domingo, 17 de marzo de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


LAS BARBAS DEL VECINO

La violencia es el miedo a los ideales de los demás. M Gandhi
Esta vez tocó a  Brasil   y a Nueva Zelanda.  Crímenes de odio que terminan en el desgarrador asesinato  de civiles. En el primer caso las víctimas fueron escolares y maestros dentro de un plantel escolar a la hora de recreo.  En el segundo, feligreses  en dos mezquitas, a corta distancia una de la otra.
     Tras el azoro llega a la mente un alud de ideas.  Se identifican al menos tres elementos en los que valdría la pena reflexionar: Hay un factor ideológico.   Se percibe una gran carga de violencia.  Y –una vez más-- el fácil acceso a armas de alto poder.
     La migración es un fenómeno natural de los grupos humanos.  Ha sido a causa de ella que se han poblado los continentes; que se han conformado las diversas culturas regionales, y que contamos con una oferta tan variada en todos los campos del saber humano.   Las primeras migraciones en la época de recolectores-cazadores, obedecieron a la búsqueda de alimento.  A partir de la agricultura y el asentamiento humano, los movimientos grupales obedecieron a otras causas que tienen que ver con el mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos, hasta nuestros días.  En el transcurso de los siglos desde entonces hasta la actualidad, han existido diversos elementos que confieren a los humanos modos de reaccionar que llegan a ser muy violentos.  Cuando la causa  está relacionada con principios ideológicos, las conductas son más brutales.  Para ejemplos tenemos diversos grupos fundamentalistas extremos que actúan convencidos de honrar a sus dioses de este modo.
     El segundo elemento, que tiene que ver con el grado de violencia con que actúan estos individuos hallaría muchas explicaciones –y a la vez ninguna—que los justifique.  Vivimos en un medio en el cual la agresividad es moneda de cambio.  Desde la intimidad del hogar hasta las relaciones internacionales, observamos conductas irascibles que sugieren que antes de reflexionar, de zanjar o de mediar, lo primero es atacar.  Actuamos de manera temeraria, muchas veces a la defensiva. Exigimos derechos –reales o ficticios—pero no estamos muy dispuestos a asumir las responsabilidades correspondientes.  Conformamos una sociedad timorata que antepone los “derechos” de los criminales a los de las víctimas.  Sistemas escolares que evitan imponer su autoridad frente a alumnos caprichosos y padres agresivos que además exigen lo imposible: Sin que se toque a sus “pimpollos”, quieren ver resultados que solamente la disciplina bien aplicada podría producir.
     El último elemento de esta ecuación nefasta lo constituye el fácil acceso a armas de alto poder alrededor del mundo.  Podríamos irnos a analizar las leyes militares de Burundi en el continente africano, o de Bután en Asia, pero mejor empezamos por nuestro querido México para preguntarnos cómo es que la delincuencia organizada cuenta con esos arsenales inagotables de armas semiautomáticas y automáticas “de uso exclusivo del ejército”. ¿Dónde las compraron? ¿Cómo llegaron a nuestro país? ¿Cómo cruzaron la frontera? ¿Quién las produce a gran escala para cubrir esas ventas masivas?... Son preguntas que sí nos corresponde analizar, tratar de responder, y más delante exigir lo que corresponda para desarticular dichos mecanismos.  No es aceptable que los criminales hayan desarrollado tal capacidad de controlar a tantos segmentos de la población por la vía de “plata o plomo”.  En los casos de Brasil y Nueva Zelanda ya corresponderá a sus ciudadanos y autoridades analizar qué pasó allá.  Volviendo a México, un último asunto:  Me sorprende que haya tanto extranjero afiliado al crimen organizado, habría que dilucidar cómo ingresaron  y de qué modo prolongan su estancia en nuestro país, sin que ninguna autoridad parezca tomar  cartas en el asunto.
     En un artículo sobre educación, su autor --el doctor Díaz Barriga-- desarrolla el término de “compulsión al cambio” al hablar del sistema educativo por competencias, que lleva a formularnos  la pregunta de si puede  construirse un mundo de paz cuando el sistema educativo se orienta con apremio a la competencia más que a la cooperación. 
     Finalmente: Si antes de asomarnos por la ventana a opinar sobre los problemas del vecino, arreglamos los de nuestra casa, podría ir dándose un cambio verdadero.  Si más que señalar con el dedo hacia otro lado, nos plantamos frente al espejo y medimos qué tanto de nuestro diario actuar, puede estar  atizando el fuego de la violencia a distintos niveles…  Si aplicamos aquel refrán popular de “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”, estaremos en camino para alcanzar el sueño de la “no violencia” que los grandes iluminados han imaginado para este mundo.

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