenos o personajes siempre malos. Existen rasgos que se manifiestan de acuerdo con
determinadas circunstancias, de modo que en un mismo personaje llegan a
convivir acciones de la mayor nobleza con actitudes del todo deleznables. Esa es
la condición humana puesta en un escenario para dar cuenta de que nuestra forma
de ser recuerda la representación del eterno renacer del Ouróboros, serpiente
que se come a sí misma y que finalmente simboliza la esperanza de un nuevo
comienzo.
Ahora que las plataformas digitales presentan una oferta
amplísima de contenidos, puede accederse a infinidad de películas, series y
documentales, que antes del confinamiento no existían de forma tan abundante. Aun así, me parece que el libro nos permite
un diálogo más amplio con el autor de una obra. En formato impreso o digital,
podemos pausar para meditar; releer o anotar con mayor libertad que en el caso
de un producto fílmico. Éste lleva su propio ritmo y difícilmente atiende
nuestros reparos para degustar o para reflexionar los contenidos.
La anhelada “nueva normalidad” jamás podrá ser igual a lo
que hubo antes de la aparición de la COVID-19.
Anhelamos regresar a una situación sanitaria que nos permita convivir
con el resto de la humanidad sin tantas limitaciones. Lo que hubo en el pasado es historia, y de
nuestra sensatez y atención frente a los expertos, dependerá que alcancemos ese
estado de cosas por el que tanto suspiramos en estos momentos. Procurar facilitadores que nos encaucen por
ese camino es hacernos de aliados en el andar.
Una excelente oportunidad es llevarlo a cabo mediante la lectura de
buenos libros, que nos permitan mirarnos como en espejo, antes de regresar al
mundo.