LA OTRA MIRADA
Casualmente esta semana leí una novela corta de Mijail
Shojolov, escritor del realismo ruso de la primera parte del siglo pasado. Intitulada
“El destino de un hombre”, describe la atmósfera incierta y dolorosa de la
Segunda Guerra Mundial que, como toda guerra en la historia, viene a hacer
crisis en el núcleo familiar. Andréi,
protagonista central se niega a perder el último hilo de esperanza, aun cuando
las evidencias en derredor suyo conducirían a cualquier otro a darse por
derrotado. La desgarradora historia da
un vuelco cuando encuentra un niño pequeño que ha sufrido igual que él: La
guerra destruyó todo lo que alguna vez conformó su entorno familiar. En un final deleitoso, hombre y niño apuestan
por unir sus caminos y seguir adelante.
Viene lo anterior frente al fenómeno migratorio que vive nuestro
país. En cierta ocasión, durante algún taller, a la mención del fenómeno migratorio
como tema para escribir un cuento, un par de compañeros se refirieron al asunto
con un gesto de hastío, como dando a entender que en migración ya todo está
escrito. Me hizo recordar alguna máxima,
creo que es de Piglia, que menciona
que los temas no se agotan, pues siempre
habrá nuevas formas de contarlos. Esta
vez me quiero referir a cuatro niñas pequeñas, que viajaban dentro de la
caravana migrante que a últimas fechas cruza el país. Tres de ellas fueron abandonadas en un islote
del Río Bravo, donde las rescataron las autoridades migratorias mexicanas. Al
momento de escribir esta colaboración, no se ha dilucidado cómo fueron a dar
ahí: La mayor de 9 años llevaba en brazos a la pequeña de 1 año; la mediana de
6 años cargaba una pesada mochila.
¿Quién las dejó en medio de la nada, y en calidad de qué? ¿Fueron los
propios familiares adultos, al percibir lo complicado de llevarlas con ellos? ¿Las
dejaron para, en un segundo intento, recogerlas? ¿Fueron los traficantes que
habrán cobrado por un servicio que se quedó trunco? Lo primero lo menciono a
raíz de algo sucedido semanas atrás en ese mismo tramo del río: Una menor de un
año que, ante las fuertes corrientes se les soltó a los padres. Ellos la dejaron ir, siguieron su camino, y
hasta la fecha no han reclamado el cuerpecito. Regresando al caso que nos
ocupa, es terrible imaginar a las tres pequeñas solas al caer la noche,
rodeadas por agua, con el clima poco benigno que se presenta en estos
días. De momento vino a mi mente, dentro
de la novela de Shojolov, la figura de
Vania, el pequeño que, tras la guerra, vino a sanar el dolor de un hombre que,
igual que él, había perdido todo: Familia, casa, y la oportunidad de una vida
como la que tuvieron ambos antes del inicio del conflicto armado. En prisión el hombre cumplía trabajos
forzosos con mala salud y poco alimento; el pequeño vagabundo, por su parte,
hurgaba en busca de un mendrugo de pan
para matar el hambre. La suerte los hizo
coincidir, y la historia tuvo un final venturoso.
La cuarta niña de nuestros tiempos fue ingresada por su
madre al hospital municipal de la ciudad.
Víctima de desnutrición y deshidratación, en cuestión de horas,
falleció. Se suma al número no
determinado de víctimas fatales que traen estos movimientos migratorios en pos
de una quimera, que muy difícilmente habrá de cumplirse, y si acaso, será para unos cuantos.
La experiencia de una vida laboral como pediatra, me acerca
a la forma de pensamiento infantil: Las tres pequeñas permanecían en el islote,
muy seguramente por instrucciones de algún adulto con autoridad que les indicó
que no se movieran. ¿Tendrían frío o
hambre? ¿Tendrían miedo de no ser rescatadas? Me resulta terrible imaginar que
estuvieran venciendo todos los lógicos temores en la confianza de que era lo
mejor para ellas.
Los fenómenos migratorios entre países ameritan soluciones
de raíz. No con un plato caliente para quienes avanzan en su marcha. Tampoco
mediante un permiso temporal para cruzar por nuestro territorio, para luego ir
a toparse con las dificultades inherentes al cruce hacia Norteamérica. Como ya se ha hecho otras veces, es tiempo de
convocar a una asamblea de naciones para regular los marcos presupuestales para
este problema humanitario, en la búsqueda de
soluciones conjuntas a un fenómeno que propicia delitos de lesa
humanidad y que no puede seguir así, con grupos de adultos y menores poco
informados, que avanzan en condiciones paupérrimas, además siendo víctimas de
delitos como el tráfico, la rapiña y la violencia en sus diversas modalidades.
La otra mirada: La de
pequeños que vienen expuestos a tantos riesgos y la mayoría de las veces
de forma ociosa, al lado de adultos mal informados o engañados, que apuestan
hasta la vida por un sueño. Pequeños
“Vania” que difícilmente hallarán sus “Andréi” para un final feliz.