PACTO SOCIAL
No soy amante de ver videos con contenidos violentos. Éste
se atravesó frente a mí, y tal vez por inercia digital, terminé viéndolo. Hallé lamentables los hechos grabados. En el estado de Chiapas un grupo de
migrantes, que por su físico y vestimenta deben de ser centroamericanos,
atacan, tumban y roban a un elemento de la Guardia Nacional, hasta dejarlo
inconsciente en el acotamiento de la carretera.
Un par de ellos se regresa como con intención de ayudarlo. El video se corta antes de saber hasta qué
punto lograron hacerlo. Me sorprende que
a pesar de que en las inmediaciones hay un camión de la GN, no logran
observarse elementos alrededor.
En ese momento me pregunté qué habría sucedido si un grupo
de mexicanos nos halláramos en las proximidades del sitio del ataque. ¿Habríamos en verdad entrado a contraatacar
al grupo de ilegales que en nuestra propia tierra embisten a un ciudadano mexicano? Hay
que decirlo: Francamente lo dudo.
Actuaríamos, como muchas otras veces hemos hecho, haciendo “como que la
virgen nos habla”, para zafarnos cómodamente de la situación. Que un solo individuo intente enfrentar a una
turba sería suicida, pero ¿por qué no se nos da congregarnos en ese momento
para defender a un connacional?
En fechas recientes asistí a una sesión con el destacado
escritor monclovense Luis Jorge Boone. Disertó respecto al género literario del
ensayo. Recorrimos bajo su tutela los
grandes ensayistas, comenzando por Bacon y Montaigne, hasta los más recientes,
que han diversificado la forma de escribir un ensayo. Este género nace cuando nos hacemos preguntas
que luego tratamos de contestar. Básicamente
hay ensayos personales, académicos, históricos y literarios, y mil formas de
contarlos. Partimos de un tema que nos
llama la atención para hacernos preguntas y más delante sembrar esas preguntas
y otras más en el lector, de manera que
cada uno, escritor y lector genere sus propias reflexiones. Dentro de lo mencionado por Boone quiero destacar
un término que hallé iluminador, y que explica en gran medida lo que sucede en
nuestro país: “En México no hay pacto social”.
Dicho concepto tan claro como verdadero se quedó dando vueltas dentro de
mi cabeza y hoy viene a tratar de aterrizar frente a hechos recientes. Nosotros como mexicanos no hemos firmado un
pacto social con los demás, muchas veces ni con la propia familia. Actuamos viendo por nuestros intereses
personales, aunque en las palabras tantas veces argumentamos, discutimos y
vociferamos. Escribimos en redes sociales, amenazamos con matar a los que plantean
posturas antipatrióticas; emprendemos marchas de protesta, pero a la hora de
estar frente a la situación real, poco hacemos.
Para ejemplo tenemos lo ocurrido hace tres días en Cancún. Apenas comienza a levantarse el turismo
después de la pandemia, y un conflicto entre narcomenudistas en plena playa
termina en tragedia. No sugiero que
algún bañista vaya y se enfrente a las armas de alto poder de los delincuentes,
pero sí que actuemos de manera más solidaria, como un grupo humano con
intereses en común.
México es el país de los abrazos y no balazos frente al
crimen organizado que cobra cada vez más fuerza. Somos el país
donde se exigen derechos, pero se omite cumplir deberes. Donde cuenta más la comodidad del momento que
la enseñanza para la vida. Donde el bebé
aprende a caminar con un celular en la mano.
Donde no hay tiempo para atender a los hijos mientras dura la
novela. Hemos fabricado una granja de
niños solos que pronto serán carne de cañón para los grupos criminales. Y con
los sobrevivientes se integran los nuevos escuadrones de la muerte. Somos el país donde todo se puede, al costo
que sea, así se trate de vidas humanas.
“Pacto social”: Habría que analizar si siempre hemos tenido
esta tendencia separatista y antagónica, tan ancestral como el color cobrizo de
nuestra piel. O hasta qué punto influyen
las nuevas tendencias sociales a profundizar una forma de actuar, de suyo
novedosa, tras la terminación de la Revolución.
En otros países un adulto en la calle puede reprender a un
niño al que sorprende obrando mal, como sería el caso de Cuba. O lo contrario, un niño puede denunciar a un
adulto que no cumple sus obligaciones, como sucede en los trenes de la Unión
Europea, donde, aun para viajes largos, muchas veces no se revisan boletos.
En nuestro país el primer caso acabaría en una denuncia para
el adulto que “hostiga” al menor delincuente.
En el segundo caso, no existe en el imaginario infantil la opción de señalar
a un adulto. O hasta es posible que,
para esa tierna edad, el niño ya haya interiorizado que incumplir las
regulaciones sea un signo de audaz inteligencia.
“Pacto social”: ¿Cómo para cuándo lo iniciamos los
mexicanos?