VALORAR LO PROPIO
Desde tiempos de la Conquista México se ha venido
consolidando como un país de una riqueza cultural asombrosa. La amalgama entre los elementos provenientes
de Europa con los propios de nuestros pueblos originales, ha dado lugar a
expresiones únicas y maravillosas que ponen muy en alto el nombre de México. Lo
grave es que no siempre logramos apreciarlo.
Me temo que, en buena medida, los mexicanos padecemos la
ceguera del acostumbramiento. Esto es,
vivimos de tal manera inmersos en las expresiones de nuestra propia cultura,
que dejamos de apreciar en toda su magnitud cada una de ellas. Quizá las damos por sentadas, cuando otros
países –en cambio—nos envidian por ellas.
Tenemos infinidad de manifestaciones en las artes, artesanías y
gastronomía, por mencionar algunas. Patrimonios arqueológicos e históricos que
por ventura se conservan, e invitan a repasar
el proceso que nos ha conformado hasta el día de hoy. La mayoría insertos en escenarios naturales
maravillosos.
Detrás de cada manifestación cultural hay una narrativa que
bien vale la pena descubrir. Platillos
como los chiles en nogada han dado la vuelta al mundo, a partir de la cocina de
un convento colonial poblano, en el que el ingenio creativo de alguna monja la
llevó a improvisar de manera afortunada un platillo que llegaría para quedarse.
Otro es el caso del mole poblano, del posol chiapaneco o del café de olla. Afortunadas coincidencias que en su momento
se dieron, y que hoy conceden a México un lugar muy especial en la gastronomía
mundial.
La música mexicana ha sido
producto de instrumentos que llegaron desde Europa y más allá, con la
sensibilidad del barro y la madera de nuestra región sureste. Los bailables, por su parte, representan el
colorido propio de cada estado. Cuentan
las costumbres propias de sus habitantes y llaman a superar cualquier
dificultad de la mejor manera. Recién
termina de celebrarse en Oaxaca la Guelaguetza, epítome de los lunes de mercado
de las ocho regiones del estado. La
palabra que los mueve es “agradecimiento”.
Bajan los pueblos al valle, cargados de los productos que la madre
tierra les ha regalado. Esta vez vienen
a corresponderle a ella, a través de sus hermanos de raza, en una ceremonia
folclórica solemne, pero a la vez cargada de alegría.
El arte textil ha ocupado un lugar privilegiado a nivel
mundial. Sencillos lienzos bordados a
mano con llamativos colores, sobre los cuales se cuentan historias de vida y
muerte. En el propio Oaxaca tenemos los
sobrios trabajos del Istmo de Tehuantepec, al igual que los finos diseños de
San Pedro Amuzgo, por citar algunos ejemplos.
En Chiapas están los textiles trabajados a base de lana, que nos llevan
a preguntarnos cómo una necesidad básica como es el vestido condujo a ese
despliegue de imaginación.
Conocí Tulum en los años ochenta, cuando el turismo aún no
había invadido la zona arqueológica.
Recuerdo que lo hice mediante un recorrido turístico. El grupo estaba integrado por personas
extranjeras, y de México solamente mi acompañante y yo. En ocasiones tengo la impresión de que
nosotros, como nacionales, despreciamos conocer muchas de nuestras riquezas, a
partir de la idea de que ahí están y que no urge correr a visitarlas. El asunto es que, precisamente por esa forma
de pensar es que permanecemos al margen de poder conocer a profundidad nuestras
raíces. Sumidos en un mundo globalizado,
esta falta de conocimiento de lo propio no nos permite valorar en toda su
extensión lo que somos, de modo que, al no reconocerlo como un valor propio, no
nos esforzamos como deberíamos por cuidar y protegerlo.
Nuestra literatura ha dado grandes exponentes que nos
cuentan la realidad externa desde sus propios y bien cimentados puntos de
vista. Podemos entender de mejor manera
por qué los mexicanos somos como somos a través de las palabras de Octavio Paz
en “El laberinto de la soledad”. De
igual modo comenzamos a apreciar de una manera más empática nuestros rasgos
característicos, a través de la obra de Jorge Ibargüengoitia o Carlos Monsiváis. Rosario Castellanos nos invita hasta la cocina
de su casa para entender por qué la mujer de mediados del siglo pasado tuvo que
enfrentar toda una lucha para alcanzar un reconocimiento en un mundo de
hombres. Las escritoras que destacan en
este inicio de milenio demuestran que valió la pena la lucha de Rosario
Castellanos, de Elena Garro o de Amparo Dávila, misma que se ha multiplicado de
manera sorprendente en la actualidad. Ya
no hay escritores de primera y de segunda debido a su género.
En la medida en que conozcamos lo propio, estaremos en condiciones
de aprender a valorarlo y difundirlo. Es
una inyección energizante de autoestima que nos permite sentir el gran orgullo
de ser mexicanos.