AUTOESTIMA EN LA
ERA DIGITAL
El avance de la humanidad ha marcado eras, ya sea por el
advenimiento de los metales o de la prensa. Me parece que la actual está dada
por la tecnología digital. Quienes
tenemos más edad para visualizarlo, hallamos un cambio notable entre la
comunicación de la segunda mitad del siglo pasado, contra lo que esta
representa en la tercera década del siglo 21.
Han sido modificaciones drásticas, que tal vez se hallaron por mucho
tiempo en la imaginación de Ray Bradbury o Isaac Asimov, sin atreverse a
rebasar esa frontera entre fantasía y realidad.
Hoy en día lo digital está metido en todo: En nuestras
compras de supermercado; en nuestras preferencias por uno u otro producto, en
especial lo relativo a entretenimiento… En fin, nos llevaría mucho tiempo
señalar en cuantos terrenos la tecnología viene definiendo lo que somos, lo que
comemos y lo que procuramos.
Es una sensación generalizada que el tiempo “no nos alcanza
como antes”. Habría que ver en qué
medida es responsable de ello ese extravío de nuestra atención en el
ciberespacio, ya sea por el tiempo que navegamos o por el modo como sus
personajes inducen en nosotros conductas de ocio. Justo hoy, cuando esto escribo, me hallo una
nota periodística singular, que dibuja en buena forma lo que comento: Taylor
Swift, la cantante norteamericana tendrá una gira por Latinoamérica programada
para el próximo noviembre. La nota hace
referencia a que, en Argentina, en derredor del estadio River Plate en
Buenos Aires, donde hará su presentación la cantante, sus admiradores han comenzado
a instalar tiendas de campaña porque, según manifiestan, “la cantante lo vale”.
Ello, después de sorprenderme, condujo mi atención a dos asuntos:
El primero es acerca del uso del tiempo y del dinero. Me pregunto de qué van a vivir esos grupos de
jóvenes a lo largo de estos cinco meses
mientras acampan. Si aquello se va a
convertir en una suerte de “Woodstock” en el que los fans de la cantante vivan
tomando sol y consumiendo mate durante 150 días. Un segundo pensamiento que vino a mi mente es
suponer que esos jóvenes trasladan su valía como personas a una figura del arte
popular. Solo de esta forma hallo
justificado que pongan en pausa su vida personal, sus actividades cotidianas y
todo aquello con lo que un ser humano construye su propia autoestima desde el interior, y no basándose en elementos
externos que un día están y el otro no, lo que determinaría unas oleadas
monumentales en su psique.
La importancia que un grupo de jóvenes conceden a una figura
pública admirada, me llevó a plantearme una pregunta más: ¿En qué radica el
arrastre de influencers y youtuberos en la conformación mental y
emocional de sus seguidores? Esos que llegan
a conformar legiones de fieles más que atentos aguardando la siguiente
publicación de su dios digital. Me
confieso muy ignorante del tema, así que consulté la información disponible
para legos como yo. Me sorprende que,
dentro de los personajes más influyentes en redes sociales, el promedio de
educación es preparatoria. Sí hallé un
par de ellos con estudios universitarios, lo que me tranquiliza. Quiero suponer entonces que esa verborrea
interminable o esos experimentos sociales, o hasta los nefastos retos que lanzan a sus seguidores son producto de
información no documentada. Pueden
hablar treinta minutos sobre un tópico por intuición, de forma anecdótica, o por mera
diversión creativa, o quizá para medir su propio poder.
Actualmente tomo un taller de crónica con Magali Tercero,
cronista mexicana de carrera, perteneciente al Sistema Nacional de Creadores,
cuya obra literaria ha sido multipremiada. Un concepto que me queda de lo más
claro durante las sesiones es que la crónica parte de datos duros,
comprobables, documentados. El cronista
tiene licencia para insertar líneas ensayísticas que revelen u orienten su
propio sentir con relación al hecho que se narra, pero no puede dar rienda
suelta a la imaginación. Un escrito así caería en el terreno de la ficción,
alejándose del objetivo de la crónica, que es hacer periodismo con alma, desde
los hechos, metiéndose en la piel de sus
protagonistas.
Conceptos tan simples, que
me han abierto los ojos, llevándome a cuestionar hasta qué punto esta ola de influencers
y youtuberos están indoctrinando a sus seguidores desde su propia percepción
subjetiva, presentando como realidades lo que son meras opiniones personales.
A ratos me imagino la figura de ese seguidor ávido de algo que lo
conmueva, que lo estimule, que le dé los procesos de pensamiento digeridos,
para así salvarlo del enorme riesgo de emitir sus propios juicios y tal vez
equivocarse. Me pregunto si esos
seguidores de Taylor Swift han sido movidos por tales apremios digitales. Al tiempo.