FERIA DE FALACIAS
Las redes sociales nos han cambiado como humanidad. En la actualidad, la gran mayoría de quienes vivimos
en zonas urbanizadas, poseemos un equipo conectado a la red, para estar
comunicados con otros. Es así como cada ser humano trae, ya sea en la mano o en
el bolsillo, su propio mundo.
En gran medida este apego al aparato celular radica en
nuestra necesidad de aceptación.
Vivimos en una sociedad que de muchas formas nos aísla, y es –tantas
veces—sólo a través de la tecnología, como satisfacemos la necesidad de
pertenencia o de aceptación. De ahí la urgencia
de estar recibiendo esas microdosis de neurotransmisores cada vez que
encendemos el aparato y nos hallamos un “me gusta”. Algo similar sucede en México al ejecutivo
federal con la “crítica” a sus dichos y ocurrencias. En sus prolongadas y costosas “mañaneras” él
espera siempre aplausos, y de no obtenerlos surge el descontento, el ataque y la descalificación.
Lo de esta semana
frisó en el absurdo: Durante dos días llama a Carlos Alazraki –judío--, “hitleriano”, en respuesta a los comentarios
del opinador sobre una aeronave sin registro que despegó de Querétaro rumbo a
Argentina con tripulantes extranjeros. Lo
dicho por el presidente me pareció tan absurdo como llamar a Venustiano Carranza
“huertista”, simplemente porque sus puntos de vista no son del agrado de quien
lo califica de ese modo. El presidente,
en su afán de denostar, cometió una ofensa para un pueblo que sufrió al extremo
a manos de Adolfo Hitler, fundador del movimiento nazi, del cual se cuentan 6
millones de muertos en campos de exterminio.
El dicho del presidente López da cuenta de varias cuestiones: La
primera, su modo precipitado de reaccionar.
Francamente no creo que no sepa qué papel tuvieron Hitler o Goebbels
(con el cual también comparó a Alazraki) en este genocidio en Europa, durante
la Segunda Guerra Mundial. La segunda
cuestión parecería corresponder a una venganza histórica para los orígenes de
Alazraki, algo absurdo en el fondo, cuando la comunidad judía ha representado
un gran empuje para México en muchos aspectos.
Y la tercera refleja una personalidad autocrática que no tolera a
quienes opinan distinto a él. O sea,
según su pensamiento, los 120 millones de mexicanos debemos de pensar como él
lo hace. No tenemos permitido hacerlo de otra forma.
En lo personal hallo las redes sociales una herramienta
útil, cuando se utiliza con sensatez. De
igual manera encuentro una fuente de pérdida de tiempo cuando estamos viendo “a
ver qué cae”, sin un objetivo preciso para desarrollar. Me temo que esa sensación de que se nos pasa
el tiempo demasiado rápido tiene mucho que ver con esos tiempos muertos frente
a la pantalla. Por más que me afano en
evitarlo, yo misma me he sorprendido dejando correr un contenido inútil y
ocioso, tal vez con la peregrina esperanza de que se enmiende antes de
terminar. Si tuviéramos un cronómetro
para medir el tiempo desperdiciado en ello, hallaríamos gran parte de la explicación
de por qué se nos pasa el tiempo de manera tan rápida.
Otro fenómeno muy asociado al uso de redes sociales es la
polarización. Esto es, comenzamos a
seguir a quienes piensan como nosotros.
Nos sentimos identificados con ellos, los procuramos y les
aplaudimos. Internamente se va
desarrollando la idea de que “todo el mundo” piensa como nosotros, puesto que
el universo digital que hemos elegido para navegar, lo hace. Y es así como se van presentando posturas maniqueas
que bien pueden llevar, en forma
creciente, a acciones extremas. “Falacias ad populum”, llamarían los
especialistas a estas formas de apelación en redes.
A ratos imagino cómo serían las cosas hace 100 años, cuando
la comunicación era presencial de forma exclusiva. Esas tardes cuando la familia, cansada del
calor, sacaba sus sillas y mecedoras a la banqueta, para platicar. ¡Cuan diferentes habrán sido los contenidos,
cuando los dichos se expresaban de manera directa, mirándose a los ojos! De todas formas, sabemos que la historia que
esas familias nos han transmitido, no están totalmente apegadas a los
hechos. Cada comunicador imprime a su
historia un rasgo particular, un sesgo que, a la vuelta del tiempo, no
alcanzaríamos a detectar. Aun así, la
transmisión de contenidos entre humanos habrá sido entonces mucho más rica y verosímil,
en comparación con lo que tenemos hoy en día a través de los medios digitales.
Cada época desarrolla sus propios recursos de
comunicación. De nosotros depende el uso
que les demos a los que hoy tenemos entre manos. Ante la oferta inacabable de contenidos, cada
cual elige qué seguir, y hasta qué punto esos mismos materiales van a modelar
su comportamiento. De momento es sensato razonar lo que vamos a decir antes de
lanzarlo al aire.