domingo, 5 de abril de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


LO MEJOR DE LO PEOR
A punto de cumplir 65 años, caigo en cuenta de que, desde que tengo uso de razón, no  había percibido una alarma mundial mayor que la que se vive hoy, a causa del coronavirus. Como toda crisis, es un  fenómeno que polariza opiniones y posturas; dispara lo mejor y lo peor.
     Mis primeras memorias de la palabra escrita ocurrieron en la mesa del comedor de la casa paterna, a la hora del desayuno.  No había aprendido a leer aún, de manera que me intrigaba ver a mi padre y a mi madre sumidos en unas hojas grandes impresas de papel revolución que me impedían contactarlos.  Como hija única entonces, aquellos ratos de aburrimiento me condujeron a empezar a poner atención en el reverso de las planas que ellos leían.  De ese modo descubrí que el mundo iba más allá de la puerta de la casa, o de mi familia, o de mi ciudad natal.  Comencé a entender que en otros sitios lejanos ocurrían cosas distintas y en ocasiones graves.  Que había iniciado una guerra en Corea; que Fidel Castro visitaría México, de modo que se repartieron muchas pegatinas con leyendas de “Este hogar es católico. Cristianismo sí, comunismo no”.  Recuerdo la de la casa paterna adherida a una de las ventanas próximas a la entrada.  De lo que ocurría en mi entorno cercano, quizá la única novedad sería la epidemia de poliomielitis que me llevó a entender por qué Miguelito y Lupita, compañeros de juegos de la infancia temprana, utilizaban aparatos ortopédicos.
     Una vez que aprendí a leer pude elegir mis propias lecturas.  Ya no dependía de la interpretación  de pies de fotografía de los diarios impresos, que los mayores me obsequiaban.  Ahora concluyo que mi vida estaría indefectiblemente asociada a los medios informativos.  Se siguieron fenómenos mundiales como la guerra de Vietnam, la construcción del muro de Berlín, o la introducción de drogas psicotrópicas y la píldora anticonceptiva.  Todo ello fue transformando al mundo, y avanzamos una decena y una más… A mediados de los años setenta,  ocurre la epidemia de fiebre tifoidea en la ciudad de México, que percibí  ya como estudiante  de Medicina.  Las vacunas fueron ganando terreno, se erradicó la viruela (conocida como “viruela negra”) en 1980, y algo similar se esperaba lograr para el sarampión en el 2015, pero ahí estamos, en el estira y afloja, gracias a los grupos antivacunas. Mientras tanto se derribó el muro de Berlín, se firmó la Perestroika, e inició la guerra de Medio Oriente.
     Llegamos al siglo veintiuno con la estirpe viral SARS que nos ha puesto de cabeza en varias ocasiones. La pandemia actual, denominada COVID-19, registró su primer caso en China –de acuerdo con la OMS-- el 31 de diciembre del 2019.  A partir de ese momento, y como si de ondas expansivas se tratara, la enfermedad se ha venido extendiendo por el mundo.  Crecen, tanto la patología viral como la emocional que conlleva, que han denominado “infodemia”. Esta última en mucho alimentada por notas alarmistas en redes sociales.
     Es una realidad que estamos ante un coronavirus más activo que ninguno de los que se tuviera memoria.  Es una realidad que hay condiciones de riesgo que producen mayor daño en caso de infección.  Es una realidad que se aplica la metodología del ensayo-error en distintos países, de diversas maneras, con la mejor de las intenciones, siempre teniendo como premisa “Primum non nocere” (“Antes que nada no dañar”).
     Luego de esas tres realidades absolutas, comienzan a surgir otros elementos: Por una parte los supuestos, las leyendas, los intereses creados que se parapetan detrás de enunciados cual grandes verdades. Se conjuran remedios milagrosos, escudos mágicos, que flaco favor hacen al control de la enfermedad.  En contraste con esos elementos perversos, aflora de manera plena la creatividad en todas sus formas. Corre la generosidad como gamo en libertad, para compartir ideas y enseñanzas en línea, propuestas de entretenimiento que sanan los ánimos, que nutren y enriquecen.
     El juego de palabras con que intitulo la presente colaboración sugiere sacar lo mejor de lo peor.  Nuestra mejor cara en una situación inédita, que a todos atemoriza.  Una invitación a no acrecentar la incertidumbre, sino –todo lo contrario--  fomentar un clima esperanzador. Cierto, lo peor es el riesgo de contagio, las dimensiones de la pandemia, el obligado encierro. Sea entonces lo mejor de nosotros activar la creatividad, el contentamiento, la armonía familiar.  Mantener la comunicación con los amigos. Más allá de acrecentar la angustia que todos estamos sintiendo, vaya una propuesta a trabajar a favor de serenidad, resiliencia y paz.  El escenario actual es caótico para todos, nuestro mayor demonio interno es el temor.  
     Actuemos a favor de un clima tranquilo y esperanzador, para superar la crisis con bien.

POESÍA por María del Carmen Maqueo Garza



Las cuatro esquinas del mundo se colapsan.
Las verdades que dimos por ciertas
se han hecho pedazos contra el suelo.
La vida propia: una moneda al aire.
Sobre nuestros hombros cabalga la zozobra.

Así todo se haya dicho
          debo expresar mi  verdad propia.

Escribir,  hermanarnos.
Tender puentes,
calmar soledades.
Es un decir "estoy contigo"
y zanjar distancias.
Es reinventarnos de la mejor manera.
Ser hoy más humanos que ayer.

Escribir, acompañar,
ser solidarios con el dolor de otros.
Es un mutuo animarnos,
encender una cerilla de esperanza
en la oscura oquedad
mientras la madre tierra nos perdona.


"Resistiré": Hermosa canción cargada de esperanza


Gracias a mi querida Paty por este hermoso aporte

La hora de la solidaridad por Marco Paz Pellat

Un privilegio contar hoy con la pluma calificada, bien informada y siempre humanista, de Marco Antonio Paz Pellat, a quien agradezco su generosidad para el blog.

Platicando con una amiga, me decía, “nunca pensé que íbamos a vivir un momento así”. Lo que surgió como una crisis sanitaria en una región de China (Wuhan), se ha convertido en una pandemia global que ha hecho pedazos todos nuestros referentes y todas nuestras certezas.

Como generación habíamos sido testigos de una prosperidad no conocida en la historia de la civilización humana, de avances tecnológicos inimaginables. Hoy, un virus que se expande sin reconocer fronteras nacionales, clases sociales, sistemas políticos, nos tiene recluidos en nuestros hogares.

De acuerdo al Centro de Ciencias e Ingeniería de la Universidad Johns Hopkins, que ha instalado la base de datos más precisa para el seguimiento de la pandemia a nivel global, existen al día de hoy 981 mil personas infectadas en el mundo, encabezando la lista Estados Unidos con 226 mil 374 personas, Italia 115 mil 242 y España 110 mil 238. En estos dos últimos países han fallecido casi 24 mil personas, mientras que el pronóstico para nuestro vecino del norte es devastador: se espera que mueran casi 240 mil personas en el escenario más pesimista.

La crisis económica que se avecina no tiene precedentes: a nivel internacional quebrarán miles de empresas de todos los tamaños y de todos los sectores, se perderán casi 25 millones de empleos de acuerdo con la OIT, la recuperación tardará quizás años generando con ello vulnerabilidad, pobreza y un enorme sufrimiento para muchísimos seres humanos.

En una charla que ofreció para la plataforma TED Talks en 2015, el fundador de Microsoft y filántropo Bill Gates advertía que la mayor amenaza a la que se enfrentaba la humanidad no era un misil ni una bomba nuclear, sino un microbio que pudiera provocar una enfermedad infecciosa. Ese pronóstico terrible, es hoy una realidad.

El coronavirus y su durísimo impacto obligarán a revisar muchas cosas, porque no podemos salir de esta crisis sin implementar cambios profundos a todo: las redes de cooperación internacional en materia sanitaria para enfrentar como un colectivo global este tipo de contingencias, el papel y compromiso ético de las grandes empresas químico farmacéuticas que concentran la mayor capacidad en investigación y desarrollo de nuevos medicamentos.

Bill Gates propone, por ejemplo, que los países se pongan de acuerdo para crear fábricas de vacunas con financiación público-privada. ¿Lo podemos hacer? Claro que podemos, si cambiamos los mapas mentales de gobiernos y empresas y le damos prioridad a lo verdaderamente importante: la vida de la gente.

Esta revisión profunda involucra también a los estados nacionales que deberán contar con recursos presupuestales para apoyar, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas, que son las mayores creadoras de empleo y para implementar programas masivos de recuperación económica y productiva como ocurrió durante la gran crisis de 1929-32.

En la perspectiva de que lo más importante es la población, será obligación, también, de los estados nacionales, contar con sistemas de protección social (seguros de desempleo, esquemas de transferencias económicas y apoyos en especie a los grupos sociales que están en la base de la pirámide social), acceso universal a la salud con infraestructura hospitalaria de calidad.

Me consternan las imágenes de lo que sucede en Italia y España: adultos mayores muriendo en la más absoluta soledad, vehículos del ejército conduciendo decenas de cadáveres hacia los crematorios. En Ecuador, la gente abandonando cuerpos en las calles.

Y me pregunto: ¿hay esperanza? Yo creo que sí, si le damos prioridad a lo verdaderamente importante: no a los mercados, no a las desmedidas ganancias de las bolsas de valores, no a los impresionantes logros científicos tecnológicos si estos no se traducen en mayor bienestar colectivo, no a una sociedad volcada hacia el consumismo, el éxito personal y la soledad de las redes sociales, no a una conversación pública que sólo nos polariza y divide.

Sino a los seres humanos, la razón de ser de todo: la prosperidad económica, las políticas públicas, la democracia, la vitalidad del tejido social. Hablo de personas con rostro y con nombre cuya vida es un proyecto irrepetible.

¿Qué podemos hacer los ciudadanos? Lo que nos toca en este momento: respetar la instrucción de quedarnos en casa, solidarizarnos con nuestra propia comunidad, comprando a los pequeños negocios y apoyando a los más vulnerables, adultos mayores y personas con discapacidad en nuestra calle y nuestra colonia, para proveerles alimentos y medicamentos. Es la hora de la solidaridad.

Colaboración tomada de la versión digital de "Expreso", de Sonora, del 3/4/2020.  Reproducida en el blog con permiso de su autor.

VIDEO motivacional con Rorro Echávez

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



Sabemos que hemos errado, de pensamiento, palabra, obra y omisión. Confesarlo y aceptarlo no es suficiente, como tampoco basta pedir perdón. Hemos sido tan irreflexivos, nos hemos dejado llevar por patrones prefabricados que aceptamos sin mayor objeción, que tomamos como modelo de vida, sin siquiera detenernos a pensar, y menos a actuar a favor de lo que realmente debiera significar nuestra existencia en este hermoso planeta.

Sin consideración, hemos saqueado nuestra riqueza natural, hemos transformado al mundo y nos hemos jactado de hacerlo en aras del progreso, de la modernidad. Hemos llamado desarrollo al avance de la tecnología, a la industrialización, pero con tal anarquía, que hemos roto las más básicas reglas para mantener un equilibrio ecológico, sin reparo en la debacle ambiental.

Producir para consumir; convertidos en depredadores que nunca sacian su apetito por poseer, por tener más que lo necesario, convertidos en una sociedad consumista a la cual se le crean necesidades ficticias, y donde lo más intrascendente llega a ser indispensable.

Como marionetas a merced de las industrias, por un lado la alimentaria, que más que alimentar enferma, y que nos ha ido transformando en una población donde la obesidad y la diabetes son ya padecimientos endémicos. Por el otro la farmacéutica para la cual esto representa un jugoso negocio. Nos han adulterado alimentos, nos han llevado a consumir, a introducir a nuestro organismo, alimentos ricos en azúcares, grasas, condimentos, químicos que no alimentan, sino por el contrario, nos enferman o envenenan, y lo que es peor, lo hemos aceptado gustosamente, tan a ciegas que resulta imperdonable para unos y otros.

Hemos permitido que se nos contamine, el agua, el aire, el mundo todo, haciendo del cáncer nuestro inquilino habitual, sin tomar de una vez por todas conciencia de que ya es tiempo de hacer una pausa y recomenzar.

En este tiempo de adversidad, cuando la pandemia nos exhibe errores y debilidades. Ahora que tenemos una pausa involuntaria, forzosa,  dolorosamente necesaria, ojalá haya tiempo para reflexionar y no quede tan solo en eso, sino que el regreso a nuestras vidas sea de verdad una lección aprendida. Que no quede tan solo en mal recuerdo, como tantas calamidades  hemos pasado ya como humanidad, sino en una crisis que nos dio la oportunidad de dar un giro que nos direccione a una vida de verdadera evolución, en armonía con nuestros semejantes, con nuestro planeta, que a gritos pareciera pedirnos piedad.

VIDEO: Gozo y la carpa de la suerte