LA AFICIÓN: RADIOGRAFÍA SOCIAL
Esta vez fue en Monterrey, en las horas previas al clásico
entre Tigres y Rayados. El conductor de
un vehículo arremete contra un grupo de aficionados del equipo contrario, y se
arma la trifulca. Un individuo es
golpeado y lesionado de muerte con un “fondo de botella”.
Sucede en otras
partes del mundo, sí. Pero que suceda
aquí, es asunto nuestro. Para desgracia de todos los mexicanos, muy
diversas actividades se han contaminado con esa violencia epidémica que da al
traste con iniciativas de sano esparcimiento. Dentro del deporte, que en su origen era de corte familiar, se van
infiltrando afanes perversos que lo corrompen.
En ocasiones son sustancias tóxicas las que disparan esas conductas
beligerantes, pero igual las vemos en individuos que no las han consumido. Pareciera que es la necesidad de liberar
neuroquímicos que disparen las conductas antisociales --con la “emoción” que
conllevan--, es suficiente en este caso, para que los ataques entre jóvenes aficionados se sigan dando.
La familia ha
sido el ideal que mueve a la civilización.
Desde una residencia hasta una aspiradora; desde un viaje a la playa
hasta un refrigerador, todo está inspirado en el bienestar familiar. Sin embargo este ideal se ha quedado en muchas ocasiones
limitado a la esfera comercial. No ha
regresado a su significado original, que es la búsqueda de una satisfacción
global del núcleo familiar.
A pesar de mi
poca afición a los partidos de futbol, no dejo de encontrar gratificante observar
los grupos familiares que acuden al partido del domingo en apoyo a su afición. Muchos de ellos lo hacen uniformados con la playera de su equipo, desde
el abuelo hasta el bebé de brazos. En
torno a este ideal se va tejiendo toda una constelación de productos y
servicios para exaltar el concepto de “diversión familiar” que el deporte del
balompié debe representar. Sin embargo
algo se rompe, o bien, no en todos los casos el deporte constituye un ideal familiar a desarrollar.
Como diría mi
abuela Luz, para tener caldo de pollo, primero hay que tener el pollo. Esto es, quizá el ideal de familia en torno
al cual se teje la parafernalia
comercial y mediática, simplemente no existe.
La afición se compone de individuos provenientes de familias
desintegradas o disfuncionales, que más que visualizar el deporte como una
actividad cohesionadora, lo enfocan como un campo de batalla a donde ir a buscar
esas emociones fuertes, que les hacen sentirse vivos. Más que el entusiasmo por apoyar sanamente a
un equipo, tal vez estén generando acciones tribales de ataque contra aquel que
no se identifica con su causa.
En Pediatría es
muy común encontrar que el niño pequeño que se deprime, se torna violento. Dado lo anterior, para resolver el problema
no se trata de aplacar el enojo sino de tratar la depresión. Algo parecido puede estar ocurriendo con
buena parte de esos individuos violentos, que andan buscando pleito,
simplemente para salir por un rato de su abatimiento y sentir que existen. Además, otro mecanismo fundamental, esa
identificación con el grupo satisface por un rato su empobrecido sentido de
pertenencia. Como haría una pandilla de
niños, unirse en la “travesura” de atacar a los contrarios y hacer valer su
postura, les concede valía frente a la vida.
La enfermedad de
México se manifiesta de muchas maneras.
Cuando lo hace detrás de las puertas de la casa, quizá no nos
enteremos. Cuando lo hace de manera
pública es el momento para abordar el problema, no como un asunto de
inseguridad que se combate con armas y sometimiento, sino como una cuestión
social que debe resolverse desde sus
orígenes.
Las dificultades
económicas de una familia son un elemento que detona la disfunción
familiar. En tanto el dinero que ingresa
al hogar no sea suficiente para cubrir las necesidades básicas de sus
integrantes, va a haber problemas. En la
medida en que la figura de los padres –por causas laborales-- no se haga
presente como debiera, los niños crecerán con necesidades no resueltas. Mientras no se entienda que el desarrollo de
un niño va más allá de los aspectos físicos, y que hay esferas que deben de
abordarse con suficiente cuidado y oportunidad, estaremos conformando sociedades
insatisfechas, constituidas por individuos que salen a buscar emociones fuertes
para sentir que valen. En tanto no
midamos a las personas conforme a su valor intrínseco, seguiremos sintiendo la
necesidad de acumular y enriquecernos para valer ante los demás.
Finalmente, no se
trata de contar cuántos muertos llevamos y sentarnos a llorar. Se trata de volver la vista a lo nuestro, lo
que hay dentro de las cuatro paredes del hogar, como los jueces más críticos.
Así de sencillo.