LAS BARBAS DEL VECINO
La violencia es el miedo a los ideales de los demás. M Gandhi
Esta vez tocó a
Brasil y a Nueva Zelanda. Crímenes de odio que terminan en el
desgarrador asesinato de civiles. En el
primer caso las víctimas fueron escolares y maestros dentro de un plantel
escolar a la hora de recreo. En el
segundo, feligreses en dos mezquitas, a
corta distancia una de la otra.
Tras el azoro llega
a la mente un alud de ideas. Se
identifican al menos tres elementos en los que valdría la pena reflexionar: Hay
un factor ideológico. Se percibe una
gran carga de violencia. Y –una vez
más-- el fácil acceso a armas de alto poder.
La migración es
un fenómeno natural de los grupos humanos.
Ha sido a causa de ella que se han poblado los continentes; que se han
conformado las diversas culturas regionales, y que contamos con una oferta tan
variada en todos los campos del saber humano.
Las primeras migraciones en la época de recolectores-cazadores,
obedecieron a la búsqueda de alimento. A
partir de la agricultura y el asentamiento humano, los movimientos grupales
obedecieron a otras causas que tienen que ver con el mejoramiento de las
condiciones de vida de los pueblos, hasta nuestros días. En el transcurso de los siglos desde entonces
hasta la actualidad, han existido diversos elementos que confieren a los
humanos modos de reaccionar que llegan a ser muy violentos. Cuando la causa está relacionada con principios ideológicos,
las conductas son más brutales. Para
ejemplos tenemos diversos grupos fundamentalistas extremos que actúan
convencidos de honrar a sus dioses de este modo.
El segundo
elemento, que tiene que ver con el grado de violencia con que actúan estos
individuos hallaría muchas explicaciones –y a la vez ninguna—que los
justifique. Vivimos en un medio en el
cual la agresividad es moneda de cambio.
Desde la intimidad del hogar hasta las relaciones internacionales,
observamos conductas irascibles que sugieren que antes de reflexionar, de zanjar
o de mediar, lo primero es atacar.
Actuamos de manera temeraria, muchas veces a la defensiva. Exigimos
derechos –reales o ficticios—pero no estamos muy dispuestos a asumir las
responsabilidades correspondientes.
Conformamos una sociedad timorata que antepone los “derechos” de los
criminales a los de las víctimas.
Sistemas escolares que evitan imponer su autoridad frente a alumnos
caprichosos y padres agresivos que además exigen lo imposible: Sin que se toque
a sus “pimpollos”, quieren ver resultados que solamente la disciplina bien
aplicada podría producir.
El último elemento de esta ecuación
nefasta lo constituye el fácil acceso a armas de alto poder alrededor del
mundo. Podríamos irnos a analizar las
leyes militares de Burundi en el continente africano, o de Bután en Asia, pero
mejor empezamos por nuestro querido México para preguntarnos cómo es que la
delincuencia organizada cuenta con esos arsenales inagotables de armas
semiautomáticas y automáticas “de uso exclusivo del ejército”. ¿Dónde las
compraron? ¿Cómo llegaron a nuestro país? ¿Cómo cruzaron la frontera? ¿Quién
las produce a gran escala para cubrir esas ventas masivas?... Son preguntas que
sí nos corresponde analizar, tratar de responder, y más delante exigir lo que
corresponda para desarticular dichos mecanismos. No es aceptable que los criminales hayan
desarrollado tal capacidad de controlar a tantos segmentos de la población por
la vía de “plata o plomo”. En los casos
de Brasil y Nueva Zelanda ya corresponderá a sus ciudadanos y autoridades
analizar qué pasó allá. Volviendo a
México, un último asunto: Me sorprende
que haya tanto extranjero afiliado al crimen organizado, habría que dilucidar
cómo ingresaron y de qué modo prolongan
su estancia en nuestro país, sin que ninguna autoridad parezca tomar cartas en el asunto.
En un artículo
sobre educación, su autor --el doctor Díaz Barriga-- desarrolla el término de
“compulsión al cambio” al hablar del sistema educativo por competencias, que
lleva a formularnos la pregunta de si
puede construirse un mundo de paz cuando
el sistema educativo se orienta con apremio a la competencia más que a la
cooperación.
Finalmente: Si
antes de asomarnos por la ventana a opinar sobre los problemas del vecino,
arreglamos los de nuestra casa, podría ir dándose un cambio verdadero. Si más que señalar con el dedo hacia otro
lado, nos plantamos frente al espejo y medimos qué tanto de nuestro diario
actuar, puede estar atizando el fuego de
la violencia a distintos niveles… Si
aplicamos aquel refrán popular de “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar,
pon las tuyas a remojar”, estaremos en camino para alcanzar el sueño de la “no
violencia” que los grandes iluminados han imaginado para este mundo.