CONDENAS OCIOSAS
Para desgracia de nuestro amado
México, la realidad de la violencia ha crecido.
Cambian escenarios, criminales y víctimas, pero nada más. Ahora fueron dos niñas, una raptada y
violentada de manera cruel. La otra
fallecida de forma accidental, cuyo cuerpo fue abandonado por su propia
madre. Detrás de estos casos hay elementos que la educación puede
modificar. Delante estamos nosotros con
nuestro bagaje de reacciones, comentarios y juicios. Hacia estos puntos habría que enfocarnos.
Nuestra cultura ha sido de las medias verdades, tanto dentro
de la familia, como en los centros laborales y en cualquier otra interacción
social. Percibimos una situación desde la realidad que nos es propia, y justo
desde nuestra perspectiva muy personal, formulamos un juicio: Señalamos –según
nuestro parecer—cómo se hicieron las cosas, y como debieron haberse hecho. Lo comunicamos a nuestros cercanos y se
genera un rumor que comienza a rodar como estepicursor por el desierto: al rato
nadie sabe de dónde vino ese dicho que para entonces resulta
incontrolable. Mucho falta la calidad
moral para expresar de frente nuestro parecer, indicar a la otra persona por
qué no estamos de acuerdo con su modo de actuar… Lo habitual es: lanzamos la
piedra y escondemos la mano.
En los últimos tiempos, a la par
del rumor anónimo, surge la andanada masiva, en particular en redes
sociales. Esto es, frente a una
situación que nos incomoda, nos volcamos en expresiones de rechazo que llegan a
los improperios, animados al percibir que otros muchos, al igual que nosotros,
manifiestan un parecer similar. Linchamos
verbalmente a quien sea el autor de tales hechos, tras lo cual sentimos que hemos
cumplido con la vida.
El asunto es precisamente invertir tanto tiempo y energía en acciones ociosas, mientras dejamos de trabajar
con eficiencia para buscar una solución real al problema. Con respecto a la violencia, pedimos algo más
que la pena de muerte, si es que lo hubiere, para la pareja que atacó a la
pequeña Fátima hasta terminar con su vida.
No nos detenemos por un momento a analizar qué precipitó esa forma de
actuar, y qué puede hacerse para evitar que
otras pequeñas corran un riesgo similar.
Tal pareciera que vemos el árbol y no el bosque; partimos desde nuestra
perspectiva muy personal con un pensamiento que se estructura más o menos así:
“Puesto que yo no haría algo parecido a una niña, los demás tampoco
deberían”. Una reflexión tan absurda
como inútil, puesto que cada ser humano es el resultado de diversas
circunstancias que convergen en su persona, en su forma de actuar y en su
manera de respetar o no, los derechos de otros.
Un elemento que campea en
nuestros patrones de comportamiento es el narcisismo. Las mismas condiciones externas y el
aislamiento social al que estamos sometidos en mayor o menor grado, nos llevan
a querer interpretar el mundo de acuerdo con nuestro muy personal punto de
vista. Por ello mismo establecemos expectativas respecto a la
conducta de los demás, calculando qué tanto se asemeja éste al comportamiento
propio. No parecemos dispuestos a dejar
de lado lo particular, para abrirnos a tratar de entender lo ajeno, con la
mejor voluntad de llevarlo a cabo.
Si soy líder dentro de una comunidad, mientras yo no
entienda de fondo qué elementos propician determinada forma de comportamiento
en otros, no estaré en condiciones de plantear estrategias para modificar las
cosas. Los gobiernos que parten de su muy particular
óptica para analizar un problema y proponer cambios que ayuden a resolverlo,
estarán escribiendo en el agua.
La ola de violencia en México se
antoja imparable. La vemos en todas las
escalas, comenzando desde el hogar, por la forma como nos tratamos unos a
otros, para seguir con las relaciones entre conocidos, amigos, o compañeros de escuela
o de trabajo. Y más delante la interacción en distintos niveles de
gobierno o instituciones. En tanto sigamos
actuando a través de medias verdades, rumores o ataques masivos desde el
anonimato, poco se logrará. Para un cambio de fondo es necesario ser
claros y directos al señalar. Con miras
a lograrlo, habrá que informarnos, romper el cascarón del egocentrismo, salir a
conocer otras realidades, que no por distintas dejan de ser válidas. Lo último que funcionaría para una sociedad
es que todos fuéramos iguales. Es la variedad lo que sustenta el
enriquecimiento cultural, siempre y cuando el trato entre distintos se dé con
respeto y tolerancia.
Esta semana fueron Fátima y Karol. La próxima serán otras distintas. Mientras no
salgamos del pasmo para actuar, cuidando evitar el linchamiento ocioso,
seguiremos rompiendo récord de violencia.
Así poco o nada se logra para ese cambio que tanto nos urge a los
mexicanos.