¿Por
qué Maradona?
Dentro de las noticias de la semana que han merecido mayor
difusión, se encuentra la muerte del futbolista argentino Diego Armando
Maradona. Como ha sucedido con otros personajes populares de la historia moderna, el pueblo se volcó en
manifestaciones de dolor hacia el ídolo que moría injustamente, en contra de su
destino de inmortal que, suponían, estaba escrito.
Se aprende mucho del estudio de expresiones como ésta, que parten de la
muerte de quien era tenido por su gente
y en este caso, también por sí mismo, como un dios. Expresiones masivas de dolor me remiten a la
muerte de Pedro Infante en México, o de
Evita Perón en la misma Argentina. En ambos casos se trata de la muerte anticipada de seres humanos que habían dejado atrás sus
condiciones de origen para elevarse y trascender. Se enciende el fervor de la gente que se siente identificada con
ellos.
La muerte de Maradona generó en Argentina tres días de
luto oficial. Del mismo modo
como en otros lugares y momentos se decretó para héroes de guerra y
difícilmente para investigadores, por más significativos que sus logros hayan sido para la humanidad. Si
analizamos a Maradona como ser humano, encontraremos que aparejados con sus
logros deportivos hay grandes problemas de comportamiento, en la cancha como en
su vida privada; rasgos que merecieron para más de un profesional de la salud
mental, situar su origen en un trastorno de
personalidad, tal vez asociado al
uso de psicofármacos. Le sucedió como ha
ocurrido con otros personajes del deporte o del espectáculo: Los apabullan la
fama y los ingresos económicos, a tal grado que muchas veces terminan solos y
en la más absoluta inopia, después de que tuvieron el mundo a sus pies.
¿Qué sucede entonces? Posiblemente la novela clásica publicada hasta principios
del siglo 19 consiguió retratar personajes con los que el lector se sentía
identificado. Eran protagonistas de
carne y hueso, con aciertos y errores; pecados y virtudes, que a lo largo de la
trama iban tomando decisiones que daban rumbo a la misma. Se presentaban problemas que los personajes
tenían que enfrentar, hasta un clímax y un desenlace. Así podemos recordar infinidad de personajes
de la narrativa o de la poesía de época.
Dichos protagonistas se permitían licencias que los humanos de la vida
real no, sometidos a los clichés vigentes.
El teatro abona a estos personajes humanizados, y dada la relación entre
autor, actores y espectadores, podemos identificarnos con los deslices mayores
y menores que ocurren en el escenario. Según parece, fue con el surgimiento de las
telenovelas cuando las cosas cambiaron. Transmisión de las primeras telenovelas,
década de los años sesenta: Escenario montado en un estudio mediante mamparas y
muebles de sala. Las escenas más allá de
la sala sólo se sugerían. Era un formato teatral dividido en cuadros, con un
intermedio breve en el que las empresas patrocinadoras hacían su comercial mediante un anunciador con el producto en la mano, para
enumerar las bondades de este. Quizá se intercalaba
un anuncio filmado, y en seguida regresaban las cámaras a continuar con la
trama de la telenovela.
A partir de este punto de quiebre los personajes de la
literatura cambian, se alejan de la
realidad: Eran los tiempos del crepé y las lacas, de manera que las actrices, totalmente
descompuestas en medio del peor drama, aparecían perfectamente peinadas,
maquilladas y vestidas. Con el tiempo la escenografía fue evolucionando de formas,
pero los personajes continuaban con esos rasgos: Si Esmeralda era sacada de su
sueño a las 3 de la mañana por una llamada de Carlos Daniel, la cámara nos la
presentaba en su cama con sábanas
egipcias. Ella se incorporaba ataviada en su bata de seda, perfectamente
maquillada, y tomaba el auricular. Así se fue exagerando la falta de
verosimilitud de personajes y tramas, para llevar a que ahora la gran mayoría
de los mexicanos “en la tele” sean rubios de ojos claros; muy atractivos,
delgados; ejecutivos y ricos. Que viajen
a cada rato a Europa o a Emiratos Árabes; que tengan carro del año y casa de verano. Esta es la idea que, de manera subliminal venden los productores. Arquetipos frente a
los cuales nos sentimos como personajes de “Los Olvidados” de Buñuel. Entonces, toparnos con un Maradona de carne y
hueso, que cambió el barrio por las grandes canchas, y que nunca dejó de
mostrarnos su lado humano, se gana la idolatría de la gente. Cada aficionado
puede echar mano de su figura para soñar, como remata Chava Flores su célebre
canción: ¿A qué le tiras cuando sueñas, soñador?
La idolatría por Maradona demuestra lo siguiente: Urge
modelos que nos hagan creer que la condición humana es una plataforma de
despegue para nuestros sueños.