EL VALOR DEL TIEMPO
No hay presente: todos los caminos son
recuerdos o preguntas.
Miguel Martí
Cuando parte una persona que significó mucho para nosotros,
sobreviene una obligada revisión de la vida propia desde la perspectiva de esa
particular relación. A la tristeza de la
ausencia se agregan perlas de dulzura cada vez que nos topamos con recuerdos
que nos permiten aquilatar cuán grande fue nuestra fortuna de conocerlo y
tenerlo cerca por un rato.
Bajo dicha óptica el tiempo se vuelve relativo a cual más,
entendemos entonces que la vida se mide por momentos, por la significancia que
cada uno de ellos tiene, y no precisamente por el paso de las horas, como sería
para cualquier otro asunto. Concluimos
que ese rico ayer ahora forma parte de
un tiempo que se ha ido para siempre y que por tanto ya no nos pertenece. A
partir de ahora la vida sigue y así hemos de avanzar junto con ella, siempre
hacia adelante, con el propósito de cumplir las promesas que nos hemos hecho a
nosotros mismos.
En momentos como estos entendemos que lo que hoy nos ofrece cada amanecer serán horas muertas si no lo
aprovechamos. Que el tiempo es como agua
preciosa, una vez que la hemos vertido no hay manera de regresarla al
recipiente de donde salió.
La gran lección que nos da la vida es la de mantener en la
mente y en el corazón –en todo momento--
un proyecto de vida, para que no nos sorprenda la muerte con las manos
vacías. Colocar a cada uno de nuestros
actos un “por qué” y un “para qué”, a
modo de dotar a cada uno de ellos de una razón que los refuerce y justifique.
No podríamos sentarnos a ver pasar la vida así como si nada.
Desde el día cuando fuimos concebidos se nos señaló una consigna vital frente a
la cual nos corresponde empeñar todo nuestro ser cada día, hasta el último de
los alientos.
Resulta difícil imaginar que por leyes de probabilidad nunca
podría existir otro humano idéntico a nosotros, nuestra propia existencia es un
conjunto de circunstancias que finalmente nos han conformado como lo que ahora
somos, colocándonos en el camino que
llevamos. Pero aún así, dentro de esos
factores que escapan a nuestra voluntad, existe dentro de nosotros la capacidad
para encauzar nuestro propio destino, la posibilidad de modificar aquellos
elementos que determinan nuestra vida como ahora la vivimos, de suerte de hacer
con ella la mejor versión de nosotros mismos.
Lo único que es nuestro es precisamente el tiempo, esa
preciosa oportunidad de hacer algo de bien con aquello que se nos ha entregado
a consignación el mismo día de nuestro nacimiento. Vivamos pues conscientes de que no hay tiempo
de sobra ni de reposición, y que aquellas horas que desperdiciamos, nunca
habrán de recuperarse.
Sea nuestra existencia una cadena de momentos significativos
a través de los cuales vayamos logrando ser mejores seres humanos cada
día. No midiéndonos frente a los demás,
algo que resultaría ocioso, sino frente al mejor “yo” que puedo llegar a ser,
con total honestidad al medirme.
Los recuerdos como perlas preciosas que dejan esos seres
amados que parten antes que nosotros, sirvan como inspiración para ponerle
todas las ganas a la vida, para sacar
esa garra que nos permita avanzar por
encima de los escollos que puedan surgir por el camino. Sea esa memoria el impulso extra que tenga nuestro espíritu
para creer y crear, poniendo toda la fe y la fibra en aquello que nos
proponemos ver cristalizado.
Vivamos con el firme propósito de sacar adelante aquel
proyecto para el que fuimos concebidos, y frente al cual no habría en la
historia de la humanidad una persona mejor preparada para llevarlo a cabo.
Que ese amor que ayer recibimos se convierta ahora en uno
que se da más delante para crear un círculo virtuoso que a todos
beneficie. Porque los sentimientos –como
las semillas—los va sembrando el viento para tiempos venideros.
Que finalmente el día cuando partamos lo hagamos sabiendo
que le cumplimos a la vida con la pequeña porción que nos correspondía hacer,
ni más ni menos.
La historia de cada ser humano es un libro que se va
escribiendo con el aliento de cada día.
Para algunos es un libro breve, para otros es uno de grueso lomo. Lo que cuenta al final no es la extensión de
la historia sino su contenido, esto es, con cuánto empeño se fue manejando la
pluma para escribir cada una de las palabras que –una a una—fueron poblando
aquellas blancas páginas de un principio.
Afortunado aquel que a su partida deja dulces recuerdos,
grandes enseñanzas y prístinos llantos.
En hacerlo entendemos que supo
cumplir a cabalidad con la vida y que era su tiempo de partir, aunque a quienes
nos quedamos a ratos nos cueste tanto
aceptarlo.