domingo, 29 de noviembre de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

¿Por qué Maradona?

Dentro de las noticias de la semana que han merecido mayor difusión, se encuentra la muerte del futbolista argentino Diego Armando Maradona.  Como ha sucedido con otros  personajes populares  de la historia moderna, el pueblo se volcó en manifestaciones de dolor hacia el ídolo que moría injustamente, en contra de su destino de inmortal que, suponían, estaba escrito.

Se aprende mucho del estudio de  expresiones como ésta, que parten de la muerte de quien  era tenido por su gente y en este caso, también por sí mismo, como un dios.  Expresiones masivas de dolor me remiten a la muerte de Pedro Infante en México, o  de Evita Perón en la misma Argentina. En ambos casos  se trata de la muerte anticipada  de seres humanos que habían dejado atrás sus condiciones de origen para elevarse y trascender.  Se enciende el fervor  de la gente que se siente identificada con ellos.

La muerte de Maradona generó en Argentina  tres días de  luto oficial.   Del mismo modo como en otros lugares y momentos se decretó para héroes de guerra y difícilmente para investigadores, por más significativos que sus  logros hayan sido para la humanidad. Si analizamos a Maradona como ser humano, encontraremos que aparejados con sus logros deportivos hay grandes problemas de comportamiento, en la cancha como en su vida privada; rasgos que merecieron para más de un profesional de la salud mental, situar su origen en un trastorno de  personalidad, tal vez  asociado al uso de psicofármacos.  Le sucedió como ha ocurrido con otros personajes del deporte o del espectáculo: Los apabullan la fama y los ingresos económicos, a tal grado que muchas veces terminan solos y en la más absoluta inopia, después de que tuvieron el mundo a sus pies.

¿Qué sucede entonces? Posiblemente  la novela clásica publicada hasta principios del siglo 19 consiguió retratar personajes con los que el lector se sentía identificado.  Eran protagonistas de carne y hueso, con aciertos y errores; pecados y virtudes, que a lo largo de la trama iban tomando decisiones que daban rumbo a la misma.  Se presentaban problemas que los personajes tenían que enfrentar, hasta un clímax y un desenlace.  Así podemos recordar infinidad de personajes de la narrativa o de la poesía de época.  Dichos protagonistas se permitían licencias que los humanos de la vida real no, sometidos a los clichés vigentes.   El teatro abona a estos personajes humanizados, y dada la relación entre autor, actores y espectadores, podemos identificarnos con los deslices mayores y menores que ocurren en el  escenario.   Según parece, fue con el surgimiento de las telenovelas cuando las cosas cambiaron. Transmisión de las primeras telenovelas, década de los años sesenta: Escenario montado en un estudio mediante mamparas y muebles de sala.  Las escenas más allá de la sala sólo se sugerían. Era un formato teatral dividido en cuadros, con un intermedio breve en el que las empresas patrocinadoras  hacían su comercial mediante  un anunciador con el producto en la mano, para enumerar las bondades de este.  Quizá se intercalaba un anuncio filmado, y en seguida regresaban las cámaras a continuar con la trama de la telenovela.

A partir de este punto de quiebre los personajes de la literatura cambian, se  alejan de la realidad: Eran los tiempos del crepé y las lacas, de manera que las actrices, totalmente descompuestas en medio del peor drama, aparecían perfectamente peinadas, maquilladas y vestidas. Con el tiempo la escenografía fue evolucionando de formas, pero los personajes continuaban con esos rasgos: Si Esmeralda era sacada de su sueño a las 3 de la mañana por una llamada de Carlos Daniel, la cámara nos la presentaba  en su cama con sábanas egipcias. Ella se incorporaba ataviada en su bata de seda, perfectamente maquillada, y tomaba el auricular. Así se fue exagerando la falta de verosimilitud de personajes y tramas, para llevar a que ahora la gran mayoría de los mexicanos “en la tele” sean rubios de ojos claros; muy atractivos, delgados; ejecutivos y ricos.  Que viajen a cada rato a Europa o a Emiratos Árabes; que tengan carro del año y casa de verano.  Esta es la idea que, de manera subliminal  venden los productores. Arquetipos frente a los cuales nos sentimos  como  personajes de “Los Olvidados” de Buñuel.  Entonces, toparnos con un Maradona de carne y hueso, que cambió el barrio por las grandes canchas, y que nunca dejó de mostrarnos su lado humano, se gana la idolatría de la gente. Cada aficionado puede echar mano de su figura para soñar, como remata Chava Flores su célebre canción: ¿A qué le tiras cuando sueñas, soñador?

La idolatría por Maradona demuestra lo siguiente:  Urge  modelos que nos hagan creer que la condición humana es una plataforma de despegue para nuestros sueños.

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