LA MAGIA DE LA PALABRA
Un tema recurrente en nuestras pláticas
de sobremesa, no se diga, en notas periodísticas y artículos de opinión, es el
daño que estamos haciendo al planeta.
Los gobiernos ponen su mejor esfuerzo por frenar esta destrucción; se
destinan presupuestos millonarios para integrar comisiones que revisen el
problema y propongan soluciones… Lo malo, desde mi punto de vista, es que, como
para tantos otros asuntos nacionales, se colocan políticos y no científicos al
frente de estas comisiones, y los políticos ponen por delante los intereses de
la estructura de gobierno que los sustenta, y no el problema en sí, de suerte
que los resultados dejan mucho que desear.
Esperaríamos que para resolver un problema de esta magnitud se llegue a
las raíces últimas del mismo. Y
nuevamente, se busca crear grupos que vayan a combatir de manera directa a los grandes depredadores que
talan los bosques, erosionan los suelos,
o matan especies, pero nuevamente
fracasan. Muchas de estas actividades
ilícitas están orquestadas por el crimen organizado, y aquello se vuelve una
lucha cruenta con pocos resultados…
Nuestro mundo actual ha crecido a ritmo insospechado en lo que se
refiere al conocimiento; los alcances de la mente para controlar el medio son
inabarcables. Por otra parte hemos desatendido esa parte medular que debe estar
detrás de toda mente si queremos que los proyectos de la inteligencia humana no se olviden del bien común y la verdad.
Hemos dejado muy fuera de la jugada la esencia de las cosas, la parte de
las emociones que atempera, regula y conduce la alta energía del
intelecto. Los alcances de la ciencia y
la tecnología sin la dirección del corazón han producido, entre otras cosas,
los grandes daños que nuestro planeta, como bestia herida, está padeciendo.
¿Qué hacer, entonces…?
Hace un par de semanas, dentro del programa “Leo, luego existo” impulsado por CONACULTA, tuve ocasión de
escuchar al actor Carlos Bracho. Este
programa busca seducir al lector potencial a acercarse a los libros, y una de
las formas de atraer al público a la lectura, es mediante figuras que él identifique,
conozca y esté dispuesto a seguir.
En esta oportunidad Bracho leyó textos de José Juan Tablada, poeta de la
primera mitad del siglo veinte cuya obra es poco conocida en nuestro país. Fue el primero que trajo a México los haikús, epifanías
poéticas de tres versos y un total de diecisiete sílabas originadas en Japón. Aparte de leer varios de ellos, Bracho dio
lectura a “La Canción de la Selva” poesía que causó en mí una particular
impresión en aquellos momentos; es un paseo por diversos ecosistemas, entre
ellos la selva, en lo personal imaginé la chiapaneca, hallando a cada paso magníficas
especies vivas como el jaguar, pericos, guacamayas, quetzales, macacos e
iguanas. Aquí me permito reproducir un
fragmento de la misma:
…Otros días sonoros y ricos
como el trópico son, y si ruge el jaguar
y vuelan las parvadas de pericos,
¡parece que la selva echó a volar!
como el trópico son, y si ruge el jaguar
y vuelan las parvadas de pericos,
¡parece que la selva echó a volar!
Y el relámpago de las guacamayas
rasga el cielo -clamor y bandera-
como si el eco y el vislumbre fuera
de la legión del dios de las batallas.
rasga el cielo -clamor y bandera-
como si el eco y el vislumbre fuera
de la legión del dios de las batallas.
Durante aquella sabrosa lectura a través de la
cual esas especies cobran vida, y a su vez dotan de movimiento a los árboles,
el cielo y la tierra por la cual pisamos fascinados de mano del poeta, quedó claro
que la toma de conciencia para proteger a nuestro planeta no se impone por la
fuerza ni se defiende con armas, y mucho menos se resuelve mediante iniciativas
de escritorio. El cambio ansiado y
necesario se da en los corazones de nuestros niños y jóvenes, primero a través de la transmisión de valores
familiares, sí, pero también, y como un valioso complemento, mediante la
lectura, esa afortunada forma de encanto que nos llama a desarrollar, primero
una simpatía con aquello que se lee, luego una fraternidad con lo leído, y
finalmente una solidaridad, una ética nacida del conocimiento profundo de las
cosas.
Entre el momento cuando concebí esta
colaboración, y ahora que se publica, acontece la partida física de uno de los
más grandes escritores latinoamericanos.
Gabriel García Márquez, “Gabo”, ese entrañable personaje a quien la fama
nunca alejó de su condición humana y de Macondo, el espacio mágico de su
infancia en Aracataca, tan reiterativo en toda su obra. Él quien mediante sus diversos personajes nos avisa que
está bien imaginar, y soñar, y creer, se nos fue entre una nube de mariposas
amarillas, aunque seguirá con nosotros en todo momento a través de la magia de
la palabra, que nos propone descubrir el
mundo con el corazón en la mano, para luego amarlo mucho y siempre.