domingo, 11 de junio de 2017

Poesía de Xavier Villaurrutia

ESTANCIAS NOCTURNAS
Sonámbulo, dormido y despierto a la vez,
en silencio recorro la ciudad sumergida.
¡Y lo dudo! Y no me atrevo a preguntarme si es
el despertar de un sueño o es un sueño mi vida.
     En la noche resuena, como en un mundo hueco,
el ruido de mis pasos prolongados, distantes.
Siento miedo de que no sea sino el eco
de otros pasos ajenos, que pasaron mucho antes.
     Miedo de no ser nada más que un jirón de sueño
de alguien --¿de Dios?-- que sueña en este mundo amargo.
Miedo de que despierte ese alguien --¿Dios?--, el dueño
de un sueño cada vez más profundo y más largo.
     Estrella que te asomas, temblorosa y despierta,
tímida aparición en el cielo impasible,
tú, como yo --hace siglos--, estás helada y muerta,
mas por tu propia luz sigues siendo visible.
     ¡Seré polvo en el polvo y olvido en el olvido!
Pero alguien, en la angustia de una noche vacía,
sin saberlo él, ni yo, alguien que no ha nacido
dirá con mis palabras su nocturna agonía.

Agradezco a Carlos tan poética sugerencia.

La actitud y el cambio

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


Amanece: La luz se vuelve forma y color.  Los pastos quietos si acaso se mecen bajo la luna llena como queso, ahora  trasnochada que se niega a ocultarse tras la juerga.
Surge el milagro único. Como cada mañana  recuerdo que la vida es un privilegio, ante el cual estoy obligada a cumplir siendo feliz.
El cielo se regodea mirándose en el espejo del agua que corre mansa por los canales de riego.
Allá abajo en el caserío la vieja barre afanosa memorias con su escoba recién estrenada.
El perro espera paciente en la parada de camión a que sus dueños partan dejando tras ellos una gran nube de polvo como cauda.
Las fachadas, unas de ladrillo y otras blancas  se pintan de salmón con el gentil pincel de la mañana.
Yo atrapo esas formas y colores en mi corazón.  Sé que por hoy tengo todo para ser feliz.

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LA GRAN CASA
Mi amigo Rafael tuvo hace poco la oportunidad de conocer Japón,  en días pasados  nos dio  una plática donde compartió sus impresiones de viaje. De su relato lo que más me llamó la atención fue la congruencia entre valores familiares, orden, respeto y espiritualidad que existe en aquella nación de acuerdo a la religión  shintoista,  que según nos relata, es practicada por un 70% de los oriundos.
     Un pensador cuyo nombre escapa a mi memoria dijo alguna vez que sería muy ocioso vivir dentro de una sociedad que cumple con el orden, pues de este modo no habría necesidades que satisfacer para seguir vivos, sugiriendo que eran precisamente las transgresiones a la ley las que mantienen funcionando una sociedad.   En principio coincido con la idea de que la vida se nos presenta como en un cuento, con tropiezos que van marcando los nudos de la historia para salvarla de ser plana y por ende aburrida.   Sin embargo debo reconocer que en cuestión de derechos humanos, admiro una sociedad que tiene estos  por sagrados y siempre los respeta, y  en lo personal el estado ideal  es el de un grupo humano que cumple con el orden, dando lugar a seguridad y a tranquilidad entre sus integrantes.
     Como mexicanos estamos acostumbrados al desorden en muchas cuestiones, y de alguna manera hasta lo festinamos.  No concebimos la fotografía urbana sin que junto con sus personajes típicos aparezcan montones de basura, y así actuamos,  tirando papelito por aquí y por allá, y más delante, en temporada de lluvias, cuando el azolve tapona los cauces naturales, atribuimos el problema a la infraestructura urbana y no a nuestros malos hábitos.  Con relación a la honestidad difícilmente la practicamos a cabalidad, hacerlo llega a ser mal visto, quizás hasta como signo de estupidez, cuando la ocasión de sacar ventaja a través de la deshonestidad está ahí seduciéndonos, y más cuando  ocupamos un cargo público que facilita  sacar ventaja del mismo.  Ver a alguien conocido transgrediendo una regla nos resulta divertido, y de este modo nos vamos haciendo cómplices unos de  otros.
     Dice un amigo al que le gusta mucho viajar, que hacerlo es  conocernos por comparación, porque aprender de otras culturas nos permite poner lo propio en perspectiva.   En este caso, entender que hay un pueblo llamado Japón que ha atravesado circunstancias geográficas, sociopolíticas y económicas que lo llevan a ser como es, a pesar de  haber quedado en ruinas después de la Segunda Guerra Mundial, nos hace considerar que los nuestros son problemas posibles de superar, y que esa apatía cívica  se quita con una buena dosis de  conocimiento y otra más de voluntad.
     No hemos aprendido a considerar a nuestro país como nuestra gran casa y a la sociedad como la gran familia que debemos cuidar.  Tenemos la mentalidad de ensuciar para que otro limpie, descomponer para que otro arregle y sacar ventaja aunque un tercero salga perjudicado.  Cuando echamos mano de un recurso que no nos corresponde no reparamos en que el afectado tiene un rostro, una necesidad y un derecho, y si acaso  imaginamos una masa anónima   y nos justificamos con  aquello de “al fin que todos lo hacen”.

     Cuando eduquemos a nuestros niños acerca de  que eso que no es tuyo tiene dueño, y debes respetarlo.  Cuando los aleccionemos a comportarse en público, dejando de actuar como si la criatura no fuera nuestra.  Cuando a un adolescente lo instruyamos con amor que aquel daño que hace al medio ambiente  se lo hace a sí mismo.  Cuando enseñemos con el ejemplo que los derechos de las personas discapacitadas son sagrados, y a  respetar  hoy para ser respetados  mañana.    Cuando nuestros fallos –que seguirán siendo muchos—puedan atribuirse a  cualquier causa menos a la deshonestidad y  a la mentira.  Entonces estaremos en camino de lograr una sociedad autosustentable, digna y justa.  Ese día cuando actuemos convencidos de que las cosas se hacen por la vía legal, independientemente de si los resultados finales nos  puedan favorecer o no. Cuando actuemos firmes en proporcionar a nuestros hijos el espejo más limpio donde puedan mirarse con la frente en alto cada vez que  lo deseen.  Ese día estaremos dando cuenta de que habita en nosotros un espíritu grande que está dispuesto a trascender a través de su desempeño en esta vida, un ser humano que conoce  los recursos propios, con la inteligencia para utilizarlos y la sabiduría para encauzar sus actos. Un ser humano que no halle justificado actuar fuera del marco legal nunca, por ningún motivo, sabiendo que lo que finalmente nos llevamos cuando morimos es un buen nombre y nada más. Sea nuestro propósito como ciudadanos del mundo ganarnos a pulso, con las pequeñas acciones de cada día, ese buen nombre del que puedan enorgullecerse nuestros hijos.