domingo, 20 de diciembre de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 CREAR MEMORIAS

Estas fechas nos conectan con la esfera más sensible de nuestra vida: Las memorias se agolpan y percibimos las cosas de manera distinta al resto del año. Nos permitimos entrar en contacto con el niño interior que llevamos dentro, y que finalmente facilita el goce y la expresión sin tapujos de toda clase de emociones, desde el júbilo absoluto hasta el llanto que, si no logra exteriorizarse, al menos se queda hecho nudo en la garganta.

Cada uno construye sus memorias de acuerdo con los fragmentos de ayer que, como piezas de rompecabezas, terminan conformando un todo personal. En mi caso la Navidad está hecha de estampas, unas religiosas, otras profanas, donde se entremezclan de manera única elementos del nacimiento con personajes pintados por Diego Rivera o importados de Norteamérica. Hay posadas multicolores que retratan el júbilo de niños con piel de canela, junto a nítidas figuras de personajes de fantasía, como Rodolfo el reno de la nariz roja o Frosty, el mono de nieve con ojos de carbón, que un día –como por magia—cobró vida. Todo ello situado en un fondo colmado de nochebuenas y luces multicolores. La Navidad huele a pino y a ponche de frutas. Se cuelan recuerdos aromáticos de tamales y champurrado. Escucho los villancicos españoles ahijados en nuestro suelo, y alcanzo a rememorar los golpes del palo de madera contra el tepalcate de una piñata barrigona, que amenaza con explotar y lanzar de manera portentosa, naranjas, guayabas, caña; cacahuates y mucha colación. Con cada golpe seco de la madera sobre el barro crece la emoción de los niños, dispuestos a recoger a manos llenas esos tesoros para el paladar. Llega el aroma cautivador de la mandarina que impregna las manos que la despojan de su cáscara. Penetra a través de la nariz, y va a alojarse para siempre como un apetecible recuerdo de infancia.

Navidad es la nerviosa expectativa de la noche del 24, tiempo en que imaginamos ese juguete tan deseado bajo el árbol. La misa de gallo de medianoche, cuando los horarios de mi infancia se alteraban por única vez en el año, y el sueño se espantaba ahuyentado por la emoción de lo que llegaría unas horas después. A la mesa navideña de los recuerdos hoy acuden padres y abuelos; cada uno ocupa su lugar y la fiesta comienza. La música del tocadiscos pasa de villancicos españoles a canciones de Bing Crosby una y otra vez; hay ratos cuando el áspero sonido de la aguja sobre el acetato es todo lo que se percibe, ignorado por las voces y las risas de los comensales.

Las tarjetas navideñas. El fulgor de las luces de Bengala y el olor del cabo de las velitas, cuyo resplandor acompañaba la procesión de peregrinos pidiendo posada. El frío que se metía hasta los huesos y me ponía a temblar de un modo hasta sabroso, para apercibirme de que la Navidad llegaba.

La cocina de mi madre; las manos de mi abuela. Las golosinas que regalaba el padrino. La emoción de vivir las posadas y contemplar esos nacimientos de cinco o seis cuadros, poblados con figuras de barro multicolor, que representaban a los peregrinos, los reyes magos, cada uno en su bestia: el caballo para Melchor; el camello para Gaspar y el elefante para Baltazar. Los pastores, el ángel anunciando la buena nueva al mundo; al fondo el asno y el buey, y al frente dos o tres borreguitos. A un lado la pequeña aldea con sus habitantes; el lago con patos y cisnes; el pozo de agua y la aguadora de mantilla blanca siempre. Borreguitos repartidos en todos los cuadros, e invariablemente un pastor cargando una oveja sobre sus hombros. Entre unas y otras escenas, se extendía una alfombra de heno, musgo, y algunas esferitas navideñas. Tal vez más allá del portal podía verse un molino de viento; puentes, ríos y cascadas. Otro cuadro que no podía faltar era el de la creación del mundo, el árbol, la manzana y la serpiente. Adán y Eva con una desnudez que contrastaba con el arropamiento del resto de las figuras. Por encima del portal en el que se exhibían los peregrinos, la estrella de Belén refulgente. De niña imaginaba que encima de la estrella se hallaba Dios Padre, un viejo de cabello canoso y ondulado, sonriendo satisfecho al contemplar las distintas escenas de la Natividad. Canela; incienso; ilusión; a la ro-ro niño; nieve a través del helado cristal o proveniente de un bote que la lanza a velocidad para decorar las ventanas de la escuela con un “Feliz Navidad” y un moño de ocasión. Ahora es momento para conectar con los ecos de ese ayer, y crear memorias entrañables para nuestros niños. En particular esta vez, cuando culmina un año atípico, nada fácil, que ha implicado renuncia a muchos elementos de disfrute. ¡Nuestros niños lo tienen más que merecido! Rematemos este año tejiendo para ellos inolvidables memorias

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza


 Recuento

Tiempo de agradecer:

Con los dedos de una mano cuento mis bendiciones.

No necesito más: Vida, salud, familia,

un par de amigos auténticos

       de una sola cara,

que ofrecen su mano y  miran de frente.

Me  dicen la verdad –aunque no me guste--.

Tengo la certeza de ir en su corazón

así como ellos en el mío.

Me acompaña  esa música  que penetra  escondrijos del alma,

me lleva a  mudar de piel. Me transporta

más allá del tiempo y la distancia.

Por último, tengo  la palabra escrita,

la mejor compañera de viaje

en esta aventura preciosa de vivir.

Estoy completa,

nada  falta en  mi valija de viaje.

Vayamos avanzando mientras dure la vida.

 

Celebrar la Navidad de manera divertida con Hauser

REFLEXIÓN del argentino Roberto Fontanarrosa






"Estamos Distraídos"

Mi amiga Colette solía decir, y hace ya mucho tiempo, 'Estamos entrando en la edad del nunca me había pasado'...

Y es así.

Decimos: 'Es curioso. Nunca me había pasado, me agaché a recoger un tenedor y se me trabaron cuatro vértebras de la columna.

Escuchamos: 'Es notable. Nunca me había pasado. Mordí un caramelo de limón y un premolar se me partió en ocho pedazos.

Es que, así como se habla de un Primer Mundo y de un Tercero sin que nadie conozca a ciencia cierta cual es el Segundo, nosotros hemos pasado de la Primera Edad a la Tercera sin recalar por la Segunda y el cuerpo acusa recibo de tal apresuramiento.

El tiempo mismo, incluso, ha tomado una consistencia gelatinosa, plástica, mutante.

Calculamos: - 'Cuánto hace que se mudó Ricardo a su nueva casa?'.

Y arriesgamos: - 'Tres, cuatro años'. Hasta que alguien, conocedor,
nos saca de la duda: 'Catorce'.

Suponemos ante el amigo encontrado ocasionalmente en la calle: -'Tu pibe debe andar por los seis, siete años'.

- 'Tiene diecinueve - nos contesta el amigo

- Vení Tacho!'. Y nos presenta a una bestia de un metro ochenta, pelo verde, un clavo miguelito clavado en la ceja y un cardumen de granos sulfurosos en la mejilla.

Se corrobora entonces aquello que, dicen, decía John Lennon: 'El tiempo es algo que pasa mientras nosotros estamos distraídos haciendo otra cosa'. Y suerte que estamos distraídos haciendo otra cosa. 

Mucho peor es aburrirse.

Es dulce rememorar ciertos momentos, pero más me entusiasma pensar en las cosas que tengo para hacer. Es que muchos de esos ciertos momentos son muy viejos.

Y por lo tanto vale recordar el consejo dado por Javier Villafañe cuando alguien le preguntó cómo hacía para conservarse tan joven pasados los ochenta años. - 'No me junto con viejos', respondió el maestro.
Yo quiero agregar lo que un día dijo Jean Louis Barrault, famoso mimo francés: 'La edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo'.

Tomado de la página de Fb "Las cuatro esquinas, una intersección literaria"


La "Estrella de Belén" será visible después de 800 años; Noticiero chileno

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



Una época navideña distinta, unos días que como siempre decía, deseaba vivir en paz, y no lo hacía, motivada por la reunión familiar, por el deseo de tener la casa arreglada, con un bello pino y nochebuenas. En donde el aroma navideño que a mis hijos les encanta, se esparciera por todos lados, movida ciertamente más por ellos que por mí misma.

Y aquí estoy, como tantas veces pensé quería estar, en paz, sin algarabía, sin tener que pensar en que hacer de cenar, en arreglar la casa, nada. Esa ansiada paz viene ahora impuesta, forzada por las circunstancias. Recuerdo entonces el dicho; "cuidado con lo que pides, porque se te puede conceder".
Definitivamente, las circunstancias han cambiado, y mi solicitud no era ésta, no así, no entre tanta incertidumbre, dolor, llanto, enfermedades, miedo, soledad forzada, renuncia a disfrutar de la compañía familiar. No a tener casi un año sin poder abrazar, besar, mantener contacto estrecho con la gente, cantar con mi coro presencialmente, haber tenido que adelantar mi jubilación para no contagiarme. En fin cambiar toda mi vida, y con todo ello dar gracias por permitirme llegar a este día, nunca como antes había valorado tanto despertar y sentirme viva, y que un "buenos días" de mi familia y amigos, haciéndome saber que están bien, me llenara tanto el alma.

Sí, va a ser una noche de paz para mí, cargada de nostalgia, de tristeza por aquellos que han partido, por los que sufren su duelo, por los muchos que estarán enfrentando la enfermedad y por los que renunciarán a los festejos, en aras de cumplir con su misión de curar.

Una paz que no es la que yo quisiera vivir y menos que vivieran los menos afortunados que yo, porque finalmente no tengo derecho a quejarme. Me afligen dolores que no puedo llamar ajenos, porque nos son comunes a todos, pero en lo personal, esta navidad será un espacio para mitigar las penas, para agradecer la vida, para reafirmar la fe, alimentar la esperanza y seguir alentando mi alma a creer en mejores tiempos.

Tengo muchos motivos que soportan mi esperanza, dos de ellos, son dos pequeños, que ya viven en mi corazón desde que sé de su existencia. Son ellos una luz que alumbra mi existencia, cuando la obscuridad de la calamidad quiere arrebatarme la voluntad. Son ellos ahorita mi mayor acicate para seguir siendo positiva, y no perderme en malos presagios, en pesimismos.

Todo pasa y esto también va a pasar. Por lo que a mí toca, hallarán todo el amor y la confianza que mi corazón les puede dar, un escudo que les proteja, como a mí siempre me ha protegido el amor de la adversidad, que en este terrenal andar nos toca tarde o temprano enfrentar.

Una navidad en que el mejor alimento sea la fe y el mejor regalo la salud, la vida, la resignación, el perdón. No sé si feliz, pero navidad al fin, donde nazca en todos nosotros un sentimiento fraterno de unidad, que fortalezca el espíritu y nos renueve el sentimiento de sentirnos hermanos

Audiocuentos de Navidad: ¿Niños en casa? ¡A estimular su imaginación!