domingo, 31 de julio de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

VALORAR LO PROPIO

Desde tiempos de la Conquista México se ha venido consolidando como un país de una riqueza cultural asombrosa.  La amalgama entre los elementos provenientes de Europa con los propios de nuestros pueblos originales, ha dado lugar a expresiones únicas y maravillosas que ponen muy en alto el nombre de México. Lo grave es que no siempre logramos apreciarlo.

Me temo que, en buena medida, los mexicanos padecemos la ceguera del acostumbramiento.  Esto es, vivimos de tal manera inmersos en las expresiones de nuestra propia cultura, que dejamos de apreciar en toda su magnitud cada una de ellas.  Quizá las damos por sentadas, cuando otros países –en cambio—nos envidian por ellas.  Tenemos infinidad de manifestaciones en las artes, artesanías y gastronomía, por mencionar algunas. Patrimonios arqueológicos e históricos que por ventura se conservan, e invitan a repasar  el proceso que nos ha conformado hasta el día de hoy.  La mayoría insertos en escenarios naturales maravillosos.

Detrás de cada manifestación cultural hay una narrativa que bien vale la pena descubrir.  Platillos como los chiles en nogada han dado la vuelta al mundo, a partir de la cocina de un convento colonial poblano, en el que el ingenio creativo de alguna monja la llevó a improvisar de manera afortunada un platillo que llegaría para quedarse. Otro es el caso del mole poblano, del posol chiapaneco o del café de olla.  Afortunadas coincidencias que en su momento se dieron, y que hoy conceden a México un lugar muy especial en la gastronomía mundial.

La música mexicana ha sido  producto de instrumentos que llegaron desde Europa y más allá, con la sensibilidad del barro y la madera de nuestra región sureste.  Los bailables, por su parte, representan el colorido propio de cada estado.  Cuentan las costumbres propias de sus habitantes y llaman a superar cualquier dificultad de la mejor manera.   Recién termina de celebrarse en Oaxaca la Guelaguetza, epítome de los lunes de mercado de las ocho regiones del estado.  La palabra que los mueve es “agradecimiento”.  Bajan los pueblos al valle, cargados de los productos que la madre tierra les ha regalado.  Esta vez vienen a corresponderle a ella, a través de sus hermanos de raza, en una ceremonia folclórica solemne, pero a la vez cargada de alegría.

El arte textil ha ocupado un lugar privilegiado a nivel mundial.  Sencillos lienzos bordados a mano con llamativos colores, sobre los cuales se cuentan historias de vida y muerte.  En el propio Oaxaca tenemos los sobrios trabajos del Istmo de Tehuantepec, al igual que los finos diseños de San Pedro Amuzgo, por citar algunos ejemplos.  En Chiapas están los textiles trabajados a base de lana, que nos llevan a preguntarnos cómo una necesidad básica como es el vestido condujo a ese despliegue de imaginación.

Conocí Tulum en los años ochenta, cuando el turismo aún no había invadido la zona arqueológica.  Recuerdo que lo hice mediante un recorrido turístico.  El grupo estaba integrado por personas extranjeras, y de México solamente mi acompañante y yo.  En ocasiones tengo la impresión de que nosotros, como nacionales, despreciamos conocer muchas de nuestras riquezas, a partir de la idea de que ahí están y que no urge correr a visitarlas.  El asunto es que, precisamente por esa forma de pensar es que permanecemos al margen de poder conocer a profundidad nuestras raíces.  Sumidos en un mundo globalizado, esta falta de conocimiento de lo propio no nos permite valorar en toda su extensión lo que somos, de modo que, al no reconocerlo como un valor propio, no nos esforzamos como deberíamos por cuidar y protegerlo.

Nuestra literatura ha dado grandes exponentes que nos cuentan la realidad externa desde sus propios y bien cimentados puntos de vista.  Podemos entender de mejor manera por qué los mexicanos somos como somos a través de las palabras de Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”.  De igual modo comenzamos a apreciar de una manera más empática nuestros rasgos característicos, a través de la obra de Jorge Ibargüengoitia o Carlos Monsiváis.  Rosario Castellanos nos invita hasta la cocina de su casa para entender por qué la mujer de mediados del siglo pasado tuvo que enfrentar toda una lucha para alcanzar un reconocimiento en un mundo de hombres.  Las escritoras que destacan en este inicio de milenio demuestran que valió la pena la lucha de Rosario Castellanos, de Elena Garro o de Amparo Dávila, misma que se ha multiplicado de manera sorprendente en la actualidad.  Ya no hay escritores de primera y de segunda debido a su género.

En la medida en que conozcamos lo propio, estaremos en condiciones de aprender a valorarlo y difundirlo.  Es una inyección energizante de autoestima que nos permite sentir el gran orgullo de ser mexicanos.

CARTÓN de LUY


 

Ensamble folclórico nacional ukraniano Virsky

POESÍA DE HÉCTOR OLVEDA




Silencio de los dos
Te pregunto que horas son, sin que me incumba
Y nada me contestas, pues te quedas
mirando no sé como y si lo haces
Ni cerca del reloj, jamás aciertas.
¿será porque prefieres que yo mismo
con el aplomo de una cifra corta
Te revele los nombres con que el tiempo
Suele llamar las horas que no importan?
Inquietar nuestro silencio es esa tumba
En que un ave resuena con el pico
Claves profanas abriendo en abanico
Su plumaje de exequias y de rumba.
Silencio de los dos, flauta sin hueco
Que jura a su garganta de carrizo
Regresar a la margen como el eco
De un “te quiero” volver del precipicio.
Porque matar este Silencio de los dos
Es el invierno de las hojas verdes
Una hojarasca de reseca voz
Que a frases mutiladas se nos pierde.


Tres fortalezas para tu salud emocional. Charla con Tomás Navarro

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



Dicen que no se debe voltear al pasado, sin embargo difícil sería solo vivir en el presente, sin remontarse a lo vivido, a lo que uno fue, sintió, hizo. Imposible me resulta, mi pasado es digno de ser una y otra vez rescatado de las garras del olvido. Con todo lo que en él existió, es una trayectoria que he recorrido disfrutando de tantas satisfacciones, al lado de tanta gente valiosa, que cada pena y alegría que aún pueda mantener en mi memoria, me da esa certeza de que nada es para siempre, de que todo pasa y aún el dolor más intenso se aligera cuando menos para no impedirnos continuar el viaje, que igual pasan las alegrías y por ello hay que disfrutarla a plenitud, para que dejen huella en el alma, cual bálsamo reparador que aminora las dolencias que conlleva el existir.

Tan corta ya de por si la vida, que limitarla al presente sería reducirla aún más, gusto de repasar mi pasado, porque en él no solo vivencias se han quedado, sino gente tan querida de la que me han separado circunstancias muy diversas, entre ellas la más rotunda, la que ya no tiene vuelta, tan solo las remembranzas permiten que permanezcan. No es que viva en el pasado, ni que del pasado viva, pero lo traigo conmigo, consciente e inconscientemente, gracias a él he forjado mi presente, lo que soy es por todo lo que ya quedo vivido. Procuro no quedar presa de la nostalgia, del hubiera ni de lo que pudo ser y no fue, no me impide recordarlo apreciar mi vida actual, lo que fui y lo que soy se funden en uno solo para hacerme saber que he vivido, vivo y espero seguir viviendo valorando el día a día como venga, como fuese, porque no hay un solo minuto que no debiera vivirse, porque no se elige el que, sino el como y eso a veces.

Fui y soy, o cuando menos pretendo ser auténtica, dar prioridad al amor, dejar huella de mi paso en aquellos con los que alguna vez tuve la dicha de compartir en espacio y tiempo el trayecto de la vida, y que esa huella merezca la pena de haber quedado marcada.

Voltear al pasado, vivir el presente y al hacerlo ya estar viviendo el futuro, a este ritmo de la vida que para todos siendo el mismo, lleva melodías distintas, lo esencial es combinarlos y vivir en armonía.


Fiesta de la naturaleza en el jardín