TRES FECHAS: UNA SOLA PASIÓN
Hay momentos en que el tiempo se detiene de repente para dar lugar a la eternidad:
F. Dostoievski
En la vida de todos nosotros hay fechas especiales, que marcan nuestro calendario. En mi caso, justo en estos días, se cumplen, no una sino tres fechas muy significativas, de las cuales hoy me permitiré hablar. Muy distinto a mi habitual estilo periodístico, en esta ocasión deseo compartir algo de mi vida personal, para aquel lector que generosamente guste acompañarme.
Estoy a escasas horas de entrar al séptimo piso, como se llama eufemísticamente a cumplir setenta años. Me siento muy afortunada, en particular luego de que en dos ocasiones he tenido condiciones médicas que me pusieron a un paso de la muerte. Agradezco profundamente a mis padres el regalo de la vida y a Dios el privilegio de seguir aquí haciendo aquello que más me gusta hacer, con total libertad. Gracias a todo el personal médico y de enfermería que estuvo conmigo en esas horas terribles; sepan que cada día los recuerdo con cariño y gratitud. Si no ha sido por su entrega amorosa y su dedicación, no estaría hoy aquí.
Otra fecha que se cumple junto con mi cumpleaños es el decimoquinto aniversario de mi blog, ese espacio personal que inició hace tres lustros como una necesidad de compartir algo más que mis colaboraciones periodísticas. Domingo a domingo, salvo en una única ocasión, ha salido la actualización de mi blog, que preparo con entusiasmo y alegría en el curso de la semana. En más de una oportunidad he expresado que es como un hijo al que me alegra dedicar tiempo y empeño. No podría determinar cuántas horas de la semana se me van en su preparación, pues como dice Confucio, cuando elegimos un trabajo que nos gusta, no tendremos que trabajar ni un día en la vida.
La tercera fecha que se cumple justo en estas semanas es la de mi primera colaboración periodística. Fue un 23 de abril de 1975 cuando, lo que habían sido pequeñas aproximaciones en diarios escolares, escaló a un periódico regional. Recuerdo que me hallaba convencidísima de publicar mi opinión respecto a un asunto ocurrido en las aulas universitarias a raíz de una falta colectiva. Tenía la profunda necesidad de exponerlo al mundo. Tomé mi máquina Olivetti y escribí al menos unas tres veces lo que quería decir. Terminó ocupando una cuartilla y en ese momento descubrí un problema que sería reiterativo durante muchos años: Había que ponerle nombre al niño. Como si fuera hoy, viene a la memoria una escena donde estamos mi madre y yo, buscando un título a la colaboración. En su deseo de apoyar ella propuso: “Contigo pan y cebolla”, aludiendo a la comedia en cuatro actos del dramaturgo mexicano Manuel Eduardo de Gorostiza. Finalmente intitulé la colaboración como “Naná”, atendiendo al título de la película basada en la novela homónima del francés Zola, que forma parte de la colección de novelas de época reunidas bajo el título de “Los Rougon-Macquart”. La proyección de esa película en una sala de cine de arte en función matutina dio lugar a la falta colectiva de mi grupo que detonó la idea de publicar un texto de protesta.
Han pasado ya cincuenta años de esa primera colaboración. Publicar en diversos medios impresos y digitales de manera periódica, representa para mí una tarea sagrada que cumplo con el corazón puesto en ello. Con los años y la práctica, lo que inicialmente representaba un largo proceso de preparación, ahora me toma mucho menos tiempo. Conozco mi voz y los temas que me apasionan, y procuro escribir de manera clara y directa, como dicen mis maestros de taller, para ese narratario ideal que soñamos que nos va a leer.
A los setenta queda claro que estamos mucho más allá de la mitad de la vida. Es difícil saber con precisión cuánto tiempo pueda quedarnos. Una cosa es cierta, en mi caso deseo vivir ese tiempo con la misma pasión con que he hecho durante estas décadas, propuesta a obtener el máximo provecho del único elemento inaprensible que existe: el tiempo. Continuar proponiéndome objetivos y esforzándome por cumplirlos. Que la muerte no me sorprenda derrotada a la vera del camino, sino trabajando por llegar a puerto como navegante entusiasta.
Muchas gracias a quienes hoy han acompañado estas líneas y a quienes han seguido mis letras durante cincuenta años. Los llevo en el alma, como destinatarios de todos mis empeños. Gracias también a los críticos que, en más de una ocasión han descalificado mis escritos. Sus señalamientos me han servido para revisar lo propio y para dar una oteada al mundo lector, buscando descifrar sus motivos. Gracias a unos y otros por estar ahí. Gracias a la palabra escrita que me ha abierto un amplio abanico de expresión. Gracias a mis hijos: mi mayor inspiración. Gracias a la vida.