PITÁGORAS TENÍA RAZÓN
En nuestro país la delincuencia ha rebasado todo lo
imaginable: La narrativa de Usigli o de Bernal se quedan cortas con relación a
los acontecimientos que estamos viviendo hoy en día. Un caso espeluznante, el de los feminicidios que ocurren en la
Megalópolis, particularmente el estado de México y Puebla, y muy en particular
en contra de jovencitas embarazadas a las que llevan con engaños para asesinarlas
y robar al nonato de su vientre. Las crónicas recuerdan al famoso tabloide
“Alarma”, extinto hace años, pero esta vez distribuidas mediante redes
sociales.
La pregunta que
me ha dado vueltas esta semana es la siguiente: ¿Suceden hechos así de bizarros
por huecos en la legislación, por fallas en la aplicación de la ley, o porque
existe una causa subyacente? Lo que equivale a preguntar si la ausencia de leyes
genera criminales que llegan a alcanzar estos grados de abyecta
perversidad.
El entramado
mental que llevo a cabo semanalmente, y que desemboca en una colaboración
periodística, es un ejercicio en solitario. Algún evento ocurrido en el curso de la
semana despierta esa cascada de preguntas en busca de respuesta, exploración que suelo emprender sola. En esta ocasión tuve
oportunidad de compartir dicho proceso con
mi hijo, quien ha venido de visita. Revisábamos juntos si es posible que a un
individuo que ha tenido una formación familiar sólida, el medio ambiente llegue
a cambiarlo de manera extrema. Ambos
coincidimos en que no es congruente que un adulto proveniente de una familia
integrada, que contó con oportunidades
de educación, sea el autor de conductas al extremo inaceptables.
De esta manera no estamos hablando de no
hacer el mal por miedo al castigo, sino de no hacer el mal por un elemental
sentido de ética, parte de la formación
individual de una persona. Lo resumió mi
hijo de un modo muy sencillo: A esos delincuentes siendo niños no les enseñaron a obrar mal, simplemente no les enseñaron que
había que obrar bien, amén de las circunstancias.
En la educación
de los menores, si fallamos en indicarle
al niño de un modo claro qué es lo que no
debe de hacer, o no lo sensibilizamos sobre las consecuencias últimas
de sus actos… Si lo dejamos actuar a libre voluntad, o partimos del criterio cómodo de “qué tanto es tantito”… Si justificamos su
mal obrar calificándolo como “cosas de niños”… Si lo alentamos a exigir sus
derechos, pero nunca lo instruimos a asumir sus responsabilidades, enseñándole
que todo derecho tiene como contraparte
una obligación… Entonces estamos ante un proyecto de adulto que va a actuar
tomando en cuenta su interés, antes que el bien común; un ser humano carente de
contención, que se dejará llevar por lo primero que le viene a la mente, sin
que medie juicio crítico alguno.
De alguna manera
esos niños poco orientados llegan a ser adultos necesitados de poder. Harán todo lo posible por defender lo que
consideran sus derechos, aún a costa de atropellar los de los demás. En gran medida esta actitud da pie a
corruptelas de las cuales nuestro país –por desgracia—es campeón.
Un ejemplo que de
entrada pareciera no tener relación con lo que ocurre en México, acaba de
suceder hace una semana en la Península Ibérica, específicamente en la
población de Mejorada del Campo, donde la cría de toros de lidia es
importante. En un encierro tradicional un toro asustado intentó saltar una valla,
durante lo cual se fracturó ambas patas
traseras, y de ese modo herido tuvo que continuar corriendo, perseguido por la
turba. No consigo asimilar cómo los
seres humanos no midieron el dolor y la angustia del animal, y lejos de darle
una tregua lo acosaron hasta verlo morir.
¿Es esta la clase de diversión que el ser humano necesita para sentirse
vivo? ¿Son los mugidos de dolor del animal los sonidos que estimulan su sensación
de poder?...
La conciencia
crítica se define como un sentimiento
interior por el cual el ser humano es capaz de precisar su propio valor y de
reconocerlo en los demás. El desarrollo
de dicha conciencia es parte del proceso educativo desde la primera infancia,
lo que permite a la persona adquirir una noción real de sí mismo y de los demás, en
el debido contexto, concediendo un valor equivalente a la propia persona como a los otros. A falta de una conciencia crítica actuamos de
manera asimétrica, concediendo un mayor
valor a lo propio frente a lo ajeno, y de este modo se generan muy diversos
problemas sociales que –por desgracia—ante un sistema carente de los mecanismos
adecuados para poner orden, llegan a alcanzar niveles terribles de violencia.
“Educad a los
niños y no será necesario castigar a los
hombres”: ¡Sabias palabras de Pitágoras, con absoluta vigencia!