LETRAS CON RUMBO
Para
David.
A todos aquellos que hemos sentido el llamado a escribir, hacerlo
se convierte en una necesidad vital, como comer o respirar. Comunicar los estados internos y conectarnos con el lector, para establecer
una comunidad de ideas o de sentimientos, llega a ser una consigna que termina solo
con la muerte.
Tuve
oportunidad de asistir a la Feria Internacional de Libro Guadalajara 2018,
considerada como una de las más importantes del mundo. Recorrer aquellos pasillos interminables, a
lo largo de los cuales se distribuyen editoriales de todos los confines del planeta,
es la fiesta de la palabra escrita. Tener además la oportunidad de asistir a
presentaciones de libros y
conferencias sobre diversos temas, y conocer de viva voz de los autores, opiniones sobre aquello que les apasiona,
lleva a volver más entrañable la lectura, a contagiarnos de ese entusiasmo y apropiarlo
para nuestras vidas.
Me hallo
como el viajero que en un corto tiempo ha visitado diversos lugares maravillosos. No sé por dónde empezar. Son momentos, charlas, impresiones visuales,
fraternidad con otros lectores que convergen en un mismo punto por sus afanes similares. Hay –por supuesto—vivencias que se quedan
para instalarse como los huéspedes incómodos, que estarán sacudiendo nuestro confort anodino para dar otra lectura a la vida, para plantearnos preguntas cuya
respuesta habremos de salir a buscar.
Cuando
comenzamos a escribir lo hacemos expresando lo propio. Tras de observar algo
que nos genera un momento de reflexión, volcamos nuestro punto de vista muy
personal –habitualmente nuestra inconformidad—con un “a mí me parece” coloquial.
Conforme se aprende el oficio nos vamos obligando a trocar esa expresión
subjetiva por un “yo opino” informado.
Esto es, con base en la información que se va adquiriendo, pasamos de
sentir a comprender; de expresar estados de ánimo a conformar un razonamiento
estructurado. Ahora bien, acudir a un
foro en el cual todo ese proceso creativo individual se convierte en una gala
maravillosa de expresión, es un viaje inagotable a través del pensamiento humano.
En la
presentación de un libro acerca de las relaciones internacionales y el cine, se abordó la manera como películas muy taquilleras están
fundamentadas en modelos matemáticos que explican la forma en que llegan a interactuar
dos naciones frente a un conflicto.
Un concepto que hallé muy iluminador es el que señala que los contenidos
que entran a la conciencia a través de una pantalla, suelen hacerlo sin filtro,
de manera que el receptor asume como una verdad aquello que percibe. Fenómeno muy común en nuestro país, del cual
sacan partido diversos intereses creados.
De momento vienen a mi mente personajes de la vida pública que proclaman posturas personales como
verdades absolutas, a sabiendas de que difícilmente habrá quién los rebata con
bases documentadas. En el caso de la
pantalla chica, el televidente toma como algo cierto lo que ve, y algo similar sucede frente a la pantalla grande. Así se explica que elementos que de entrada resultan hasta
casuales, como sería la erotización de
contenidos, puedan obedecer a intereses
mucho más allá de la simple producción cinematográfica.
Sobre el
mismo tema, un concepto muy lúcido que tiene que ver con la teoría pacifista de
Mahatma Gandhi: Parte del concepto de que el autocontrol personal lleva al
autogobierno, y de este a la paz de los pueblos. Frente a dicha teoría, como si fuera un
espejo, me pregunto qué tan autocontrolados estamos los mexicanos, cuando
actuamos como ciudadanía con muy poco autogobierno, que requiere cada vez una
mayor coerción externa para tratar de lograr un orden.
Retomando
los conceptos con que inicié. Quienes
escribimos tenemos una enorme responsabilidad ciudadana. Estamos obligados a ser claros, precisos y
objetivos en nuestro fuero interno, para después expresarnos. Pasar del “me parece” tan personal a una
opinión que se sustente como tal, porque nace de un proceso mental que inicia
con la percepción propia, pero se tamiza a través de la lectura informada. Aun si soy poeta, mi poesía no debe limitarse
a ser catártica y desparpajada, sino atender a un orden en las ideas que buscan
expresarse, para hacerlo de la mejor manera.
Asentar lo propio por escrito nos obliga a hacerlo con pulcritud y
seriedad, como un legado personal que habrá de trascendernos.
Escribir es
un ejercicio de reflexión personal y responsabilidad cívica. La primera debe
avanzar más allá del confín personal al círculo virtuoso de nuestras
lecturas. La segunda se espera que sea el
motor que impulse cada línea, cada página, --seduciendo al lector-- hacia la
conformación de un mundo mejor para
todos.