ANTÍDOTO CONTRA EL MAL
Contrario a otras semanas, la
colaboración de hoy no es un análisis crítico de acontecimientos. Ese proceso de poner por escrito una idea
para entenderla, que me otorga la columna de cada semana, en esta ocasión
tendrá que esperar. No he acabado de
procesar lo ocurrido, mis sentimientos habrán de aplacarse y reordenarse, y
será hasta entonces cuando pueda verter por escrito los hechos y las
conclusiones, pero aún no.
Esta semana sufrí un intento de
extorsión. Una de las situaciones más
críticas en mi vida. A partir de una
suplantación de identidad, vía teléfono celular, me fueron envolviendo
progresivamente en una narrativa que terminó por ocupar toda mi mañana y la de
mi hija, quien al percibir mi estado dejó su actividad laboral para apoyarme. Lo más doloroso es que esas
terribles horas, me han robado mi tranquilidad. Quedé en manos de expertos en
la manipulación de la esfera psicológica de otros seres humanos. Unos especialistas en ir envolviendo, capa
por capa a sus víctimas, hasta colocarlas en una situación de conflicto
profundo, donde pareciera no haber salida alguna. En serio, que es un momento
que no le deseo a nadie. Finalmente, el
susto terminó gracias a la intervención de un excelente amigo de la familia,
quien, a su vez me canalizó con un abogado especialista en estos temas, para,
una vez revisada la evidencia, concluir que aquello era un fraude. Le escuché
decir unas palabras muy sabias: “Nuestro país no está preparado para una
tecnología digital de punta como esta”.
Le concedo toda la razón.
En otras ocasiones lo he abordado
y hoy lo retomo: el capitalismo nos ha llevado al individualismo y al egoísmo. Primero van mis intereses, sin importar lo
que ello implique. Me quedo analizando
que este capitalismo ha nacido en el primer mundo, para nosotros
específicamente en Norteamérica. Sin
embargo, aquel país tiene un buen freno que limita el comportamiento de los
individuos como para hacerse de un capital por una vía distinta a la
legal. Desde su fundación en 1776 cuando
las trece colonias británicas asentadas a lo largo del Atlántico se
convirtieron en los Estados Unidos de Norteamérica, han incluido en su
estructura social un profundo apego a la religión. Los ciudadanos son celosos practicantes, lo
que, en gran medida ha generado una
contención a la hora de plantearse hacerse de dineros por una vía que no sea
legal. Alguna vez un amigo que conoce
mucho de economía internacional mencionaba que en aquel país el peor delito es
el que va contra la recaudación de impuestos.
Cierto, no podemos dejar de lado que, allá, como en todo el planeta, han
ocurrido atentados terribles, muchos de ellos relacionados con el uso
indiscriminado de armas de alto poder.
No podríamos negarlo. No
obstante, en otro tipo de delitos más “domésticos” –valga el término—los
ciudadanos norteamericanos no se sienten tan amenazados como lo estamos en
México. Son bastante más confiados en el
día a día, tanto en casa como en sitios públicos.
Nuestro México, en cambio, desde
su nacimiento, se maneja mucho a partir de contraposiciones. Son parte de nuestra propia idiosincrasia y
se antoja casi imposible dejarlas de lado.
Todos los mexicanos somos guadalupanos, aun aquellos que se persignan
cada mañana frente a la imagen de la Virgen Morena, para que los proteja en su
actividad como malhechores, o los que dan gracias a Dios en plena rapiña,
frente a un tráiler volcado en carretera. Algo como esto me tocó escuchar en las
últimas semanas en un video que captó un accidente así: La mamá señalaba al
hijo que se apropiara de más de la mercancía, que ”gracias a Dios” estaba a su alcance.
Aún me retumban frases aisladas
de ese terrible intento de extorsión.
Si no fuera por la capacidad de manipulación de estas personas, desde un
principio habría detectado inconsistencias que, ya en el despacho del abogado
que me ayudó a desenmarañarme las neuronas, me resultaron demasiado obvias,
reprochándome cómo fue que no las aprecié en su momento. Trato de ser
indulgente conmigo misma, pensando en que caí en la trampa por partir del
principio de que quienes se comunicaban conmigo eran quienes decían ser, y
estuve dispuesta a ayudarlos. A partir
de ahora, por propia seguridad, he considerado en cambiarme, del bando de los
cautos bien intencionados, al bando de los escépticos y desconfiados. Me
resisto a hacerlo, ya que sería contribuir a
hacer de nuestro México un sitio aún más difícil de vivir para todos.