domingo, 16 de abril de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL VALOR DEL TIEMPO
No hay presente: todos los caminos son recuerdos o preguntas.
Miguel Martí
Cuando parte una persona que significó mucho para nosotros, sobreviene una obligada revisión de la vida propia desde la perspectiva de esa particular relación.  A la tristeza de la ausencia se agregan perlas de dulzura cada vez que nos topamos con recuerdos que nos permiten aquilatar cuán grande fue nuestra fortuna de conocerlo y tenerlo cerca por un rato.
     Bajo dicha óptica el tiempo se vuelve relativo a cual más, entendemos entonces que la vida se mide por momentos, por la significancia que cada uno de ellos tiene, y no precisamente por el paso de las horas, como sería para cualquier otro asunto.   Concluimos que  ese rico ayer ahora forma parte de un tiempo que se ha ido para siempre y que por tanto ya no nos pertenece. A partir de ahora la vida sigue y así hemos de avanzar junto con ella, siempre hacia adelante, con el propósito de cumplir las promesas que nos hemos hecho a nosotros mismos.
     En momentos como estos entendemos que lo que hoy nos ofrece  cada amanecer serán horas muertas si no lo aprovechamos.  Que el tiempo es como agua preciosa, una vez que la hemos vertido no hay manera de regresarla al recipiente de donde salió.
     La gran lección que nos da la vida es la de mantener en la mente y en el corazón –en todo momento--  un proyecto de vida, para que no nos sorprenda la muerte con las manos vacías.  Colocar a cada uno de nuestros actos un “por qué” y un “para qué”,  a modo de dotar a cada uno de ellos de una razón que los refuerce y justifique.
     No podríamos sentarnos a ver pasar la vida así como si nada. Desde el día cuando fuimos concebidos se nos señaló una consigna vital frente a la cual nos corresponde empeñar todo nuestro ser cada día, hasta el último de los alientos.
     Resulta difícil  imaginar que por leyes de probabilidad nunca podría existir otro humano idéntico a nosotros, nuestra propia existencia es un conjunto de circunstancias que finalmente nos han conformado como lo que ahora somos,  colocándonos en el camino que llevamos.  Pero aún así, dentro de esos factores que escapan a nuestra voluntad, existe dentro de nosotros la capacidad para encauzar nuestro propio destino, la posibilidad de modificar aquellos elementos que determinan nuestra vida como ahora la vivimos, de suerte de hacer con ella la mejor versión de nosotros mismos.
     Lo único que es nuestro es precisamente el tiempo, esa preciosa oportunidad de hacer algo de bien con aquello que se nos ha entregado a consignación el mismo día de nuestro nacimiento.   Vivamos pues conscientes de que no hay tiempo de sobra ni de reposición, y que aquellas horas que desperdiciamos, nunca habrán de recuperarse.
     Sea nuestra existencia una cadena de momentos significativos a través de los cuales vayamos logrando ser mejores seres humanos cada día.  No midiéndonos frente a los demás, algo que resultaría ocioso, sino frente al mejor “yo” que puedo llegar a ser, con total honestidad al medirme.
     Los recuerdos como perlas preciosas que dejan esos seres amados que parten antes que nosotros, sirvan como inspiración para ponerle todas las ganas a la vida, para  sacar esa garra que nos permita avanzar  por encima de los escollos que puedan surgir por el camino.  Sea esa memoria  el impulso extra que tenga nuestro espíritu para creer y crear, poniendo toda la fe y la fibra en aquello que nos proponemos ver cristalizado.
     Vivamos con el firme propósito de sacar adelante aquel proyecto para el que fuimos concebidos, y frente al cual no habría en la historia de la humanidad una persona mejor preparada para llevarlo a cabo.
     Que ese amor que ayer recibimos se convierta ahora en uno que se da más delante para crear un círculo virtuoso que a todos beneficie.  Porque los sentimientos –como las semillas—los va sembrando el viento para tiempos venideros.
     Que finalmente el día cuando partamos lo hagamos sabiendo que le cumplimos a la vida con la pequeña porción que nos correspondía hacer, ni más ni menos.
     La historia de cada ser humano es un libro que se va escribiendo con el aliento de cada día.  Para algunos es un libro breve, para otros es uno de grueso lomo.  Lo que cuenta al final no es la extensión de la historia sino su contenido, esto es, con cuánto empeño se fue manejando la pluma para escribir cada una de las palabras que –una a una—fueron poblando aquellas blancas páginas de un principio.
     Afortunado aquel que a su partida deja dulces recuerdos, grandes enseñanzas y prístinos llantos.  En hacerlo entendemos que  supo cumplir a cabalidad con la vida y que era su tiempo de partir, aunque a quienes nos quedamos a ratos  nos cueste tanto aceptarlo.

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


Te voy descubriendo a contraluz 
por el contorno luminoso que traza tu silueta
contra la negra entraña de la noche.
La bruma noctámbula
de tus propios agobios me conmueve
con el dolor más hondo,
el de sentir que estoy viva,
que mis sentidos avanzan su propia travesía,
con ansias de encontrar la luz
cuando los tuyos dudan.
Tu perfil contra la negra entraña de la noche,
y en mi alma la ilusión de ver que nazca
esa luz profunda
que llega anunciando por todos los rincones
que la noche ha muerto.

"Coincidir" de Fernando Delgadillo

Texto de Fabricio Carpinejar sobre la vejez de los padres

Amigos: Hace una corrección extemporánea atendiendo la gentil observación de Francisco Ledesma, fino amigo y asiduo visitante de mi blog, y de su hijo Ricardo, quienes me encaminan a la fuente original de este texto: El autor es un poeta brasileño, quien incluye este texto en un libro suyo publicado en el 2014.  Así pues, corrijo la entrada de mi blog.


Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre”. Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso. Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar. Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana - todo corredor ahora está lejos. Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda tomar sus medicamentos. Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida.
   Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz. Todo hijo es el padre de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas. Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres. La primera transformación ocurre en el cuarto de baño. Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la regadera. La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el “destemplamiento de las aguas”. Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores.
    No podemos dejarlos ningún momento. La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas. Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones. Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros frustrados. 
    ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y necesitarían de nosotros? Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra. Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día. 
    Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos. En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento: "Deja que te ayude". Reunió fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su regazo. Colocó la cara de su padre contra su pecho. Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso. Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable. Meciendo a su padre de un lado al otro. Acariciando a su padre. Calmando él a su padre. Y decía en voz baja:
- "¡Estoy aquí, estoy aquí, papá!"  Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí.
   Revisando correos de mi querido JC rescaté  este valioso texto.

Ladrando a gusto del cliente

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Mientras uno no aprende que la muerte es irremediable, casi siempre impredecible e inoportuna, y que la debemos ver amigablemente y no como enemiga, porque ni para qué discutir con ella, tiene la última palabra, no podremos tampoco vivir con la pasión que se requiere hacerlo.

Seguiremos pasando desapercibidos los mejores momentos en nuestro diario vivir y esperando siempre algo mejor que lo que el hoy nos proporciona, seguiremos dejando para mañana ese encuentro que se posterga porque definitivamente no hay tiempo.

Saber apreciar en toda su magnitud lo que es poder ver, abrazar, acariciar, oír la voz o leer un mensaje de aquéllos que seguimos en este mundo, en calidad de mortales, no lamentaríamos tanto el no haber dicho, el no haber hecho, el no haber estado.

Le tememos tanto a la muerte, que nos distanciamos de ella, ni oírla decir quisiéramos Tener que enfrentarla´con proximidad nos duele y nos aterra, pero pasa y como una mala experiencia la apartamos de la mente y nos volvemos a seguir flotando en la superficie de este mar, sin ver que nos estamos perdiendo del tesoro que existe en sus entrañas.

No se puede vivir todos los días pensando en morir, pero no se debe morir sin haber encontrado el significado de vivir y lo que dignifica a una vida.

Que la muerte no me haga sentir lo que debí haber vivido, que la vida no me haga desear la muerte, que una y otra tengan el sentido que marque una existencia en donde el arrepentimiento no se convierta en práctica rutinaria.

Entrevista con Jorge Bucay

Gracias por tu magnífica sugerencia, Georgia.