domingo, 28 de febrero de 2016

CONTRALUZ por Maria del Carmen Maqueo Garza

OTRA LECTURA
María del Carmen Maqueo Garza
Umberto Eco acaba de ascender a la memoria eterna, así él se hubiera negado a hacerlo por voluntad propia; su muerte nos lo deja a todos los vivos para siempre, para hacerlo nuestro cada vez que queramos, colocarlo en la cabecera de nuestra cama, o quizá obligarlo a acompañarnos en una sabrosa sobremesa.  Él que se defendía de todo aquello con olor a incienso no sabe que ahora lo situaremos con nuestros corazones en el cielo al cual él ha de creer que no llegó, pero desde acá le avisamos los creyentes que sí, que ya está allá y para siempre.
   Eco pertenece a ese grupo de poetas que aman tanto a Dios que terminan por desmitificarlo y vivirlo cada día, en toda circunstancia.  Retomar algo de su pensamiento me proporciona en estos momentos otra lectura de las cosas; su condición de estudioso de la semiótica, --el conocimiento de los símbolos-- es  ahora como una lupa que me invita a observar al mundo de otra manera.  Como él mismo dice: “Es imposible cambiar al pueblo de Dios sin reincorporar a los marginados”, lo que en lo personal me lleva a descubrir, aunque ya lo había hecho a medias alguna vez, que todos nosotros, pobladores del planeta Tierra, por más que nos sintamos diferentes unos de otros, y que en nombre de estas arcaicas diferencias promovamos guerras, finalmente somos uno mismo, porque lo somos desde el corazón.  Dentro del más poderoso o del más soberbio vive un niño necesitado, al que unas veces dejamos aflorar, justo para esos afanes existe el arte,  y otras veces lo reprimimos como queriendo sofocarlo dentro, aunque finalmente esa fuerza motriz termina por aflorar y hacer  de las suyas.
   Si comenzáramos a entender un poco más la propuesta de humanización de Eco, y un poco menos a esos absurdos afanes que llaman a discriminar a otros por tener características que yo no tengo, distinta sería la cosa.  Esa necesidad de sentir que yo me cuezo aparte del resto del mundo no refleja  otra cosa que mi  misma inseguridad interna, y en la medida en que crezco en mi propio conocimiento y aceptación, voy descubriendo que, precisamente, los demás y yo somos tan parecidos que hasta nos confundimos.
Todo cambia a partir del momento cuando entendemos que un ser humano que agrede a otro lo hace, más que como un acto autónomo de su voluntad, movido por esa parte que lo controla a él, esa pulsión interna que marca hacia afuera sus actitudes, tantas veces lesivas para los demás.
   Entonces, según lo que Umberto Eco nos dice desde su hereje ateísmo, es que un mundo justo inicia precisamente con el conocimiento de nosotros mismos, de yo conmigo, entendiendo por qué actúo como lo hago, y si ese modo de actuar es la mejor aportación que puedo hacer a mi propia persona, a mi entorno íntimo, y finalmente al mundo.  Cuando lo que expreso provoca daño y soy correspondido de igual manera, ese pequeño niño que llevo dentro se siente más inseguro, como gato atrapado dentro de una jaula, que a todo lo que se aproxime a él tenderá a atacar a zarpazos.
En esta vida hay una locura feliz, la de decidir ser como quieres ser, porque quieres, y disfrutarlo.  Además hay muchas locuras que nacen del sufrimiento, que no se tienen por propia voluntad sino por instinto de supervivencia; son locuras que dañan, que aíslan, y que finalmente se alimentan a ellas mismas como mitológico Uróboros.  Pero aún así, dentro del loco feliz, como de aquel que va cargando su propio mundo en la mochila, creyendo que es el mundo perfecto para todos, en ambos casos, hay un común denominador que nos hermana, y es a partir de ese común denominador que nos corresponde emprender esa tarea común llamada “convivencia”.
   Cuando  vamos por el mundo con esta consigna de la convivencia en mente, las cosas funcionan mejor para todos.  Si hacemos a un lado por un rato esas voces internas que nos llaman a diferenciar, a discriminar, a rechazar y a atacar, y dejamos salir a ese niño que, como niño que es, tiene más facilidad para hallar las coincidencias antes que las diferencias, nuestro mundo habrá dado un gran paso hacia la paz, primero a la paz interna de mí conmigo, y luego a la paz de unos con otros, entre hermanos, allende las fronteras geográficas, de raza, sociales o económicas.
   “Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor”.  Lo dice el pensador y poeta que no creía en Dios, aunque, como él mismo dejó asentado alguna vez, la fe en Dios se manifiesta en los hechos y no en las palabras.
   Alguna vez, allá por el 2009 lo pensé a la muerte de Benedetti, y hoy lo  retomo con la partida física de Umberto Eco: Un artista no tiene permiso de morirse.  En el caso de Eco se queda con nosotros para siempre, aunque se haya ido al cielo en el que no creía.

VIÑETAS por Maria del Carmen Maqueo Garza


A temprana hora llegué a la tienda de autoservicio, estaban a unos minutos de abrir, así que esperé en el carro escuchando música.

En esos momentos apareció por la explanada casi vacía del estacionamiento un hombre joven con un jersey azul, que se hacía acompañar de tres perros, dos de ellos de gran envergadura, uno era Gran Danés, y el otro menos definido, casi del mismo tamaño. El tercero era un chihuahueño blanco que corría a toda velocidad para no desprenderse  del contingente, y mientras la marcha del hombre y de los dos canes grandes era pausada, el pequeñito se apuraba con toda su energía para no perderles el paso.

Me hizo pensar cuántas veces la vida nos plantea una situación así, donde, como el perro pequeño, nos hallamos en total desventaja frente a nuestro mundo, de modo que debemos trabajar más que los demás para no quedarnos atrás.

Lamenté no tener en ese momento la cámara lista para tomar una foto, aunque, viéndolo bien, creo que la lección que aprendí con verlos se fija en mi mente mejor que cualquier imagen digital.



Los hijos: Tomado de El Rincón del Tíbet.


HOJAS SUELTAS por María del Carmen Maqueo Garza


LEALTAD

Celia Yadira murió el pasado mes de noviembre, antes de cumplir 40. Sin haberla visto jamás, ni haber escuchado su voz, sé que fue una buena mujer, amorosa y sensible. Desconozco cómo murió, en asuntos tales no se vale echar a volar la imaginación, por elemental respeto. Sé que murió porque así lo señala la cruz de madera natural clavada en la tierra, justo en donde se halla su tumba, la que luce adornada con flores artificiales de color rojo intenso, que a mí me sugieren un amor también intenso. Poco o nada la haría distinta de otras tumbas en el panteón Santo Cristo que en sus poco más de cincuenta años de existencia guarda buena parte de la historia regional entre lápidas, algunas austeras, otras de mármol, y unas más con la fotografía del difunto impresa; monumentos, cruces de madera o de hierro forjado, y flores, eso sí, muchas flores de colores llamativos, como para espantar cualquier mal recuerdo.

Lo que hace diferente a esta tumba, la de Celia Yadira que murió antes de cumplir 40, es un bulto inamovible, de un negro profundo, que parece fundirse con el césped que se ha ido perdiendo en ese solo pedazo, tal vez por falta de sol, se trata de una perra que si acaso levanta la mirada cuando nos acercamos a ella, pero nada más. Es una perra triste, eso lo sabe cualquiera que conozca un poco de emociones perrunas, mi imaginación me hace pensar que Celia Yadira, quien murió antes de cumplir 40 haya sido su ama, y que la quiso mucho, de modo que ahora la perrita la espera con toda la paciencia y toda la lealtad que sólo a un perro fiel le es dado tener. Claro, en mis adentros me  reprendo, ese pensamiento es producto de mi imaginación, así que espanto tales historias fantásticas mientras me preparo para dejar el camposanto a donde acudí acompañada de mi hija. Justo cuando estamos por hacerlo se aproxima uno de los trabajadores del panteón, probablemente intrigado por nuestras muestras de afecto a la perrita,  nos señala que, efectivamente, desde aquel día de noviembre cuando sepultaron a Celia Yadira, quien murió antes de cumplir 40, la perrita se echó sobre su tumba como la guardiana más triste, y solamente se mueve para comer algún alimento que los mismos trabajadores le ofrecen. 

Hoy la naturaleza me obsequió una nueva enseñanza, hoy sé que el amor que un ser humano es capaz de dar llega a ser tan intenso que traspase las barreras del tiempo y las fronteras de la muerte.

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



¡Venga la vida!

Si que venga. Así sin sello de garantía, así con fecha de caducidad oculta.

Que la vida venga y que sepamos vivirla,

Que nos llegue día a día, que despertemos y ahí esté.

Que nos sepa sorprender y seamos capaces de no perder la capacidad de sorprendernos con ella. Que con ella venga siempre la oportunidad de rehacer, de renacer, de recordar, de reflexionar, de repetirnos una y otra vez que vivir es condición sagrada, en la que siempre debemos encontrar motivos que nos hagan agradecer un nuevo día, y llegar a encontrarnos con la noche que también tiene su encanto, y es dueña absoluta de la enigmática luna.

¡Venga la vida, que venga! Que siempre sea bienvenida, y cuando no nos venga bien, que nos dé oportunidad de tener fuerza, la fe, la actitud para sortearla, para sublimar dolor y reencontrar en la vida nuestra mayor bendición.

Mozart para la oficina: Música en impresora.

¿Que cómo funciona? ¡No tengo la más remota idea, pero qué divertido!