DE TRANSAS Y OTROS MALES
Extraño la velocidad con que antaño se difundían las
noticias. Cuando algo ocurría, el primer
medio que lo daba a conocer era el
radio, y de ahí se iba desplegando la información a otros medios, y al paso de
dos o tres días, la noticia había dado la vuelta al mundo. En la actualidad esos lapsos se han
fraccionado a milisegundos, de hecho hay
una especie de competición implícita para ver quién difunde primero una noticia
inédita, a través de redes sociales.
Para ejemplo tenemos el avionazo ocurrido en el curso de esta semana en
Durango. Los primeros reporteros fueron
algunos de los propios pasajeros que se hallaban tomando video durante el despegue
y ulterior desplome de la nave.
La hiperinformación
se asocia a estados depresivos. En mi
caso particular encuentro que muchos de
los contenidos indican el grado de descomposición que hemos alcanzado como sociedad.
Al ser tantos, hallo que el sueño de llegar a conformar una sociedad justa
y equitativa, es una quimera.
Hace un par de
semanas en Ciudad Juárez, se dio la siguiente situación: Una tienda departamental –por error—etiquetó unos televisores a $3.29,
y por supuesto en cuanto el primer cliente se percató de aquello y se apresuró
a tomar uno o más televisores, comenzó una revolución dentro de la tienda,
entre los presentes y los convocados por ellos.
Hubo quienes intentaron comprar 10 televisores al mismo tiempo. El establecimiento cerró sus puertas para contener
la avalancha humana, y después de 15 horas de negociaciones –mediadas por la
PROFECO—cada familia salió con un televisor a ese precio, y la tienda tuvo que
absorber, aparte de la diferencia de precio de los electrónicos, los daños provocados por el
consumo libre de alimentos y de cargadores
para celular que hicieron los clientes cautivos.
Hace poco conocí el concepto de cultura
valorativa distorsionada del humanista Juan Martín López Calva. Este indica que la corrupción como tal se ha
venido infiltrando dentro de todos los sectores de nuestra sociedad, ya no es
una respuesta frente a situaciones de desventaja económica, sino una actitud de
sacar provecho, siempre que sea posible.
De modo que, aunque yo no necesite aquello, habrá que aprovechar la ocasión.
En un mundo
ideal, el primer cliente que detecta la errata en la etiqueta avisa al
responsable del departamento para corregirla, y punto. Problema abortado. Sin embargo en el mundo real actuamos de modo
contrario bajo varias premisas: Si yo no
logro sacar ventaja, el de atrás lo
hará. / En fin, estos empresarios extranjeros son muy ricos y nunca pierden. / ¡Total, qué tanto es tantito!
El filósofo
Bernard Lonergan se refiere a la corrupción como la forma en que percibimos,
entendemos, juzgamos y valoramos la realidad.
Y en consecuencia así decidimos y actuamos. En este escenario se entiende que un
individuo aborde a un invidente que vende gelatinas, platique con él mientras
mide el grado de limitación que tiene por su discapacidad, y acto seguido le
robe su dinero y sus gelatinas. O
justifica la actuación de aquel agente de bienes raíces que vende 5 veces un
mismo terreno. Ambos delincuentes parten de esa forma de pensamiento, aprovechar
la oportunidad, antes de que otro lo
haga.
En un
extraordinario estudio sobre la corrupción, Enrique Romero refiere que el “gandalla”
hace rato que salió del barrio… para indicar
que el sinvergüenza de barriada del que hablara Miguel de Cervantes a través de
sus personajes Rinconete y Cortadillo, se
sitúa ahora entre los ladrones de cuello blanco y los practicantes del
“gandallismo político”, que no dudan un minuto en traicionar compromisos o ideologías partidistas, con tal de seguir como
beneficiarios del sistema.
“El que no transa, no avanza”. En el fondo de esta actitud la gran pregunta:
¿Qué mecanismo emocional nos lleva a actuar así, como si la vida nos debiera
algo que buscamos cobrarnos una y otra
vez? Querer comprar 10 televisores por una
cantidad menor a cuarenta pesos no es otra cosa que hacer el gran
negocio con ganancias de muchos
miles. Seguramente a costa del despido
de un empleado, un jefe de departamento y tal vez el gerente de la tienda. Pero
claro, el “gandalla” excluye este posible escenario de su mente, no lo piensa, luego
no existe.
Va siendo hora de
revisar a profundidad nuestra costumbre de pasar por encima de la ley para obtener un
beneficio particular. Entender sus
mecanismos. Descubrir qué carencias emocionales primitivas desencadenan la
cultura del ventajismo y el “agandalle”. Desentrañar ese lastre mental de
actuar chueco, que tanto nos ancla. Hasta
pasar a la historia como una sociedad de
primer mundo, que no duda en sumar esfuerzos a favor del bien colectivo.