TERABITHIA EN LA RED
Esta semana falleció un pensador excepcional: El polaco
Zygmunt Bauman, autor del concepto de “sociedad líquida” que analiza los
efectos generados por nuestra participación dentro de la Internet, mismos que
repercuten en el mundo real.
La tecnología llegó para quedarse, cada dispositivo que se
introduce al mercado va generando cambios en los usuarios hasta que se completa
el período de apropiación, esto es, hasta que un elemento –digamos, el teléfono
móvil—se integra como parte de la vida cotidiana. Los primeros teléfonos celulares que datan
de 1973 y que eran privilegio de unos
cuantos, han dado paso a aparatos muy
variados, desechables y multiusos, que cualquiera puede adquirir, de modo que difícilmente prescindimos de su
uso, ya sea para comunicarnos, informarnos o entretenernos.
Bauman allá por 1990 comenzó a profundizar en sus estudios
acerca de los efectos que la apropiación de la tecnología de la información y
comunicación provocaba en los usuarios.
Centró su atención en la manera como la vida de relación de los seres
humanos iba cambiando conforme aumentaba la utilización de distintos equipos de
tecnología digital, pero sobre todo, haciendo hincapié en la forma tan escasa como
nosotros los usuarios llegamos a percatarnos de esos cambios generados en
nuestro comportamiento general.
Cuando visualizamos bajo la óptica de Bauman diversos
fenómenos que ocurren en derredor nuestro, descubrimos una relación directa
entre los contenidos transmitidos a través de la tecnología y el comportamiento
de diversos sectores de la población. En
los últimos cuarenta años hemos conformado sociedades que se mueven a una
velocidad muy alta, constituidas por individuos que parten del principio de que
todo en derredor debe funcionar como ellos lo anticipan. La tecnología da pie a seres humanos aislados
y altamente egocéntricos que no alcanzan a percibir las cosas de otra forma,
ello lleva a que nos volvamos poco tolerantes con quienes actúan de otra manera
o a otra velocidad, y llegamos a exasperarnos fácilmente. Quisiéramos modular el mundo a voluntad, como
haríamos desde la consola de un
videojuego.
Una cosa deja clara el pensador desde sus primeras comunicaciones
sobre el tema: El mundo virtual es un generador de ilusiones que caen más allá
de cualquier realidad material, la más grave es que el mundo real tiene
solidez, idea generada a partir del mundo líquido que sólo existe en la red. Dentro de las redes sociales cada individuo
puede jugar a reinventarse cada día, aun cuando la imagen que proyecta por
Internet tenga poca o ninguna relación con su comportamiento en el mundo
real. Este manejo lúdico y altamente
narcisista de nuestro imaginario nos lleva a conductas muy variadas, desde a subir
un número interminable de “selfies” como una forma de cotidiana autoafirmación,
hasta contenidos que dibujan el “yo ideal” que queremos alcanzar, pero que nada
tienen que ver con cómo somos en realidad.
Uno de los fenómenos generados por este mundo de ilusiones
es el culto a la imagen. Querámoslo o
no, el efecto de una imagen de nosotros que los demás “compran” determina en buena
proporción nuestra autoestima: Cómo nos vemos, qué lugares visitamos, qué
compañías frecuentamos. Elementos que
–según la teoría de la sociedad líquida de Bauman—nos esmeramos en pulir para
vender mejor nuestra imagen en la red dentro de la cual somos a la vez
consumidores y mercancía, en un sentido figurado. Así entonces, una buena
imagen “lo dice todo”, aunque no esté respaldada por hechos. Del mismo modo, un buen discurso cautiva, aunque lo dicho sea totalmente ajeno
a los datos duros. Es así como
personajes que llamamos “mediáticos” nos atrapan de entrada, y nos apresuramos
a colgarles todo tipo de atributos que al final del día descubrimos que en
realidad no tenían. En la medida en que
conozcamos estos fenómenos estaremos en capacidad de identificarlos, pero por
desgracia es tan poco lo que se lee en nuestro país, que nos convertimos en
caldo de cultivo para que estos paradigmas virtuales huecos proliferen, y vayan
a provocar problemas sociales de muy
variada magnitud, desde pequeños malentendidos entre amigos hasta decisiones
políticas que con facilidad se llevan de
encuentro a todo un país. Así se explica que haya gobiernos que apuestan todo a
la imagen descuidando de manera absoluta la contundencia de las acciones reales.
Esta paradoja me recuerda el “Mundo mágico de Terabithia”
que sólo existe en la imaginación de Katherine Paterson su autora, pero que
nosotros por un buen rato estamos lejos de descubrir que es ficción.
Descanse en paz Zygmunt Bauman. No dejemos de ocuparnos por vivir
en el mundo real, sin dejarnos seducir por el canto de las sirenas.