domingo, 9 de agosto de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

HISTORIA QUE VALIDA
La COVID-19 se comporta  como una hidra, se le decapita y de ese punto aparecen dos cabezas.  En México la cosa es más compleja todavía: además de la naturaleza intrínseca del virus, nos encontramos con un manejo político de la pandemia, plagado de cifras irreales por  subregistro y ocultación, y recomendaciones contradictorias, que sugieren que un ícono religioso protege más que un cubrebocas.

El  grave problema que tenemos en puerta corresponde al nuevo ciclo escolar. Por sentido común deberá emprenderse desde casa.  Eso es el “qué” del asunto; ahora viene el “cómo” y es donde nos topamos con un panorama incierto.  Se firmaron convenios con las principales televisoras nacionales, lo que ayuda, pero no resuelve.  En una casa con tres escolares, no es posible tener tres televisores o suficiencia de aparatos electrónicos para una recepción híbrida, unos en el televisor, otros vía Internet… Por otra parte, ¿quién elaborará los contenidos? ¿cómo se evaluarán los resultados?... Estamos ante un problema con demasiadas aristas en un sistema de gobierno que deja las cosas para el último minuto, o pretende resolverlas mediante improvisación…

Corresponde a la sociedad civil ayudar a subsanar las carencias que tendrá este nuevo modelo de transmisión de contenidos.  Difícil pensar en organizar legiones de abuelitos  vigilantes a través de la tecnología.  Alguien ha propuesto reunir pequeños grupos de niños de un mismo sector poblacional en una casa habitación, a cargo de padres de familia… Son soluciones precipitadas, riesgosas y que darán pobres resultados.  Nos enfrentamos a un año escolar  que los especialistas han denominado “de pérdida generacional”.  No es para menos.

En mis afanes literarios, nunca he logrado crear  un personaje verosímil que corresponda a  un delincuente de cuello blanco, un asaltante callejero o un asesino en serie.  Surgen mis tendencias maniqueas que me impiden empatizar con  ese individuo a quien la sociedad cataloga como “muy malo” y al que, en ausencia de una figura de autoridad, --como venimos viendo— ahora se le ajusticia de manera violenta por parte de las víctimas potenciales.  En redes sociales  circularon esta semana videos de asaltantes de combi linchados, que traducen un hartazgo ciudadano que vuelve a los pasajeros cómplices por una causa común. Vuelcan toda la ira contenida en contra de uno o dos individuos que pretendían asaltarlos.  Frente a sucesos como esos, me pregunto cómo sería la infancia de tales delincuentes, dónde estarían sus respectivos padres  mientras fueron creciendo, o si, después de algunos asaltos en el día, regresan a casa satisfechos de sus logros económicos. ¿Les comprarán golosinas a sus niños, o fruta y pan  para sus madres?... El sistema nos ha llevado a repeler de manera violenta a dichos personajes, así como el mismo sistema los ha llevado a ellos a comportarse faltos de empatía.  ¿Qué es lo que sucede entonces?

La violencia extrema con que actúan los delincuentes y la que vuelcan quienes, a punto de ser víctimas se convierten en vengadores, nos lleva a imaginar qué traerán en la mochila de viaje.  A adivinar por qué no se percibe una pizca de respeto en sus respectivos comportamientos.  En lo personal regreso a un punto que he comentado en otras ocasiones: Actúan de este modo porque no han desarrollado amor a lo propio, ni a su persona ni a su tierra.

De aquí doy un salto cuántico para llegar al problema educativo originado por la pandemia: En el modelo tradicional nos han enseñado la historia como una serie de eventos lejanos que emprendieron algunos individuos --personajes planos de un cuento aburrido--, que consiguieron con su lucha o a costa de su vida, que hoy tengamos lo que tenemos, punto.  No hay una verdadera empatía con los emperadores aztecas ni con los sabios mayas.  No entendemos a Miguel Hidalgo como un ser humano singular, con aciertos y fallas, dueño de un liderazgo excepcional, que convenció al pueblo de luchar con todo.  No visualizamos a Morelos ni a Juárez en tres dimensiones.   No sacamos a Porfirio Díaz del paradigma del dictador, entonces lo odiamos.  Ni entendemos a muchos forjadores de la historia de un modo más integral.  Tal vez alcancen a salvarse  Francisco I. Madero y Francisco Villa, a quienes sí  acogemos como a unos Janos contradictorios, para finalmente reconocer lo bueno que nos legaron.

Nuestros niños y jóvenes tienen poco desarrollado el amor a lo propio.  A su persona, a su familia, a su barrio.  No conocen mucho del lugar donde viven, de sus calles y  plazas.  De las tradiciones locales.  De lo que, finalmente, les otorga identidad.

Para salvar de que este año se pierda y por México, quienes no pertenecemos al sistema educativo formal tenemos mucho que hacer.  ¿Comenzamos…?

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza


Exploro tus silencios
Busco la verdad callada
que llama desde el encierro.
Leer
en lo más hondo de tus pupilas
esas miradas
que esquivan otros ojos.
Hallar la luz que se oculta
en el templo
de tus sombras largas.
Así, con tus silencios todos,
tus sombras clandestinas,
cuanto eres, cuanto tratas
de enclaustrar,
para que no clame “amor”,
-- la palabra indecible--,
de este modo, con todo el corazón,
hoy quiero amarte.


Les Luthiers en divertido concierto

REFLEXIÓN de Antonio Pacheco


¿Qué es el tiempo, en realidad? 

Para mí es como ese señor elegante y misterioso, entre ausente y justo, que vive y a la vez languidece con la gente, con la esencia humana. 

Y es que es tan suave, tan etéreo, tan increíblemente discreto, límpido y transparente, que no se percibe su presencia. Porque es algo que va implícito en la piel y en los huesos de cada quien.

Desde que nace, el ser humano se integra al tiempo y él se injerta en todas sus células, volviéndose parte de la persona y de su vida. Y caminan juntos, sin rozarse, sin verse, pero sintiéndose; late con el corazón y se desangra con sus heridas; se escapa un poco con sus lágrimas pero regresa con cada amanecer.

Es una simbiosis muchas veces no entendida. ”Uno es el tiempo”, dicen. La vida corre, para cada quien, a su ritmo incesante y mágico. 

Para mí, desde ese febrero de 2019, cuando murió mi madre, a diario mi tiempo se detiene un poco. Creo, eso sí, que es como morir unos instantes, porque a veces hay que detener la marcha para pensar y aceptar que no somos eternos ni invulnerables. Y cada mañana, desde entonces, abrazo a los segundos y a los minutos, con efusividad y con gran amor y respeto, como cuando se abraza a un querido amigo. 

Porque el tiempo es como un gran señor que calladamente, brilla con su grandeza y su majestuosidad. En esos instantes de introspección recuerdo a mis muertos (mi padre y mi madre), a los muertos de familias cercanas, a los hijos muertos de gente que conozco y trato de asimilar el gran dolor y catapultarlo hacia una fase de paz y de gran entendimiento. 

A veces, sí, hay lágrimas, a veces solo un esperanzador suspiro, a veces solo la tristeza y ese anhelo de que esto sea solo un sueño. He ahí la simplicidad y la maravilla… el quid, los entretelones de ese inquietante caballero llamado TIEMPO: nada está escrito y todo puede suceder; como un albur y en cualquier instante. 

¿Qué es el tiempo para ti?

Andrés Nadal: Reflexión sobre la pandemia


Agradezco en todo lo que vale a mi querida amiga Elsa la generosidad de su magnífico aporte.

El cambio: Charla con Alex Rovira

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Pocos contactos con el exterior tengo más allá de los limites de mi casa. Como nunca en mi vida, he aprendido a contar cada mosaico del piso de la cocina. Nunca antes me había percatado de revisar una y otra vez mi alacena, y comprobar con que rapidez se consume el café.

He aprendido la hora en que vuelan los colibríes en mi patio, y hasta sé esperarlos en el sitio acostumbrado todos los días a las seis.

Sé los trayectos que recorren, y cuántos vienen, me encanta disfrutar su vuelo peculiar y como nunca he visto transformarse mis mosaelas en flor, languidecer y recuperarse al ser regadas.

Alcanzo a ver a través de mi barda la puesta de sol, descubro ahora que su resplandor cambia la luz que pasa a través del cristal de mis ventanas.

Resulta toda una experiencia ir al supermercado, yo que odiaba hacerlo, ahora camino en sus andenes y a distancia saludo a alguien conocido, que como yo ha aprendido a a sonreír con la mirada, o quizá es que hayamos advertido en los ojos el reflejo de ésta. Quedarse frenada en la intención de estrechar la mano, de dar un beso en la mejilla, y aprender a dar énfasis a nuestra expresión corporal para hacer llegar a las personas nuestro afecto y el gusto de un encuentro.

Desinfectar es la acción más importante de esta temporada, desinfectamos todo, menos lo que quizá requiere una higiene más profunda. Se nos olvida desinfectar el espíritu, la conciencia, liberarnos de esos gérmenes que  amenazan con destruirnos aún cuando libremos las consecuencias de un patético virus que acecha. Mantener el equilibrio interno, sin gérmenes dañinos que nos impidan mantener la calma, que nos maten la fe, que nos hagan perder la esperanza.

Necesitamos amor, solidaridad, confianza en la humanidad, respeto y cordialidad; rociar a diario el alma con ellos, dejar en la conciencia a permanencia para que no sea asiento de elementos tóxicos que nos degraden como seres humanos.

Habrá que regresar a nuestras vidas, sin que haya certidumbre de que tanto tiempo tomará el recuperarlas, espero que renovados y no tan solo a repetir esquemas de vida perjudiciales y vanos, con la resaca a cuestas de las pérdidas, con duelos y dolores de lo vivido.

Sin desinfectar el alma y la conciencia, de nada valdrá que el cuerpo se libere de gérmenes dañinos. La enfermedad espiritual nos ira minando la calidad humana, y no habrá valido la pena lograr sobrellevar esta experiencia tan solo para ser sobrevivientes insensibles, que no encontraron significado en el dolor, que no aprendieron la lección que esta pandemia nos está dando, en curso intensivo y prolongado.

Que seamos capaces de sublimar el dolor, transformándolo en creatividad para hacer de este mundo, un mundo mejor.