domingo, 27 de mayo de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LA LECCIÓN DE ZYANYA
El suicidio entre jóvenes es un tema incómodo, de esos que quisiéramos mantener en silencio.  Suele ser la punta del iceberg bajo la cual existen cuadros depresivos variables.
     Hemos avanzado mucho en salud mental. Los trastornos en esta esfera han perdido su atávica condición de tabú, pero aún falta entenderlos bien. Suelen ser vistos como condiciones banales, que para resolverse dependen de la sola voluntad de quien las padece.
     Zyanya Estefanía cursaba su segundo año de la especialidad en Pediatría.  Sus amigos la recuerdan como una niña linda, dedicada y estudiosa. Pasó de ser la anónima poseedora de tales virtudes, a lamentable noticia a causa de su suicidio.  Contrasta la imagen dulce de esta chica,  frente a un hecho tan absoluto como contundente, terminar con la propia vida. Varios de sus compañeros atribuyen al acoso laboral su fatal decisión.  Imposible descartar  un  fondo depresivo subyacente.
     De por sí la carrera de Medicina es difícil.  En nueve o diez semestres hay que aprender mucho acerca del funcionamiento del cuerpo humano sano, para luego interpretar lo que ocurre cuando enferma.  Una vez entendido  qué sucede en la intimidad de la célula, aprender el método para  conocer, limitar y  revertir el daño hecho: Un tratamiento que toque todos los aspectos que llevaron al individuo a la enfermedad, y una rehabilitación que lo regrese a la condición previa a enfermar.  Más delante  enfocarse a modificar  factores de riesgo, y  así evitar el desarrollo de tal enfermedad.
     Prepararse en las aulas para ser médico implica dedicación, disciplina y coraje.  Es apegarse a ese propósito por encima de la comodidad personal, la convivencia familiar y la interacción social.  Como dijera mi querido maestro, Don Jorge Siller, “La Medicina es la novia más celosa”.
     Terminan los años  en el aula pero la preparación continúa por muy diversos caminos, en el área clínica o  la  investigación.   Algunos llegan finalmente al período de preparación en una especialidad.  Se trata ahora de aprender a profundidad los temas propios de un área específica. Habrá de seguir con la vista puesta en los tratados académicos, y la voluntad empeñada en la atención de los pacientes, bajo la tutela de las jerarquías superiores.   El entrenamiento no es sencillo, implica mucha voluntad, resistencia física, y sobre todo resiliencia.  Aprender a sacar la enseñanza de cada situación, aun en los momentos difíciles cuando  la angustia o el cansancio quisieran vencernos.
     A lo largo de la vida habrá que trabajar a favor de las causas que consideramos justas y válidas.  Para hacer bien las cosas, es menester administrar tiempo y energía, de otra suerte sucederá que, repartidos entre tantas actividades, nos volveremos ineficientes.  Sobre todo cuando queremos cumplir con tareas que en justicia no nos corresponden.   Ello puede resultar difícil de delimitar, en particular cuando deseamos quedar bien con todos, y de alguna forma los demás se aprovechan de esa buena voluntad.
     No conocí en vida a Zyanya.  Su historia me lleva a suponer que sucedió algo así, quiso repartirse entre tantas causas propias y ajenas, que terminó cayendo en una crisis.  Seguramente había un fondo depresivo que  se exacerbó debido a  las presiones del exterior.  De cierta forma me vi reflejada en ella; durante mi preparación en Pediatría viví un episodio parecido al suyo.  Venturosamente tuve la oportunidad de entrar a psicoanálisis,  que en definitiva ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.  No es un tratamiento para locos sino una forma de poner orden a la máquina emocional, entender cómo se activa cada una de nuestras reacciones,  y así estar en capacidad de modificarlas.  Al final del psicoanálisis el individuo es capaz de analizar sus propios modos de reaccionar, modificar lo que haya que modificar, y seguir adelante.
     Sorprende que en pleno siglo veintiuno conservemos modos de pensar anacrónicos para  ciertos asuntos. La palabra “depresión”  se visualiza aún rodeada de un velo lúgubre, como se entendía en la  Europa anterior a  la Revolución Francesa. Necesitamos asimilar que es una condición clínica que cualquiera de nosotros puede padecer, y que –afortunadamente-- vivimos en unos tiempos en los que  existen recursos útiles y seguros para tratarla.   Habrá que estar en contacto con  nuestros jóvenes, animarlos a conocerse. Detectar a tiempo cualquier signo sugestivo de  depresión, y  en caso necesario facilitarles buscar ayuda profesional. Que no teman delimitar sus responsabilidades, sin pretender cargar el mundo sobre sus hombros, lo que terminaría por aplastarlos.
     Descanse en paz Zyanya, quien generosa nos deja una valiosa lección de vida para ser  aprendida.

Poesía de Alí Chumacero



Poema de amorosa raíz

Antes que el viento fuera mar
volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran
sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
     Antes que luz, que sombra
y que montaña
miraran levantarse las almas
de sus cúspides,
primero que algo fuera flotando
bajo el aire;
tiempo antes que el principio.
     Cuando aún no nacía
la esperanza
ni vagaban los ángeles
en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la
ciencia de Dios,
antes, antes, muy antes.
     Cuando aún no había flores
en las sendas
porque las sendas no eran
ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas
las hormigas,
ya éramos tú y yo.

Agradezco a Carlos tan luminosa sugerencia.

El hombre y la naturaleza

Reflexión sobre la buena madre


"LA BUENA MADRE ES AQUELLA QUE SE VA VOLVIENDO INNECESARIA..."

La buena madre es aquella que se va volviendo innecesaria con el paso del tiempo.

Ha llegado la hora de reprimir el impulso natural materno de querer colocar el pichón debajo del ala, protegido de todos los errores, tristezas y peligros.

Es una ardua batalla, lo confieso.

Cuando empiezo a debilitarme en la lucha para controlar la supermadre que todas tenemos dentro, me acuerdo de la frase del título.

"LA BUENA MADRE ES AQUELLA QUE SE VA VOLVIENDO INNECESARIA..."

Si realicé mi labor de madre correctamente, tengo que volverme innecesaria.

Y antes que alguna madre me acuse de desamor, explico qué es lo que significa eso.

Ser "innecesaria" es no dejar que el amor incondicional de madre, que siempre existirá, provoque vicio y dependencia en los hijos, como si fuera una droga, a tal punto, de que que ellos no sean capaces de poder ser autónomos, confiantes e independientes.

Deben estar prontos para trazar su rumbo, hacer sus elecciones, superar sus frustraciones y cometer sus propios errores también.

Con cada fase de la vida, una nueva pérdida es un nuevo logro; para las dos partes: madre e hijo.

El amor es un proceso de liberación permanente, y ese vínculo no deja de transformarse a lo largo de la vida.

Hasta el día en que los hijos se vuelven adultos, constituyen su propia familia y recomienzan el ciclo.

Lo que ellos necesitan es tener la seguridad de que estaremos con ellos, firmes, en el acuerdo o en la divergencia, en el triunfo o en el fracaso, prontas para el mimo, el abrazo apretado, y el consuelo en los momentos difíciles.

Los padres y las madres, solidariamente, crían a sus hijos para que sean libres y no esclavos de nuestros propios miedos.

Es ese el mayor desafío y la principal misión.

Cuando aprendemos a ser "innecesarios", nos transformamos en un puerto seguro donde ellos puedan atracar.

"A quien ames. dale:

- Alas para volar.

- Raíces para volver.

- Motivos para quedarse.

Hagamos hijos independientes y seguros de sí mismos para que vivan una vida plena y honrada.

“CUANDO UNA MADRE AMA DE VERDAD, EDUCA A SUS HIJOS PARA APRENDER A VOLAR”.


Tomado de la página de Fb Planeta consciente.

El verdadero amor

CONFETI DE LETRAS dignidad



Vivir con dignidad, aprendizaje que se imprime desde la niñez a través del ejemplo, de la palabra. de la congruencia entre los que nos educan. Reconocer las ganancias que esto conlleva, la tranquilidad de una conciencia, la armonía entre nuestro cerebro y nuestro corazón, la estabilidad emocional que impide reproches a la conciencia, por lo menos los reduce de manera importante. 

Ser dignos, sin aceptar en nosotros un resquicio de mezquindad, siendo capaces de recuperar nuestra dignidad si alguna vez no supimos mantenerla, hacer de ella escudo que nos defienda de convertirnos en seres deshonestos o perversos, sin pretensión de ser galardonados por poseerla, por cultivarla, con la única aspiración de que sea ancla que nos permita siempre llegar a amarrar nuestra embarcación e impedir que vaya a la deriva, aun en medio de las más grandes tempestades.

Dignamente recorrer el mundo, para dejar huella que valga la pena seguir, hacer y decir en la misma sintonía, en cada acción la buena voluntad, en cada propósito la búsqueda de un bien, en cada afecto una propuesta de solidaridad, de fidelidad y lealtad,

En nuestro quehacer diario, que la dignidad sea rutina, que nos mantenga el alma pacífica, la mente clara, que nos impida acumular vergüenzas, remordimientos, reclamos de la conciencia, que por más que se trate de acallar, gritará más alto que la mejor de nuestras justificaciones.

Por pequeños que sean los logros en nuestra vida, el obtenerlos con dignidad, los engrandecerá, Ejemplo y herencia que vale la pena dejar a aquellos que en este camino por la vida vienen detrás.

Michel Pépé: El bosque del Edén